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- 05/05/2024 00:00
- 04/05/2024 15:04
A pesar de la insularidad del Japón, el país tuvo la influencia del budismo, el taoísmo, el confucianismo, el animismo del sintoísmo y el cristianismo
Las creencias personales están muy ligadas a la geografía, por lo que dependiendo del lugar en que se nace usted puede creer en uno, varios o ningún dios.
A pesar de la insularidad del Japón, el país tuvo la influencia del budismo, el taoísmo, el confucianismo, el Animismo del Sintoísmo y en el período Sengoku (1467-1615) del cristianismo. Pero fue la amalgama entre budismo y sintoísmo el sincretismo religioso que terminó con más adeptos.
Una de las diferencias marcadas que encuentran los extranjeros a su llegada a Japón son las prácticas y parafernalia del sintoísmo, una creencia politeísta-animista, que los historiadores consideran que pudo haber surgido en el año 500 de la era común, pero solo se menciona en el año 720 en el Nihonshoki —Crónicas del Japón—, el segundo libro más antiguo del país. También se cree que China tuvo alguna influencia en dichas creencias, ya que en su idioma Shin-tao significa «Camino de los dioses».
El sintoísmo es la creencia originaria de los japoneses, pero durante el siglo VII llegó el budismo de China, surgido en el siglo I en el continente, venía unido con otras creencias como el confucianismo y el taoísmo, su arribo al archipiélago no fue bien recibido, —aunque en nuestros tiempos han logrado gran concordancia—. Existe la creencia de que su fusión siempre fue armónica, pero los historiadores saben que los diversos clanes que por siglos se encargaron de los ritos sintoístas se sintieron desplazados cuando el clan Soga regente de la corte imperial en el período Asuka (552-710), reconoció al budismo como religión oficial.
En el sintoísmo se venera toda la naturaleza, animada o inanimada, otorgándole un kami —alma o dios residente en el objeto—. Esta creencia conlleva gran respeto por la naturaleza, pero a su vez deja de lado ciertos acontecimientos como, por ejemplo, la muerte a la que consideran caótica y sucia. El budismo cuenta con ritos de despedida y aceptación tales como el festival Obon que honra a los espíritus de los antepasados y se convierte en fuente de entrada para el sintoísmo.
Esta unión se mantuvo gracias al Shotoku Taishi (573-621) —Príncipe Shotoku— quien siendo un ferviente budista mantuvo una delicada relación entre el sintoísmo, budismo y confucianismo. También promovió el concepto de que el emperador era «el hijo del cielo» y de ahí la divinidad de estos. El propósito era ordenar bajo un mismo paraguas —el emperador— los diversos clanes que existieron y que el pueblo aceptara la doctrina: «El
gran señor es el cielo y sus vasallos son la tierra; en un país no existen dos señores; los pueblos no tienen dos soberanos» que luego en el período Edo (1600–1868) gracias a Tokugawa fue convertido en kokugaku —ciencia nacional— consagrándose en una norma del Japón feudal.
Estas creencias se vieron afectadas con la llegada de misioneros jesuitas al archipiélago, quienes al tratar de imponer el cristianismo iban en contra de la creencia que el Emperador era descendiente de los dioses creando diversos conflictos en el país, a diferencia de la relación budismo-sintoísmo, esto fue causante de que el cristianismo no terminara bien. Se intentó de exterminar a la población cristiana —al igual que ellos lo hicieron con sus enemigos en Europa con la Santa Inquisición— además de la expulsión y prohibición del regreso de los misioneros so pena de muerte. En julio de 1639 un navío portugués arribó para tratar de convencer al Daimyo que revirtiera dicha orden, sesenta y un misioneros fueron ejecutados y se perdonó la vida a trece para que llevaran un mensaje: «Si el propio rey Felipe, o incluso el mismísimo dios de los cristianos, o el gran Buda contraviene esta prohibición, ¡la pagarán con su cabeza!», como escribió C.R. Boxer en su libro «The Christian century in Japan, 1549-1650». En nuestro idioma se puede acceder a información de lo acontecido con los jesuitas en Japón en el libro «Toyotomi Hideyoshi y los europeos» del Dr. Jonathan López-Vera.
En la actualidad
Los números no mienten, al 2021 la Oficina de Estadísticas de Japón, situaba a los sintoístas en el 69.0%, los budistas en 66.7%, cristianos en 1.5% y otras religiones en el 6.2%, la razón por la que el total no da un cien por ciento es debido a que muchos japoneses son budistas y sintoístas. Sin embargo esta práctica no podríamos llamarla dogmática, algunos de los amigos que tenemos allá declaran no creer en ningún dios, pero sí participan en alguna celebración o festividad específica. Existe un aforismo —del que no hemos encontrado atribución— que refleja esta característica: «Los japoneses nacen sintoístas, se casan cristianos y mueren budistas» lo que recoge la singularidad de este pueblo, que puede abrazar diferentes creencias porque las mismas le representan un bienestar psicológico a su vida.
Una de las máximas budistas que consideramos primordial es el «mono no aware», la efímera belleza de las cosas pasajeras, que nos hace reflexionar sobre todo a nuestro alrededor, pero en especial sobre nuestra vida. Proveniente de la literatura del período Heian (794-1185), esta frase que parece melancólica nos invita a pensar en la fragilidad de nuestra propia existencia, a apreciar de forma tranquila la belleza de lo que nos rodea y desde el punto de vista japonés, sentirlo más bello, precisamente porque es perecedero.
El concepto ha sido utilizado infinidad de veces en la literatura y recientemente en el audiovisual, podríamos decir que las producciones de los Maestros Yasuhiro Ozu —de quién escribimos hace poco—, Akira Kurosawa e incluso Shohei Imamura, están imbuidas de este sentimiento.
Tal vez sea hora de repensar como queremos vivir pues como dijo Roy Batty en Blade Runner (1982) al referirse a lo que había visto y hecho en su vida: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia».
El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vice-decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.