El Festival de Debutantes se realizó el 5 de julio en el Club Unión de Panamá. Es organizado por las Damas Guadalupanas y se realiza cada año para recaudar...
- 01/12/2013 01:00
Mi padre ha almorzado, como siempre, con dificultad. Rosa, mi hermana, me ha dicho que le diera la comida. Yo me he negado y Rosa, desde luego, se ha enojado conmigo. Pero no me ha reñido demasiado. Creo que en el fondo esperaba mi reacción.
Rosa no tiene hombre, no tiene hijos. Pienso que tampoco tiene hermano ni padre, y de repente, me sorprende una tristeza. ¿Cómo describirla? Una tristeza acompasada. Una tristeza que se toma su tiempo. Me siento triste por mi hermana, aunque en realidad una parte de lo que soy piensa que así ella está bien. Rosa no está enferma de felicidad, pienso.
De la cocina llega un ruido de trastes y agua corriendo. Rosa lava los platos. Mi padre duerme sobre un catre que Rosa ha acomodado en la sala cerca del balcón. Allí llega un poco la brisa y cae sol. Abajo, el tráfico, rumor de motores, voces de la ciudad, olor a asfalto, sol que cae, fauna urbana. Yo observo a mi padre mudo sobre la cama. El sol cae sobre él. Lleva un pantalón de tela corto, un pantalón celeste, un pantalón color hospital. El sol se le viene encima. Observo sus piernas flacas, llenas de várices. Miro las culebras verdes bajo su pellejo y escribo. Rosa regresa de la cocina y revisa las almohadas bajo la cabeza de mi padre y las acomoda; no acomoda nada, apenas las mueve unos milímetros y les pega con la mano cerrada, puf, puf, y de nuevo reposa la cabeza de mi padre sobre las almohadas que ligeramente ha tocado. He visto cómo Rosa ha levantado la cabeza de mi padre cual si fuera un hombre muerto. Yo me sonrío. Ella regresa a la cocina y dice, de espaldas, sin mirarme: Sigues con tu enfermedad de escribir; supongo que no saldré tan bien parada en tus escritos, ¿cierto? Yo dejo de escribir y me sonrío.
Rosa me ha dejado solo con mi padre. Ha ido al mercado a comprar algunas viandas. Abrí el periódico y leí un artículo sobre unas tribus que no tienen contacto con el mundo. Los investigadores hablan de un centenar de tribus que viven aisladas de la sociedad civilizada. Justo cuando leo la palabra ‘civilizada’ invade mis oídos el traqueteo de un taladro neumático de esos que se emplean para hacer mejoras en las calles. En ese momento no se me ocurrió relacionar mi lectura de la palabra ‘civilizada’ con el ruido de la herramienta. No pensé en ironías ni coincidencias. Ahora, sin embargo, pienso que me gustaría ser parte de alguna de esas tribus, sobre todo porque leí también que algunos exploradores y antropólogos poseídos por un excesivo espíritu aventurero y, por lo contrario, carentes de una elemental fibra de prudencia, han sido traspasados por la flechas de los aborígenes. El lunes hablaré de las tribus en clase. Esta es la lista de palabras que les daré a los chicos: civilización, tribu, progreso, urbanidad, aislamiento, clan, individualidad, colectividad.
Rosa ha regresado. Va a la cocina —su lugar favorito, creo, su universo, su reino—y distribuye las cosas que ha comprado en los compartimentos indicados. No me pide ayuda. Prefiere hacerlo sola. A veces pienso que me pide ayuda por ser amable conmigo. Pero finalmente ha entendido, al parecer, que no necesito esa deferencia de su parte. Rosa regresa de la cocina y me invita una papitas fritas que ha comprado en la tienda del chino. Me llevo un puñado de papitas a la boca y siento la sal y el sabor artificial. Mientras mastico y trago, pienso en las tribus aisladas.
MÚSICO Y POETA