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- 28/12/2023 00:00
Antes de terminar con las carteleras de este año, la cineasta Sofía Coppola hace una aparición especial con una desgarradora y atrevida historia sobre la otra cara de la moneda de ser una Presley. Contada desde la perspectiva de Priscilla Presley —y ampliamente basada en el libro Elvis y yo de la esposa del ‘rey’— nos encontramos con un cuadro agridulce de su relación con el músico y actor desde su juventud hasta su independización en Priscilla.
En sus memorias, escritas en 1985, Priscilla Beaulieu –su apellido de soltera– detalla su relación con Elvis Presley desde la primera vez que se conocieron en 1959 (a sus 14 años, y él con 24) en Alemania durante su servicio militar, pasando por cada momento de turbulencia en su relación a distancia hasta llegar a su matrimonio y el final de este en 1972. En el ojo del huracán encontramos la lealtad de Priscilla hacia el músico, las dificultades de vivir con él debido al consumo constante de sustancias y la caída de su relación.
Desde su versión, Coppola muestra la parte tierna y vulnerable de Priscilla desde su adolescencia, los problemas con sus padres y la resistencia de dejar a su hija formar una vida con un músico conocido por su fama entre las mujeres, así como el envolvimiento de esta en un mundo cegado por las luces de paparazzis y días enteros olvidados a causa de pastillas para dormir.
Con casi dos horas de duración, Coppola se centra en la visión de Priscilla sobre su matrimonio y las dificultades de este; desde Elvis inculcándole cómo vestir y teñir su cabello de negro, hasta la violencia emocional y psicológica que sufrió a manos del músico. En contraste con una cinta que presenta a un Elvis subiendo a la fama y cayendo de la cima casi a la misma velocidad, la historia de Priscilla es un testimonio de la posefervescencia de una relación apasionada y con más altibajos que estabilidad.
Jacob Elordi (El stand de los besos) le hace de coestrella a Cailee Spaeny (Jóvenes brujas), quien destaca frente a la cámara en un papel protagónico con versatilidad emocional que transita casi al segundo entre una reacción y otra, dejando ver la constante batalla de pensamientos que a travesaba Beaulieu. Sillas vuelan sobre la cabeza de Priscilla, un Elvis que manipula sus emociones y un Graceland que casi se vuelve una prisión, son algunos de los momentos más críticos de la cinta que no busca ser una biopic fiel al pie de la letra, sino una dramatización de lo que vivió una mujer por amor.
Priscilla Presley fue productora ejecutiva de la película, brindando claridad y veracidad a la historia que interpreta Spaeny, y contando su propia experiencia desde el lente de Coppola tras menos de un año del fallecimiento de su hija Lisa Marie Presley. Pese a presentar una relación que no tuvo un final feliz, Coppola se esfuerza por mostrar los momentos en los que la pareja realmente disfrutaba el uno del otro, junto a amigos y familia en Graceland, hasta en la intimidad cuando nadie más fue testigo de sus conversaciones y afectos.
Aún así, estos momentos se hacen cada vez más cortos y espaciados a medida que “el Rey” se embarcaba en un viaje de autodescubrimiento espiritual de varias índoles y se introducía cada vez más en la desinhibición de las pastillas y sustancias como el LSD, llevando consigo –más por miedo que por interés– a una Priscilla dividida entre su amor y su reniego a abandonar a su esposo.
Llegamos al tercer acto de la cinta al darnos cuenta de que dentro de las paredes de Graceland, Elvis no desea a Priscilla, y esta se refugia en Los Ángeles con su hija aún infante para tratar de buscar su propia vida e identidad, dejando de lado los peinados extravagantes, el tinte negro y su maquillaje insignia, en pro de un estilo más natural. Este es el punto de quiebre donde vemos realmente su alejamiento y su lado honesto.
Quizás uno de los puntos débiles de Priscilla es su recta final, un abrupto cierre en pantalla negra tras una débil despedida de Graceland, dejando ver que nunca fue la intención contar cómo es la nueva Priscilla o su vida después de su divorcio de Presley, como si fuera necesario dejar a la imaginación algo que es parte de la vida real.
Juntando el rompecabezas ideado por Coppola, sin dejar de lado lo brillante de la producción, vestuario, maquillaje, peinado y fotografía en cada escena, nos quedamos con un cuadro que no se está quieto en una sola etiqueta; que no busca ser un llamado de atención a la violencia doméstica, o una huelga a las sustancias, o siquiera una fábula de una oveja enamorada de un león, sino todas a la vez de forma dramática.
Priscilla es un mensaje de advertencia, así como de esperanza, que debe verse desde el lado del entretenimiento, pero también como la apertura a la vida detrás de escena de una de las parejas más famosas del siglo XX y que, para bien o para mal, continúa siendo un ícono de la fama amurallada exportada al mundo como una de las últimas grandes eras de Estados Unidos.