La dimensión política de ‘Stranger Things'

  • 06/11/2017 01:00
La trama no tendría sentido ni generaría la misma euforia si se situara en el presente 

El pasado 27 de octubre estrenó en Netflix la segunda temporada de ‘Stranger Things', la aclamada serie de TV que rinde un espectacular tributo al cine de horror, la fantasía y la ciencia ficción de los años ochenta.

Sobra decir que la nostalgia se ha convertido en la nueva mina de oro de los productores cinematográficos, musicales y televisivos en Estados Unidos, pero en ‘Stranger Things' subyacen pequeños elementos narrativos que, si bien son fácilmente pasados por alto, complementan y matizan las evocaciones estéticas y las referencias a las marcas, los productos o el consumo cultural de aquella época.

Ciertamente, la trama no tendría sentido ni generaría la misma euforia si se situara en el presente, pero sin importar el momento histórico en que se ambiente, toda producción cultural pertenece a un contexto sociopolítico y lleva impregnados los imaginarios sociales, contradicciones e ideologías representativas de los tiempos en que haya sido creada.

No resulta extraño, entonces, que a pesar de que la serie se desenvuelve en los ochenta, los guionistas de ‘Stranger Things' hayan intentado subvertir los estereotipos de género con personajes como Eleven o Max, o que Lucas tenga un rol trascendental en contraste con otros personajes negros del cine o la TV de entonces; todo ello muy a tono con la fiebre de la corrección política y el discurso de los movimientos sociales actuales que se asoman con frecuencia en la cultura pop de nuestro tiempo.

Sin embargo, la puesta en escena lleva un subtexto político que no se limita a una fiel y neutral representación del espíritu de la época.

Sin necesidad de leer entre líneas, queda claro que la historia se desarrolla en el período de elecciones que definirían la reelección de Ronald Reagan para su segundo mandato. Los letreros de propaganda que rezan ‘Reagan/Bush ‘84' se muestran incrustados en los patios frontales de las casas de los protagonistas y aparecen de forma recurrente a lo largo de la serie. Las referencias a la Guerra Fría se enmarcan en un discurso evidentemente antisoviético, y en una conversación telefónica, la madre de Mike deja caer que las cosas serían diferentes con Margaret Thatcher, la entonces Primera Ministra del Reino Unido. Sería simplista pensar que las apelaciones a estas figuras políticas son neutrales en una narrativa que azuza las añoranzas de una época recordada por el boom económico de Reagan, el consumo suntuoso de los yuppies y las familias de capas medias; la sensación de seguridad en los suburbios llenos de niños que jugaban en las calles sin mayor supervisión, o el surgimiento de los videojuegos y de grandes marcas como Apple o Polaroid (también referenciadas en algunos episodios); pero también es una década marcada por la crisis del Estado de bienestar y el nacimiento del neoliberalismo, impulsados precisamente por figuras como Reagan y Thatcher.

El factor nostálgico busca generar una respuesta emocional (y comercial) en el público, pero no es inocente: cuando las añoranzas y el diálogo con el pasado se plantean desde la creación cultural o artística, inevitablemente proponen preguntas y debates sobre el presente, sus temores o ansiedades. Está claro que ‘Stranger Things' no trata sobre política, y sería descabellado decir que su objetivo sea instalar en las masas un ideario en particular, pero la subjetividad colectiva se moldea a cuentagotas, y la cultura pop juega un rol en la construcción y la reproducción del pensamiento hegemónico. En tiempos tan convulsos como los que vivimos, la nostalgia por tiempos aparentemente más simples sugiere conversaciones y reflexiones necesarias frente al devenir de nuestras sociedades.

Hay quienes opinan que en los últimos años todo se ha politizado, y que extrañan los tiempos en que la televisión, el cine, la publicidad o las premiaciones como los Emmy y los Oscar podían disfrutarse como simple entretenimiento, al margen de las ideologías y de los discursos políticos. Pero la realidad es que la producción cultural nunca ha sido ajena a lo político; la diferencia es que internet y las redes sociales han erosionado las barreras del consumo pasivo e irreflexivo. Si bien la cultura mediática es en extremo compleja, también ofrece herramientas para la reflexión y la resistencia ante las prácticas, creencias y posturas dominantes, pero para que ocurra tal apropiación, son necesarios el análisis crítico y el debate. Sin duda, ‘Stranger Things' es una serie maravillosa, pero sería ingenuo decir que sea neutral. Después de todo, nada en la cultura lo es.

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