La historia del ‘pequeño París de las Antillas’

PANAMÁ. Pocas catástrofes naturales son bien recordadas. Esta es una de ellas. Se trata de la erupción en el monte Pelée, que destruyó l...

PANAMÁ. Pocas catástrofes naturales son bien recordadas. Esta es una de ellas. Se trata de la erupción en el monte Pelée, que destruyó la ciudad de Saint-Pierre, al norte de la isla franco-caribeña de Martinica, la mañana del 8 de mayo de 1902.

Antes de la fatídica fecha, muchos fenómenos fueron avisando a la población local y sus autoridades, pero para la época fueron mal entendidos: sismos, detonaciones, lluvias de cenizas, lahars (flujos de lodo y agua hirviendo) y un maremoto, entre otros.

En lugar de la lava que finalmente esperaban los martinicos, el volcán liberó un gigantesco flujo piroclástico: una avalancha de cenizas, bloques y gases, de una temperatura hasta de 450 °C, que arrasó con la ciudad a una velocidad estimada de unos 180 km/h.

Fue precedida por una poderosa onda de choque, seguida por un viento de retorno. La ciudad fue soplada y luego incendiada, y una veintena de barcos fondeados en su bahía fueron destruidos. Más de 28 mil personas murieron en este cataclismo. Solo sobrevivieron, en Saint-Pierre, un prisionero protegido por los espesos muros de su celda (Cyparis), un zapatero que se había refugiado en el sótano de su casa y algunos marineros (todos, gravemente quemados).

La conmoción mundial llegó. Dio lugar a vastos movimientos de solidaridad. En Francia, además de múltiples acciones de beneficencia, un comité oficial de asistencia y auxilio fue creado.

Por otra parte, Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido e incluso Alemania, que mantenía entonces una dura rivalidad con Francia, aportaron ayuda humanitaria.

Pero la tragedia del 8 de mayo tuvo otra consecuencia notable: el nacimiento de la vulcanología moderna, bajo el impulso del profesor Alfred Lacroix.

VUELVE A SER PARÍS

En las fértiles tierras del monte Pelée, la vida no tardó en retomar sus derechos. La vegetación reapareció, las plantaciones se reconstituyeron y Saint-Pierre se repobló, modestamente (el municipio tiene hoy unos 4,500 habitantes). Otros, en cambio, permanecieron en el estado de ruinas. Es el caso de la casa colonial de salud (el psiquiátrico), del teatro y de la iglesia del fuerte.

Titular de la prestigiosa etiqueta ‘Ciudad de Arte e Historia’, que le fue otorgada por el Ministerio de Cultura de Francia en 1990, Saint-Pierre intriga y encanta a sus visitantes.

Con el fin de redinamizar este territorio, el Consejo Regional de Martinica lanzó, en 2010, una iniciativa única en su estilo, en el Caribe: el ‘Gran Saint-Pierre’. Entre las acciones que ya fueron aceptadas, en el marco del Gran Saint-Pierre, están la rehabilitación del antiguo jardín botánico, el acondicionamiento del malecón, una mejor difusión de las informaciones relacionadas con el patrimonio hundido en la bahía (y especialmente, los restos de barcos), la fundación de un centro de descubrimiento y de formación para la arqueología submarina, la modelización en 3D de la Saint-Pierre de antes de 1902 y la concepción de un circuito de descubrimiento del noroeste de la Martinica (el ‘Nord Caraïbe’).

Lo vemos: si el monte Pelée hace periódicamente uso de su fuerza destructora, tiene también el don de transmitir a los hombres un asombroso poder creador.

REPASO HISTÓRICO

La rica historia de la ciudad se remonta a 1635, a los orígenes de la colonización francesa de la Martinica. Saint-Pierre fue la capital política de la colonia hasta 1692, y siguió siendo, a continuación, su capital económica. Su rápido desarrollo se debía, en gran parte, al comercio del azúcar (que acarreó una intensificación de la deportación de esclavos africanos hacia la Martinica).

En el siglo XVIII, la ciudad recibió el apodo de ‘el París de las islas’, entre otros apodos que exaltaban su belleza.

Antes de la fatídica erupción, Saint-Pierre podía enorgullecerse de poseer una cámara de comercio, un puerto muy activo, un teatro de 800 butacas, un psiquiátrico reputado, un jardín botánico, una red eléctrica de alumbrado público y hasta un tranvía hipomóvil.

Su población, muy mestizada y liberal, era conocida por su educación refinada y su gusto por las artes y la fiesta. Es esta dinámica y resplandeciente aglomeración que el volcán martirizó.

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