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- 12/07/2025 00:00
El psicoterapeuta, autor bestseller y experto en teoría del apego, el mexicano Mario Guerra, conversó con La Estrella de Panamá en ocasión de su participación en el Teatro Pacific Center con dos conferencias magistrales: “Volver a casa: sanar lo que fuimos y construir lo que seremos”, y “Habilidades para afrontar retos”, que ofrecerá el próximo 12 de agosto.
Con más de 30 años de experiencia clínica —que comprende asesorías a empresas privadas y gubernamentales, terapias de pareja y libros para superar el duelo— Guerra explicó la importancia de mantener vínculos saludables y fortalecer la inteligencia emocional como aspectos clave en la construcción de la felicidad y la realización personal.
La teoría del apego nos habla de cómo las personas, desde que nacemos, empezamos a formar vínculos. Un vínculo es un lazo afectivo que se establece entre las personas. Cuando somos niños, normalmente los formamos con nuestros padres o con quien haya ejercido ese papel. Estos vínculos nos permiten tener identidad y pertenencia para florecer, y seguridad para sobrevivir. Si se forman de manera saludable, desarrollamos un apego seguro y nos relacionamos con los demás con confianza. Pero cuando la crianza no es afortunada, aparece una variante de apego inseguro, en la que nos relacionamos con temor y dudas. Si esto no se repara, pueden verse afectadas nuestras relaciones y nuestra autoestima. Lo que nos dieron nuestros padres es como un espejo, pero ese reflejo puede estar distorsionado, y lo que vemos no es exactamente lo que somos.
Lo primero es reconocer. A veces, como padres, decimos: “Pues, mira, yo hice las cosas así porque yo soy el padre y a mí no me discuten nada, y ustedes se aguantan porque nada les faltó”. Y ahí empieza el inventario: “Tuviste casa, escuela, comida, amigos”. Sí, pero nunca preguntamos qué hizo falta. A lo mejor la respuesta es: “Me hiciste falta tú, me hizo falta tu paciencia, tu consistencia, tu empatía”. Entonces, lo primero es la conciencia, porque claramente vamos a cometer errores. Si yo te decía: “Ándale, apúrate o no vas a ser nadie en la vida”, en realidad lo que quería era que te pusieras rápido el uniforme. Y ahora, eso impacta en que eres una persona que no puede descansar o que rechaza toda estructura o lineamiento. Hay una construcción hacia un futuro de posibilidades, hacia una versión propia que no cargue pesos innecesarios. Se trata de decir: “Cometí errores, no fue lo mejor que hice, era lo que podía hacer, pero ¿qué sí puedo hacer a partir de este momento?
Porque el pasado existió, y se recuerda tanto en la memoria como en las emociones. Nuestra mente ha evolucionado para retener con más fuerza las experiencias que nos causaron dolor, o el dolor que causamos, para mantenerlas presentes y no repetirlas. Por eso, a veces es más fácil recordar un momento doloroso que uno placentero. Sí, podemos recordar unas vacaciones bonitas, pero recordamos más el día que me torcí el tobillo. Dejar atrás el pasado es un arma de doble filo. Muchas personas piensan que se trata de olvidar y no volver a recordar. En psicología eso se llama negación, represión o, en algunos casos, evitación. Y es lo que mucha gente hace: levantar el tapete, barrer la basura y esconderla. Pero eso no significa que desaparezca. Al contrario, ¿quién sabe qué está pasando debajo del tapete cuando no se limpia? A lo mejor, cuando lo levantemos, no solo está la basura, sino también moho, bacterias y descomposición. Hay que mirar lo que hay allí para poder comprendernos y construir un futuro más consciente y sano, en la forma en que nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos. También existe la autovinculación: ¿quién soy para mí?
Lamentablemente, tienes razón. Al hablar de inteligencia emocional nos vamos hasta 1995, cuando Daniel Goleman publicó su famoso libro Inteligencia emocional, que causó un gran revuelo, incluso en el ámbito de la salud mental. Hasta ese momento se percibía que la inteligencia era algo ajeno a las emociones. Goleman no descubrió el concepto, pero lo desarrolló y lo popularizó. Sus libros y conferencias mostraron la importancia de saber manejar las emociones. Porque esa es la palabra: regular, no controlar. Las emociones son mensajeros internos. Pensemos en una alarma de incendio: suena, pero no te dice qué hacer. La inteligencia emocional es lo que haces cuando suena esa alarma: saber elegir. Sí, es más fácil decir: “Yo soy así”. Uno de mis pacientes me dijo una vez: “Mario, a mí que me quieran como soy”. Y yo le respondí: “Pues sí, pero a veces, como eres nadie te va a querer”. Entonces, habría que hacer algunas modificaciones que nos ayuden a tener mejores relaciones.
Creo que hay que hacerse dos preguntas. La primera: ¿qué es el amor? Y la segunda: ¿para qué creo que es una relación de pareja? Uno suele pensar que el amor es lo opuesto al odio, o a la indiferencia. Yo creo que lo opuesto al amor es el egoísmo. Cuando entramos en una relación y amamos, tenemos que entender que ya no somos solo nosotros: también está el otro. Y el otro, igual que nosotros, tiene necesidades, gustos, disgustos, filias, fobias, preferencias. La otra persona también va a querer obtener algo bueno de nosotros y de la relación. Tendríamos que preguntarnos: ¿cuáles de mis cualidades son las que voy a aportar a esta relación? Eso es el amor: lo que estoy dispuesto a ofrecer para que, al regresar cada día después del trabajo, tenga el gusto de decir que vuelvo a casa. No solo a la casa física, también al espacio de seguridad y confianza. La segunda pregunta: ¿para qué es una relación de pareja? Claro que no es para sanar heridas emocionales. No es solo para tener compañía y evitar sentirse solo. Una relación de pareja es para compartir, para dar lo mejor de mí a la persona que quiera hacer exactamente lo mismo conmigo. Claro, también se darán cosas que no son lo mejor. Pero si el objetivo primario es ofrecer lo mejor de nosotros, cuando aparezcan esas otras cosas, se compensarán o se repararán rápidamente, porque tenemos la intención de construir y cuidar el vínculo. En mi taller de parejas, al empezar les pido que se hagan algunas preguntas: ¿Es fácil llevarse bien conmigo? ¿Soy una persona clara en lo que quiero? ¿Estoy dispuesto a reparar mis errores, pero primero a reconocerlos? ¿Estoy dispuesto a mirar y limpiar lo que hay debajo del tapete? Sí, los diamantes son bonitos... cuando están bien pulidos.