Literatura y conciencia de patria

Actualizado
  • 17/02/2024 00:00
Creado
  • 16/02/2024 16:48
Palabras inaugurales de la XIV Semana de la Literatura Panameña. Ciudad universitaria, 16 de diciembre de 1991. Publicado en la revista ‘Hacia la Luz’, año I número 2, enero 1992

Me resulta particularmente grato atender la invitación que los organizadores de la XIV Semana de la Literatura Panameña me han extendido para que inaugure las actividades de la misma.

En la nueva atmósfera que comienza a darse en nuestra universidad, fruto de anhelos democráticos y de voluntad de cambios, actos de esta índole regocijan a quienes siempre han concebido la casa de Méndez Pereira como laboratorio de ideas, como matriz de proyectos, como espacio abierto a las incitaciones más elevadas del espíritu.

Por ello, al calor del entusiasmo que generan celebraciones de esta naturaleza, conviene resaltar cuanto de positivo y de encomiable converge en esta iniciativa de la Escuela de Español, que tradicionalmente ha sido generadora de inquietudes y realizaciones culturales de gran jerarquía, sean concursos, recitales, conferencias o debates en torno a cuestiones de interés para los universitarios y el público en general.

En realidad, el suceso que nos reúne en esta ocasión representa mucho más que un simple acto académico. Si examinamos con detenimiento estos homenajes que se tributan a valores de las letras panameñas, percibimos que en ellos no solo aflora la conciencia humanística de nuestros universitarios, sino además la conciencia patriótica de nuestros ciudadanos. Y lo segundo no debe sorprendernos, porque no en vano algunas de las más trascendentes gestas nacionalistas del último medio siglo han tenido su origen en la Universidad de Panamá.

Al respecto y dado que en diciembre conmemoramos dos fechas que son las que podríamos llamar hitos éticos de la patria, no resulta ocioso recordar el papel desempeñado por los universitarios en las jornadas de diciembre del 47 y enero del 64, amén de otras participaciones, igualmente destacadas y meritorias, en defensa de la nación y de sus causas más nobles.

En cuanto a lo que cabría denominar la conciencia humanística –en el sentido profundo y luminoso que Aníbal Ponce daba a este concepto–, es pertinente evocar las enseñanzas y los ejemplos de los maestros insignes que marcaron el rumbo de nuestra universidad. Ahí está el legado de nuestro padre espiritual Octavio Méndez Pereira, de Harmodio Arias Madrid, de José Dolores Moscote, de Jeptha B. Duncan, de José Daniel Crespo; en la senda abierta por ellos se inscriben certámenes como el que hoy nos congrega.

¿Y por qué?, se preguntarán algunos. ¿Qué relación guardan estos homenajes con el pensamiento y las acciones de aquellos hombres eminentes? Para responder a tal interrogante, recordemos que, desde sus inicios, la Universidad de Panamá fue concebida como una casa que albergara y promoviera lo mejor de los individuos y lo mejor de la sociedad; un lugar donde coexistieran inteligencia y emoción en aras de un ideal: el engrandecimiento y el desarrollo óptimo de los hombres y de la nación.

Además de otras cosas, se pensó que la universidad debería hacer conciencia crítica. Mas no olvidemos que la crítica bien entendida supone, simultáneamente, censura y reconocimiento. Entonces, cuando la universidad –en este caso, una de sus escuelas– enjuicia o evalúa situaciones, problemas o ejecutorias, está cumpliendo con una de sus funciones primordiales.

Así, cuando en el marco de esta XIV Semana de la Literatura Panameña, la Escuela de Español exalta los méritos de algunos de nuestros creadores literarios, no hace más que abocarse a una de las tareas que justifican y enaltecen a nuestra universidad, que son inherentes a su razón de ser.

En tanto expresión de la sociedad que la sustenta y por ser el centro de la actividad intelectual de la nación, la universidad es la instancia idónea para el escrutinio de la cultura y para los pronunciamientos en torno a logros y vicisitudes de creadores y artistas.

Por ello cuando nuestra universidad discierne honores y reconocimientos, lo hace con pleno derecho y autoridad, pues no solo es morada del conocimiento, sino también –y en gran medida– habitáculo de la inteligencia y soporte de la imaginación.

Entonces –no es majadería reiterarlo, y con mayor razón en países que afrontan circunstancias como las que atraviesa Panamá– las universidades no solo deben ser centros de enseñanza superior, sino fuente permanente de análisis y reflexiones sobre los asuntos fundamentales de la nación.

En la etapa actual de nuestra historia, con una soberanía lacerada, con una identidad cotidianamente agredida por esquemas y valores de culturas ajenas, la exaltación de lo autóctono es parte de la responsabilidad ética que cabe a todo panameño consciente de su deber patriótico.

Nuestros universitarios se han percatado de esto; de ahí que en los claustros también sea cotidiana la defensa de nuestras raíces, la ponderación de nuestro pasado y la inculcación de las virtudes que alguna vez nos permitirán afrontar cara a cara el porvenir.

A esas raíces, a esas virtudes, a esos desvelos nos aproximamos al ocuparnos de la literatura panameña, ya sea en su conjunto o a través de representantes conspicuos. Basta echar una mirada a lo mejor de nuestras letras para entender nuestra peripecia como nación, para aprehender la savia y los rasgos esenciales de nuestro pueblo. Afán de identidad, de afirmación, de lucha por ser y existir plenamente, es lo que anida en el fondo de nuestra literatura.

Piénsese en don Justo Arosemena, en Amelia Denis de Icaza, en Ricardo Miró, en María Olimpia de Obaldía, en Demetrio Herrera Sevillano, en Joaquín Beleño, en Ramón H. Jurado, en Diana Morán y en tantos otros escritores y poetas que han recogido en sus textos no solo sus ideas, sentimientos y fantasías, sino los anhelos y los dolores de la nación.

En este momento, limitaciones de tiempo me impiden ahondar en aquella discusión, que tal vez nunca concluya, sobre la “literatura comprometida”. Acerca del tema, figuras de la talla de Jean Paul Sartre, de André Gide, de Frantz Fanon, de Antonio Gramsci, de Georg Lukács, de Octavio Paz, de Pablo Neruda y tantas otras, han dado aportes esclarecedores. Aún sin reabrir el debate, bueno es, sin embargo, señalar que su vigencia no ha expirado, máxime si consideramos la situación concreta –ya aludida antes– que vive nuestro país.

Miguel Ángel Asturias, el célebre escritor guatemalteco, en una de sus últimas entrevistas, concedida precisamente a un escritor y periodista panameño en México, decía que la literatura latinoamericana había nacido bajo el signo de la protesta. El narrador prefería el término de “invadida” al de “comprometida”, pues, según su criterio, en el ámbito americano la literatura había sido invadida por la realidad.

Cuando exponía esta opinión, Asturias se refería al contenido y al espíritu de los Comentarios Reales, del Inca Garcilaso de la Vega; pero esa línea de razonamiento puede extenderse y abarcar a muchísimas obras y autores latinoamericanos de primer orden. Un somero examen del panorama literario de nuestra América nos induciría a coincidir con el creador de Leyendas de Guatemala, El señor presidente y Hombres de maíz.

En cuanto a Panamá, hemos dicho que las preocupaciones sociales y patrióticas han permeado buena parte de lo más representativo de nuestras letras. Esto es patente en los autores de mi generación.

Sin ánimo de postergar a otros, pensemos en Ramón H. Jurado. Sus mejores páginas expresan –unas veces con trazos luminosos y otras con tintes sombríos– lo que somos los panameños. Influido por los hábitos del criollismo, que tanto lustre y vitalidad aportó a la literatura del continente, Jurado plasmó en sus obras los perfiles de una época –de una circunstancia, diría Ortega–, en que no teníamos del todo claro cuáles eran las líneas de nuestro rostro ni el tamaño de nuestra esperanza.

Algunos estudiosos han señalado ya las virtudes del autor de San Cristóbal, Desertores y El desván; pero no es impertinente consignar, también, que sus disquisiciones sobre la narrativa contribuyeron a definir rutas y a fijar puntos de referencia, para que el camino resultara menos arduo a los nuevos escritores. Y como él hubo otros. Y otros vendrán. Porque así es como acontecen las cosas en la ficción y en la realidad, en las tradiciones y en los pueblos.

Literatura para la patria. Literatura para la vida. Tales expresiones podrían resumir la historia de nuestras letras. Y con ese mismo espíritu de adhesión a lo nuestro, de encomio a lo mejor de nosotros –espíritu que nutre y anima a nuestra universidad–, me complace declarar formalmente inaugurada la XIV Semana de la Literatura Panameña.

Literatura para la patria. Literatura para la vida. Tales expresiones podrían resumir la historia de nuestras letras”
Lo Nuevo
comments powered by Disqus