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‘Se ha vuelto tan común la destrucción’, la obra más personal de Jhafis Quintero

- 19/05/2025 15:47
El artista panameño Jhafis Quintero se enfrenta a su historia en una novela autorreferencial. A través del personaje llamado J, el autor revela elementos autobiográficos en tono poético. Sus palabras tienen una fuerte carga emocional de un hombre marcado por el exilio, el amor, el dolor y la marginalidad.
Para él, escribir Se ha vuelto tan común la destrucción fue un acto de supervivencia. Cuenta que un día empezó “a experimentar un dolor intenso, el sueño de haber encontrado la felicidad se disipaba frente a mí, particularmente, porque creía que después de haber afrontado por años la enfermedad y muerte de mi anterior esposa en Italia, finalmente la vida me había concedido un final feliz”.
“Me encontraba frente a una situación brutal, es decir, en plena pandemia, sin posibilidad de irme a ningún lado, me veía forzado a afrontar una maravillosa mujer que, no obstante su buen corazón, sufría una condición psicológica que la llevaba a extremos terribles y a mí con ella”, revela Quintero.
Explica que en su “beata ignorancia”, siempre creyó que borderline era una especie de deporte extremo, “cuando en realidad se trata de una condición psicológica que lleva a la persona que la sufre a satanizar o santificar a la persona que está con ella, cambios radicales de percepción a diferencia de horas o días, a la provocación sin mérito, a la autoagresión y en muchas ocasiones a la muerte. Las personas que viven cerca de ellos llegan a extremos muy fuertes también”.
Aquella situación lo empujó al borde del suicidio. “No como gesto estérico, sino como única salida”, dice. Pero antes de saltar, decidió escribir. “Me dije: ‘si la vida misma me va a matar, entonces para qué apresurarme’. Y escribí la novela. Fue un acto de exorcismo”.
Quintero confiesa que el personaje de J nace de esa batalla interna, entre el encierro físico y el emocional. La novela es un testimonio que mezcla migración, salud mental, amor y violencia. “Todas esas corrientes juntas crearon maremotos emocionales”. Ver a la persona que amas llevada por los demonios de su mente, y a ti mismo arrastrado por los tuyos, es una experiencia que te cambia para siempre”.
La historia está contada en fragmentos. De acuerdo con el autor, no es que buscara innovar, sino que él mismo estaba roto. “Me había transformado en alguien que no me gustaba. La presión constante me hizo tomar decisiones equivocadas. Hablaba con versiones pasadas de mí mismo: el panameño, el italiano, el costarricense... Pero, al final, siempre era yo, y ya saben, ser objetivo en primera persona es muy difícil”.
“Para mí escribir me exige un poco más que el trabajo con las artes visuales, me obliga a excavar siempre más profundo, digamos que la etimología es apenas la punta del iceberg. Con mi trabajo visual yo sugiero emociones, busco generar preguntas autocríticas. Con la narrativa la comunicación es más profunda, hago justo eso, narrar una imagen que a su vez genera todo lo que antes explicaba”, cuenta Quintero.
Su novela también es una crítica social: racismo, exclusión, pobreza... están presentes no como denuncia directa, sino como parte del cuerpo que escribe. “Somos lo que hemos vivido. Y muchas decisiones que creemos conscientes son solo automatismos nacidos del trauma”, añade el artista.
“No creo en la redención. Creo que desarrollamos herramientas para acercarnos a la vida sin dañar a otros. Eso es lo más que podemos hacer. Los sentimientos siempre llegan antes que los pensamientos”.
Asegura que el lector no espera compasión ni aplausos. Solo atención. “Que puedan mirar, desde una distancia segura, este drama extremo. Aunque lo veamos desde una vitrina, todos hemos pasado o pasaremos por algo parecido. Para el amor y sus efectos secundarios... todavía no hay vacunas”.
Jhafis Quintero (Panamá, 1973) es un artista plástico y escritor. Comenzó su carrera como artista mientras descontaba 10 años de prisión en Costa Rica, de la mano de la artista Haru Wells, quien estaba decidida a demostrar que el arte es un sustituto efectivo del crimen. Su experiencia carcelaria juega un papel destacado en su obra, con una percepción singular del paso del tiempo y sus implicaciones para un cuerpo inmerso en ese marco temporal particular, y una constante reflexión sobre la muerte que se desliza sobre la vida de los internos.
Su práctica artística surge de sus experiencias personales en el mundo carcelario, el silencio, la inseguridad, pero también la imaginación y la creatividad dirigidas a encontrar medios de supervivencia. Ha realizado exposiciones personales y colectivas en museos de Nueva York, Texas, Madrid, Londres, Barcelona, Estambul, Brasil, Argentina y Tazmania, entre otros, y su trabajo forma parte de colecciones privadas como Daros (Suiza), Cisneros o el Centro Nacional de Bellas Artes de París. Es autor de Máximas de seguridad, Los dueños del mundo y La casa de los geckos.