La pregunta sobre la ética vigente

Actualizado
  • 14/01/2024 00:00
Creado
  • 13/01/2024 12:55
Las protestas que sacudieron todo el país entre octubre y noviembre de 2023 representan más que un hartazgo por las formas como se ejerce la política en Panamá. En últimas, se trata de un cuestionamiento a la moral vigente, es decir, de una disconformidad frente a una forma de hacer que impone el crecimiento económico por encima del derecho a la vida

Panamá tiene varios años mostrándose al mundo como “modelo de éxito”. Con las debidas proporciones guardadas, el discurso que toma como elemento principal de éxito el Producto Interno Bruto (PIB) del país se asemeja al que durante muchos años se utilizó también en el caso de Chile: era el milagro económico, decían, aunque tal milagro se hubiera desarrollado en medio de un sangriento periodo dictatorial que, claro está, hizo lo que quiso con los derechos humanos.

Pero más allá del PIB existe otro factor aún más decidor, en el sentido de que permite entender esa fijación casi orgásmica con un elemento que -nos lo dicen los que saben- apenas sirve para medir lo que producen los distintos sectores económicos de un país, pero no cómo se estructura la economía o cómo se distribuye la riqueza producida por esos sectores. Ese factor es el mercado, tal como lo describe y explica el economista y teólogo Franz Hinkelammert: un mercado concebido como un dios por el neoliberalismo, porque lo cree suficiente para la consecución del equilibrio y de la competencia perfecta, lo que su vez se traduce -necesariamente, según esta visión- en riqueza para todos (en la medida en que cada cual se esfuerce para hacer parte de ella, claro).

El problema, dice Hinkelammert, es que esta “ideología del mercado total permite desentenderse de todas las funciones concretas de la economía”, pero sobre todo “desentenderse de cualquier compromiso con la vida humana concreta, la que ya no es más que un subproducto de la totalización de las relaciones mercantiles”. Más aún, la creencia en el dios mercado implica la adopción de un marco ético que, visto en perspectiva -desde 1990 a esta parte, al menos- no nos ha llevado a ese mejor mundo posible que prometió el neoliberalismo.

Antes de pasar a la crítica de la moral vigente, sin embargo, sería útil dejar claro qué es la ética y su diferencia con la moral, y en este sentido resulta valiosa la lectura de un libro muy didáctico, editado por Akal, titulado así, Ética. “La Ética es un tipo de saber normativo (...) que pretende orientar las acciones de los seres humanos”, y para ello estudia o reflexiona sobre las distintas morales y sus modos de justificarlas. Su objetivo último es mostrar qué concepción moral es más razonable; “esclarecer reflexivamente el campo de lo moral”.

La moral, por otra parte, es “el conjunto de principios, preceptos, mandatos, prohibiciones, permisos, patrones de conducta, valores e ideales de vida buena que en su conjunto conforman un sistema más o menos coherente, propio de un colectivo humano concreto en una determinada época histórica”. Establecer la diferencia es relevante en tanto suelen utilizarse ambos conceptos (ética y moral) como sinónimos; pero además porque sirve para preguntarse, por ejemplo, qué quieren decir algunos clubes cívicos y empresariales cuando lanzan campañas “pro valores cívicos y morales”. ¿De cuál moral están hablando? ¿En el marco de qué ética?

En el libro mencionado, los autores destacan cómo, aunque lo usual es que los códigos morales de una persona coincidan con los códigos morales de la sociedad a la que pertenece, también puede ocurrir que no sea así. “De hecho, los grandes reformadores morales de la humanidad, tales como Confucio, Buda, Sócrates o Jesucristo, fueron en cierta medida rebeldes al código moral vigente en su mundo social”.

Algo similar plantea el recién fallecido filósofo argentino/mexicano Enrique Dussel (1934-2023) en sus 14 Tesis de Ética, cuando señala que buena parte de la problemática actual se debe a la “fetichización” de la moral del sistema, refiriéndose a la moral del sistema capitalista neoliberal que promueve el individualismo, el egoísmo y cercena los derechos fundamentales, en su búsqueda de la mal llamada libertad.

Para Dussel, actuar moralmente significa “producir, reproducir y aumentar responsablemente la vida concreta de cada singular humano, de cada comunidad a la que pertenezca, que inevitablemente es una vida cultural e histórica, desde una com-prensión de la felicidad que se comparte pulsional y solidariamente, teniendo como referencia última a toda la humanidad, a toda la vida en el Planeta”.

Este actuar moral está, lógicamente, imbuido en un marco ético que Dussel llamó Ética de la Liberación, y que propone romper con la visión eurocéntrica del mundo y su noción unívoca de la razón, desdeñando a su paso otras nociones morales y otra racionalidad de los llamados excluidos, los condenados al no-ser por la modernidad occidental.

Pero además de la necesidad de cuestionar la moral vigente (dios mercado/neoliberalismo) y la razón eurocéntrica (como unívoca), vale la pena también re-pensar sobre cómo esa razón unívoca ha derivado en el cientificismo, definido como la “reflexión filosófica que considera que la racionalidad pertenece únicamente al ámbito de los saberes científico-técnicos”, dejando de lado -por prerracionales, emotivos y subjetivos- la reflexión ética que es, precisamente, la que permite esa pregunta inicial que propicia la filosofía práctica: “¿Y qué tal si?...”.

Dicho de otra forma, buena parte de los problemas actuales no se solucionan solamente mediante el conocimiento científico o técnico que tanto defiende la razón moderna occidental, sino que requieren también el cuestionamiento ético sobre la moral vigente que hace posible, o incide, en la creación de las problemáticas. En el Informe de Desarrollo Humano 2020 se establece que la pandemia del COVID-19 hizo más visibles las tensiones que soportan muchas sociedades. “De hecho, los desequilibrios planetarios (los cambios del planeta que son peligrosos para las personas y para todas las formas de vida) y los desequilibrios sociales se agravan mutuamente. Como demostró el Informe sobre Desarrollo Humano 2019, muchas de las desigualdades del desarrollo humano han ido en aumento y lo seguirán haciendo. El cambio climático, que incluye, entre otros aspectos, peligrosos cambios planetarios, no hará sino empeorarlas”.

El planteamiento de este informe es interesante porque no se circunscribe al análisis aislado del desarrollo, sino que considera primordial introducir elementos que permitan entender las consecuencias de las interacciones del ser humano con la naturaleza, y cómo estas interacciones comprometen no solo el desarrollo humano, sino su propia sobrevivencia. También es relevante que se admita que las soluciones de este periodo llamado Antropoceno no pueden ser compartimentadas, puesto “que en realidad son multidimensionales, están interconectadas y son cada vez más universales”.

Dicho corto, el informe establece la necesidad urgente de gestionar el planeta porque de ello depende la vida, algo que desde la filosofía planteó hace ya muchos años Leonardo Boff, en su ética del cuidado de la casa común. Para el teólogo y filósofo brasileño, existe una lógica de “ser-en-el-mundo” que es una forma de existir, co-existir y con-vivir, pero esta lógica puede darse en dos vías: ser-en-el-mundo en el modo de trabajo y ser-en-el-mundo en el modo cuidado.

La primera opción implica ver la naturaleza como algo a ser dominado; como objeto para satisfacer las necesidades particulares o colectivas. El modo cuidado, por su parte, requiere establecer una relación de sujeto-sujeto con la naturaleza; la razón o el logos, el cientificismo, si se quiere, deja de ser el centro y, en su lugar, aparece el sentimiento o el pathos. Esta forma de relacionarse con la naturaleza toda hace posible darle valor a las cosas por su valor intrínseco, y no solo por su valor utilitarista, pero para dar este paso es necesario adoptar una posición crítica; es decir, tener disposición para la reflexión ética sobre la moral dominante.

Cuando, desde los distintos gobiernos, se insiste en el discurso del crecimiento económico como sinónimo de prosperidad, es inevitable preguntarse cómo se puede afirmar esto con tanto entusiasmo, cuando la propia CEPAL establece, en otro informe, que la pobreza y la desigualdad siguen siendo problemas importantes en el país canalero, debido principalmente a problemas estructurales. Cómo se afirma con tanta ligereza que Panamá es “un modelo de éxito”, cuando la mediana del salario mensual en agosto de 2023 se ubicó en 735.4 dólares, una cantidad a todas luces insuficiente para afrontar el costo de vida; y casi el 50% de la Población Económicamente Activa sobrevive con trabajos informales.

El problema con estas interpretaciones es que parten, precisamente, de una falsa noción de progreso y desde una ética teológica del mercado que considera todo lo relacionado con la justicia social como intervencionismo de Estado -algunos incluso afirman que es totalitarismo estatal- y como vulneración de la libertad.

Pero hay otro elemento que muestra las contradicciones existentes entre el discurso y la realidad, cuando se afirma, también desde los gobiernos, que Panamá no solo es modelo desde la perspectiva del crecimiento económico sino también desde la sostenibilidad ambiental.

Entre octubre y noviembre de 2023, el país experimentó la más grande de las movilizaciones sociales desde las protagonizadas a finales de la década de 1980, cuando la población salió a las calles a exigir la salida de Manuel Antonio Noriega. En julio de 2022 se produjo el primer estallido social en la era posinvasión, pero las protestas de 2023 rebasaron las del año anterior en número de personas, organizaciones participantes y métodos de protesta.

La razón de las movilizaciones fue la aprobación, sanción y publicación, en un solo día, de la Ley 406, por la cual el Estado le dio luz verde a la transnacional First Quantum Minerals para seguir explotando una mina en Donoso, a pesar de un fallo de inconstitucionalidad en su contra y las múltiples denuncias de incumplimientos ambientales. Si bien el contrato fue declarado inconstitucional, por segunda vez, el 27 de noviembre de 2023, el conflicto continúa vigente.

La pregunta que cabe cuando se enfrenta el discurso y la realidad es otra vez ética. No solo en el sentido de las contradicciones concretas, sino sobre todo en aquello que se planteó arriba: ¿Qué forma de ser-en-el-mundo conlleva la promoción de las actividades extractivistas? ¿Debe continuar primando el cientificismo, aunque la realidad nos muestre, cada vez más, que esa razón unívoca y estrictamente técnica no es suficiente para tomar las decisiones que la casa común requiere? ¿Vamos a seguir con esa división baconiana y cartesiana que nos ha llevado hasta aquí? ¿Podría ser la Ética de la Liberación un camino posible?

La Filosofía, se lee en Ética, “tiene la misión de aclarar y justificar racionalmente las pretensiones humanas de acceder a la verdad, al bien y a la belleza”. En la búsqueda de lo bueno -para el ser humano, la casa común, la vida toda- los parámetros economicistas y capitalistas de la eficiencia y la acumulación son insuficientes, porque los retos de la existencia humana no son puramente técnicos, y porque no hay vida que sobreviva a las consecuencias previstas de la explotación, ad infinitum, de unos recursos que son finitos.

Dicho de otra forma, insistir en la noción de progreso como crecimiento económico es absurdo, irracional y suicida, porque el crecimiento que mide el PIB implica necesariamente la idea de que hay que crecer, aunque ello se traduzca en explotación laboral, explotación de la naturaleza y vulneración de un derecho fundamental: el derecho a la vida. A una vida saludable.

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