El voto emotivo

Actualizado
  • 05/05/2024 00:00
Creado
  • 04/05/2024 15:06
Está claro pero que cada país, cada cultura, tiene sus propias motivaciones del ‘voto emotivo’, el cual se liga a la idiosincrasia de un pueblo, a sus valores más radicados, a sus formas de fe, a su estilo de vida, a sus esperanzas y sueños

La psicología social ha demostrado que el ser humano, desde muy pequeño, al ponerse en contacto con su entorno –sea naturaleza física o ambiente social- cumple procesos en gran medida de tipo emotivo, y no racionales. Lo cual vale a lo largo de toda su vida, e incluye, obviamente, también sus decisiones políticas.

La atención a la importancia de las emociones en ámbito político no es nueva: pudiéramos decir que inicia con Platón y Aristóteles, los cuales estaban convencidos que las emociones podían “enturbiar” al juicio político. Una implícita admisión de su valencia se da a lo largo de todos los siglos XVII, XVIII y XIX en el sentido que tanto los filósofos racionalistas, como los románticos (no nos dejemos engañar por el significado “vulgar” del término) auspiciaban que las emociones debían quedar afuera a la hora de formarse un juicio político, el cual podía correctamente fundamentarse solamente en el raciocinio y en un exhaustivo análisis de la realidad.

¿Somos seres racionales?

Sin embargo, lamentablemente, a pesar del apelativo de “seres racionales” que nos hemos adjudicado... la racionalidad queda bastante afuera de nuestros desenvolvimientos cotidianos.

Rick Shenkman, analista y comentador político de la George Washington University sustenta que el ser humano es muy reacio a cambiar opinión, que nuestros cerebros toman partido, y que una vez tomado, nos aferramos a él como a un ancla de salvación... Cómo explicar, si no ¿el efecto que hacen en sus partidarios las afirmaciones falsas, absurdas, inaceptables que un Donald Trump dispara a cada paso que hace? Ninguno. Sus partidarios lo siguen embelesados.

Edoardo Boncinelli, filósofo y genetista entre los más respetado de Italia, sostiene que esos comportamientos irracionales pueden explicarse con ignorancia, estupidez, indiferencia, mala fe, pero el resultado es el mismo: la gente cree lo que quiere creer, y ni siquiera escucha lo que no ama.

Boncinelli se pregunta cómo sea posible que las personas se traguen las mentiras y absurdas promesas de los políticos y afirma que... “Un convencimiento muy radicado impide tomar en consideración otras ideas y vuelve las personas sordas a todo lo que pudiera ir en contra de esa opinión. Hasta las más serias operaciones de desenmascaramiento de las fake news, a menudo suelen obtener el resultado opuesto a lo esperado: la gente sigue creyendo ‘en lo suyo’ y ridiculiza las ideas contrarias”.

El Sistema 1 y el Sistema 2

George Lakoff, profesor de lingüística cognitiva en Berkeley, Universidad de la California, dice que los ciudadanos, por lógica, deberían votar con base en sus intereses, en cambio... “dejan que quimeras, prejuicios y emociones guíen sus elecciones sin tener en ninguna consideración valores, prioridades, objetivos, y llegan a conclusiones hasta en contra de sus propios intereses”.

Como han demostrado los estudios de neurociencia del premio Nobel Daniel Kahneman, en nuestro cerebro tenemos dos sistemas: “El Sistema 1: irracional, superficial aproximativo, pasional, no confiable, pero veloz y poco exigente. Y un Sistema 2: racional, confiable, analítico, pero lento y complicado de manejar. Cuando podemos, utilizamos preferentemente el Sistema 1, el Sistema 2 solo cuando es obligatorio”...

¿Qué podemos esperar con estas premisas?

Analizando la cuestión desde el ángulo de la afiliación ideológica, parece fundado afirmar que los electores de izquierda presentan emociones más intensas, más conciencia, pasión y esperanzas, y en general están más interesados y más conocedores de los hechos políticos que el promedio de los electores.

La mayoría de los votantes están justamente insatisfechos de la clase política, de aquí surgen las primeras dos expresiones del voto emotivo, practicadas en todo el mundo:

El “voto de protesta”: el elector vota por un candidato absurdo, impresentable, sin ninguna chance. Se quiere situar “afuera del sistema”, pero tampoco hace nada para cambiarlo.

El “voto en blanco”, o la no asistencia a las urnas, otra forma del voto de protesta, acompañada de un rechazo, consciente o inconsciente, a la acción y a la participación.

Está claro pero que cada país, cada cultura, tiene sus propias motivaciones del “voto emotivo”, el cual se liga a la idiosincrasia de un pueblo, a sus valores más radicados, a sus formas de fe, a su estilo de vida, a sus esperanzas y sueños...

Por ejemplo, en la “América profunda”, agraria, en esos pueblos polvorientos de pocas calles y un par de lugares de encuentro; de hombres blancos de escaso o nulo nivel escolar, que se animan solamente frente a una cerveza o a un trago de whisky, donde perduran valores ligados al hombre con pistolas al cinto, al cowboy, al macho con pocas y sólidas ideas...se entiende como un Donald Trump guste ¡más allá de cualquier estupidez pueda decir o hacer!

¿Cuáles son los “resortes” del voto emotivo panameño?

Estamos conscientes que, para hacer un discurso serio, serían necesarios estudios y encuestas específicas de las cuales no disponemos. Así que mis observaciones son puramente empíricas, con la esperanza de interesar en el debate y promover estudios. Evidencio cinco estímulos en mi opinión muy fuertes que condicionan al voto emotivo:

El “juega vivo”: el panameño admira a las personas que tienen grandes capacidades histriónicas, que resuelven cosas fácilmente, que superan obstáculos, que saben defenderse de los malvados que no lo dejan hacer. Con la esperanza, a menudo lamentablemente infundada, que también les resuelva todos sus problemas, el panameño vota entonces al que más encarna su ideal de “juega vivo”.

La “fe religiosa”: en Panamá, hay muchos cultos e iglesias que cautivan las voluntades de sus adeptos. No hay dudas que los consejos de esos “maestros” o “sacerdotes” puedan tener una notable importancia en la decisión final del voto. Sobre todo la jerarquía de la iglesia católica tiene una gran influencia en sus feligreses. A pesar que oficialmente no se haya pronunciado por ninguno de los candidatos, al contrario pretendan ser garantes de un voto democrático y bien informado, no sería de extrañar que sutilmente inclinaran sus simpatías hacia algunos a desventajas de otros...

El “interés inmediato y tangible”: este aspecto es tal vez el más triste y lamentable. El panameño de bajos recursos, poca escolaridad, sin trabajo, promete su voto a quien le resuelve un problema inmediato, regalándole un saco de arroz o un tanque de agua. Su razonamiento elemental (de extrema ingenuidad) es: “si me resuelve hoy, tengo fe que seguirá ayudándome”; o, al extremo opuesto (de extremo cinismo): “Son todos iguales de ladrones y corruptos, yo agarro lo que puedo de quien sea”.

La “pertenencia de clase”: el localmente conocido como “rabiblanco” no puede, le horroriza, votar por alguien que no pertenezca a la elite a la cual él, con o sin razón, cree pertenecer. Con tal de sentirse bien aceptado en su círculo, votará por alguien lo más alejado posible del vulgar vulgo...

El miedo al “comunismo”: y, por último, uno de los motores más poderosos de todos... si un candidato viene marcado con la más leve sospecha de “comunismo”, de querer “llevar el país a ser como este y aquel otro”... no hay nada que hacer. No importa cuán lógicas, sensatas, tranquilas y aplicables puedan ser sus ideas. El electorado huirá despavorido.

La autora es Doctora en Materias Literarias de la Universidad de Bologna, Italia. Ha sido docente de Sociología y Lengua Italiana en la Universidad de Panamá.

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