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- 06/06/2025 00:00
Yahír Castro está en uno de los salones vacíos del edificio Margot Fonteyn de la Ciudad de las Artes. Viste su ropa de ensayo y lo acompaña su disciplina y pasión por el baile. Es el bufón en el prólogo de El Lago de los Cisnes, que se estrena el 4, 5 y 6 de julio en el Teatro Nacional. Ensaya todos los días, pero su historia trasciende cualquier papel.
“Ha sido difícil, te soy sincero”, dice mientras se toma un descanso entre ensayos. “No estuve en la primera semana y media de montaje y he tenido que ponerme al día mientras los otros ya lo sabían todo. Pero ha sido divertido, el maestro es muy paciente, tiene buena energía y eso ayuda mucho.
La vida de Yahír no se limita a los ensayos. Su rutina comienza a las cinco de la mañana, con una taza de café que marca el comienzo de un día estructurado al milímetro. “Sin café no puedo empezar el día”, dice entre risas. “Llego aquí, caliento, hago la clase de preparación física, ensayo, luego almuerzo y salgo a dar clases de ballet y contemporáneo. Termino a las 8 de la noche y luego corro 5 kilómetros. Es un poco loco, pero me encanta”.
A pesar de esa entrega total, sabe que cada bailarín tiene su propio proceso interno. “Este trabajo es muy individual. Cada quien tiene su preparación. Yo llego antes, caliento solo, hago mis estiramientos. Nadie puede hacerlo por mí. La mente de cada bailarín es diferente”.
Cuando comenzó a bailar, en 2010, no era común ver hombres en una academia de ballet. “Había mucho tabú, muchos estigmas. Éramos pocos. Yo empecé a los 18 años y en ese momento todavía era raro ver hombres en ballet. Incluso las academias no permitían varones. Pero mi generación abrió muchas puertas. Ahora hay muchísimos más”.
Recuerda, con tono serio, una historia que lo marcó: la de un compañero que, como en una escena de Billy Elliot, era llevado a escondidas por su abuela a clases de ballet. Un día, el padre del niño descubrió el secreto, irrumpió en el salón y se lo llevó. “Fue impactante. Nadie sabía que la abuela lo llevaba a escondidas. El papá no quería que su hijo bailara. Eso nos dejó a todos marcados”.
Hoy, quince años después, el panorama ha cambiado. Las academias ya no solo permiten niños: los celebran. “Los maestros les prestan mucha atención. Porque aunque hagamos la misma clase, la preparación del hombre tiene diferencias. Y ver ese crecimiento en el ballet masculino te da orgullo. Sientes que el país también crece.
El bufón que interpreta Yahír no es solo un personaje en escena: es el símbolo de una transformación. De alguien que, a fuerza de persistencia, rompió con los moldes. Un artista que sigue corriendo —literal y metafóricamente— hacia el futuro de una danza más libre, más plural, más humana.
La historia del joven serbio, amante del fútbol, que terminó siendo figura clave en el desarrollo del Ballet Nacional de Panamá parece de película. Pero no lo es. Es real y su protagonista aún está activo y comprometido con el arte que transformó su vida.
Sasa Adeamovic es el director artístico del Ballet Nacional de Panamá. Antes de convertirse en bailarín era futbolista. “Yo estaba jugando fútbol” empieza a narrar con una sonrisa. “Mi hermano bailaba y un día lo acompañé a su escuela. Lo que vi me encantó... muchas muchachitas bonitas bailando. Dije: “yo también quiero entrar aquí”. Entró a una audición por curiosidad y terminó descubriendo un talento natural. “Se me hacía fácil. No tenía que sufrir. Me gustaba el ambiente. Así empezó todo”, relata a este medio.
Eso ocurrió en Serbia, antes de que la guerra tocara su vida. Luego del servicio militar fue convocado como reserva. Pasó nueve meses en medio del conflicto y, en un momento de respiro legal, logró salir del país. Italia fue su primer destino. Desde allí esperó los papeles que lo traerían a Panamá, donde se abría una posibilidad en el Ballet Nacional, en tiempos del presidente Guillermo Endara.
“No fue exactamente escapar de la guerra... pero sí, más o menos. Era una guerra civil y tenía familia en ambos bandos. Preferí alejarme”. A su llegada, el panorama era precario. El Ballet Nacional contaba con apenas una docena de integrantes y ensayaban en un pequeño salón del parque Omar. No había sede oficial ni condiciones óptimas. Pero el entusiasmo superaba cualquier carencia.
“Al final, lo logramos. Ahora tenemos sede, mejores condiciones, y contamos con apoyo del Ministerio de Cultura y de la primera dama. Incluso el presidente [José Raúl Mulino] ha estado presente en funciones y su firma ha sido clave para que esto avance”.
Desde su llegada ha sido pieza fundamental en la evolución del ballet panameño. Ha dirigido, formado, bailado y también ha soñado con un futuro más grande para la danza clásica en el país. Su visión no se detiene en una temporada bien lograda: quiere construir un teatro completo, con todos los departamentos integrados.
“Falta mucho. Necesitamos escenógrafos, zapateros, maquilladores especializados en escena. El maquillaje de escenario no es como el de televisión. Hoy tenemos una sola persona que hace todo eso y necesitamos un equipo profesional. Pero vamos poco a poco”, expresa.
Con orgullo, cuenta que por primera vez en la historia del Ballet Nacional se está montando una versión completa de El lago de los Cisnes. Antes solo se hacían fragmentos, escenas sueltas. Aunque él ya la había producido a nivel privado con el Panama City Ballet en el año 2000, esta es la primera vez que la compañía estatal asume el reto en su totalidad.
“Es una obra icónica. Las grandes compañías la tienen en su repertorio. Nosotros también debemos tener la nuestra”. Ya han presentado Giselle, Carmen y están conformando un repertorio estable para que el ballet panameño deje de depender de montajes esporádicos. “Todo eso requiere estructura: depósito de escenografía, de vestuario, partituras organizadas, coreografías registradas. Un sistema que permita no solo crear, sino preservar”.
La internacionalización también forma parte del plan. Este año viajaron a Costa Rica, y tienen en la mira presentaciones en Colombia y Washington. La visión es posicionar a Panamá como centro regional del ballet en Centroamérica. Hoy el Ballet Nacional cuenta con cerca de 50 integrantes. Aún falta aumentar la calidad, admite sin reservas, pero hay bases firmes para avanzar.
“Para competir a nivel internacional hay que ofrecer calidad. Sabemos que no estamos al nivel de las grandes compañías del mundo, pero podemos maquillarlo un poco. Elegir repertorio inteligente, bien presentado. Eso nos puede poner en la escena internacional mientras seguimos creciendo”, concluye Adeamovic.