'El pan de la guerra', la valentía en medio de la opresión

Actualizado
  • 22/10/2020 00:00
Creado
  • 22/10/2020 00:00
En Afganistán, durante una guerra, una niña de 11 años debe buscar a su padre, encontrar a su familia y desafiar las leyes de su pueblo para sobrevivir
Con un tema centrado en la valentía, el filme no deja de lado la importancia del amor fraterno, la responsabilidad y la honestidad en todo momento.

En 2018, El pan de la guerra (The Breadwinner, en su título original) fue llevado a competir en los premios Oscar en la categoría de Mejor película animada.

Esta adaptación del libro homónimo de la escritora Deborah Ellis retrata de forma cruda y conmovedora la guerra talibán en Afganistán, la lucha de una madre por mantener a su familia unida y el reto de su hija por rescatar a su padre de las garras de una opresión militar en la ciudad de Kabul.

La era dorada de la animación arrojó títulos reconocidos como Kubo y la búsqueda del samurái (Travis Knight), Coraline y la puerta secreta (Henry Selick) o El fantástico Sr. Zorro (Wes Anderson), pero también dio a conocer el trabajo de la directora Nora Twomey, quien llevó a la gran pantalla la investigación y pluma de Ellis, en un retrato fantástico y con cierta realidad aterradora de la vida de una familia en la ciudad de Kabul. La protagonista, Parvana (interpretada por Saara Chaudry), tiene 11 años al momento del aprisionamiento de su padre, Nurullah (Ali Badshah), por una falsa acusación de ser un “enemigo del islam”, al incentivar a sus hijas a ser independendientes y no olvidar la historia de su pueblo, más allá de las guerras y la violencia.

Cuando su familia empobrece y Parvana no puede salir a buscar comida –ya que la ley prohíbe a las mujeres salir sin acompañante varón–, se corta el pelo, toma la ropa de su hermano fallecido y se hace pasar por él para ganar dinero junto a su amiga Shauzia (Somma Chhaya), quien también se esconde de la ley. “Cuando eres hombre puedes ir a donde quieras”, comenta Shauzia mientras lleva a Parvana en un corto viaje de libertad, hasta que esta debe volver a su misión de rescatar a su padre del régimen talibán, antes de que sea demasiado tarde.

La historia extraída del libro de Ellis, quien en 1990 investigó la vida de mujeres afganas en campos de refugiados en Pakistán, toma forma en la animación fantástica y libre guiada por Twomey y la guionista Anita Doron, quienes de forma magistral toman los tesoros narrativos de la cultura real y los entrelazan con la flexibilidad audiovisual de un universo expandido a través de la animación digital. “Éramos científicos, filósofos y narradores de historias, pero vivíamos a las orillas de imperios en constante guerra unos con otros”, dice Nurulla a Parvana en un momento, lo que da pie a un universo de cuento paralelo, contado por Parvana a su hermano menor Zaki, en el que un joven deberá vencer al “rey elefante” que atemoriza a su pueblo y derrotar los demonios de su pasado, una lección que Parvana también deberá aprender.

Con la música de Mychael y Jeff Danna, la narrativa de la cinta se ve envuelta en melodías ancestrales, llevadas a cabo por instrumentos del oriente y occidente, que agregan un valor indiscutible a la identidad de la historia y sus personajes. El retrato de Ellis y Doron no sataniza a los afganos, ni muestra una violencia explícita, puesto que el foco no está puesto en una revolución civil –aunque la denuncia de la violación de los derechos de las mujeres obtiene una mención honorífica–, sino en el día a día de Parvana y su viaje de madurez que podrá hacer identificarse a quienes han tenido que crecer de la noche a la mañana por la supervivencia de sus familias.

El cuento paralelo del “Rey elefante” es un recurso que podría disipar un poco la urgencia de la historia de Parvana, sin embargo, la belleza de la animación en estilo “corte de papel” que se representa en profundidad, colores intensos y, a menudo, en impresionantes patrones simétricos, hace que nos adentremos más en el verdadero significado de su relato y su simbolismo con la misión de Parvana, que de haber sido filmado en live-action, nos habríamos perdido.

“Somos una tierra cuyo pueblo es su mayor tesoro”, dice Parvana en un momento desolador, en medio de la oscuridad y lejos de su familia, pero consciente de que al volver el día podrá soportar nuevos retos dentro de la sociedad en la que vive. Con una enseñanza que podemos aplicar en cualquier situación, la voz de la niña de 11 años se deshace a través de flores animadas y pinceladas del ocaso: “Alza tus palabras, no tu voz. Es la lluvia la que hace crecer las flores, no el trueno”.

Para cuando llegamos al final de la cinta, el mensaje ha sido transmitido; el joven ha llegado a enfrentar al “rey elefante” y Parvana se enfrenta a las minas, balas y la cruel realidad que envuelve a su padre, pero Twomey no deja todo atado claramente, sabe que la opresión talibán y la violación de derechos humanos no se arreglan en una noche; aún así, da un respiro a los personajes, un legado de alma y corazón sin recurrir al sentimentalismo innecesario, y por ende, un cierre que deja al espectador esperando conocer más de esta realidad –muchas veces ignorada– que se vive al otro lado del mundo.

El pan de la guerra está disponible en Netflix Panamá.

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