Conmemoraciones

Actualizado
  • 14/12/2019 00:00
Creado
  • 14/12/2019 00:00
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Empezó con uno en la parte interior del brazo derecho. Fue el que más dolió. Aún no estaba acostumbrado a las agujas. Aunque ya hacía más de tres años de ocurrido, el grabado conmemoraba su primer beso. Y es que estaba en la etapa de la vida en que ese acontecimiento es lo más importante que puede pasarle a un ser humano. Encontró el diseño en un libro de pintura contemporánea. En primer plano la mujer de espaldas con el cabello amarillo apagado como el que llevan las rubias discretas. La mano con que él la abrazaba reposaba bajo la tira del sostén. Tras la cabellera se asomaba la gorra de béisbol que él llevaba con la visera hacia atrás. Un aura de diseños sin formas definidas rodeaban a la pareja extendiéndose hasta el marco que encerraba la escena como si fuera una foto.

Conmemoraciones

Pintarrajearse el cuerpo era una moda pero mantenía el estigma relacionado a la mala vida. Por eso se lo grabó así, pequeño, escondido. Lo miraba con frecuencia. Levantaba la manga de su camisa para observarlo cuando estaba solo. Lo escondía pudoroso de la vista de otros. Semanas después ya era parte de su cuerpo como un lunar. Al cabo de un tiempo tuvo suficiente valor para mostrarlo y descubrió que la gente lo miraba de la misma forma que a sus ojos cafés.

El segundo se lo grabó en la muñeca donde se toma el pulso, bajo la correa del reloj. Era una figura abstracta que diseñó con un artista de la tinta basándose en la foto de Nina con quien conoció el sexo de día y de noche, en tandas múltiples y raras posturas. Entonces pensaba que eso era el amor.

La pasión por el cine y las filmaciones lo llevó a tatuarse una videocámara de ocho milímetros. La idea de unir los cuadros como si fueran parte de una cinta cinematográfica enrollada en el brazo la tuvo después. Otro artista transformó los marcos y los unió con carriles de huecos pequeños a ambos lados de cada tatuaje. Partiendo de la foto de Nina, la cinta daba una vuelta completa sobre el antebrazo hasta el codo, continuaba por el brazo enrollándose hasta la foto del beso, seguía dando la vuelta y terminaba en la parte trasera del hombro, casi en el omoplato. Estaba dividida en cuadros para ir llenándolos con eventos significativos. Pensó que más adelante podría seguir enrollándose todo el cuerpo como una momia.

De una borrachera despertó con una crisálida abierta y una mariposa haciendo el esfuerzo por salir de uno de los cuadros. Se mandó a grabar una botella con cuerpo de mujer, un carro deportivo y un velero que flotaba a lo lejos. El día en que aceptó casarse con Silvia (porque fue ella quien se le propuso) llenó otro de los cuadros y otro como conmemoración de la boda luego de que ella lo exigiera como requisito para presentarse a la iglesia vestida de novia después de que ya habían repartido las tarjetas de invitación. Disfrutó mucho más el diseño que otro artista le hizo con la foto de su hijo envuelto en sábanas como un motete del que sobresalía la cabecita rosada con una cara amorfa de recién nacido. Para terminar ese capítulo mandó a hacerse un diseño de dos manos con grilletes rompiendo la cadena que las unía. Demasiado cliché, pero fue el sentimiento que le produjo la visita de Silvia con un abogado, el legajo de papeles para firmar y morados barnizándole la piel bajo los lentes oscuros.

Alguna noche pensó que debía mandar a tatuarse un diseño de un niño con hambre pero luego, en la mañana, decidió que ese tatuaje debía hacérselo su ex esposa en la frente. Aunque él no había tomado un arma de fuego, mandó a dibujarse un par de ladrones asaltando un banco a mano armada porque así se sentía cuando sus habilidades y contactos le permitían justificar transferencias de dinero, realizar cobros sobre mercancía inexistente y ser intermediario en transacciones poco ortodoxas.

Logró sacudirse la vergüenza sembrando evidencias falsas sobre su compañero de parrandas y negocios turbios. Estaba indeciso entre grabarse un carro de policía llevándose a un hombre de mediana edad con ojos saltones y cabello desaliñado o la imagen del hombre tras rejas gruesas con tres negros detrás asechándolo. Pero antes de ese nuevo tatuaje debía extenderse la cinta cinematográfica sobre la espalda o el pecho.

Sentado en la cama, bajo la oscuridad dura que entraba por la ventana, sin poder dormir, tuvo en el hombro la sensación punzante de la tinta entrando en la epidermis a través de las diminutas agujas. Con la mano contraria, palpó el escozor. Sintió cómo el tatuaje se le extendía hacia la clavícula pasando frente al cuello para darle una vuelta como un lazo. La mano que había tocado el hombro ardiente se le manchó. La tinta corrió por el brazo enrollándosele hasta el omoplato. Cruzó sobre el hombro y se unió en la clavícula con el tatuaje que había crecido desde el otro brazo. Subió por su cuello como un ejército de hormigas negras. Lo amordazó y siguió creciendo sobre su cara forrándole la cabeza en un pasamontañas de donde querían saltarle los ojos abiertos a la fuerza porque la tinta le sujetaba las pestañas.

El tatuaje creció más allá de la piel, colgándole de las manos. Alcanzó las paredes y templó con fuerza ambos brazos. Lo levantó en pose de crucifixión. Caminó sobre su cuerpo como hiedra sin la gracia de colores que llevaba la cabellera del beso. Lo sintió bajar por el pecho, arrancarle los vellos, clavársele en las costillas, voltearle el ombligo y continuar bajando. No llevaba el silencio mocoso del recién nacido, mas sí el rastro cruel de pólvora sobre las manos. Raspó sus caderas, cubrió sus ingles y continuó por los muslos grabándole la piel. Salió disparado en tiras hacia la pared de enfrente. Lo suspendió en el aire, paralelo a la cama, en una telaraña de celuloide flexible.

Empezó desprendiéndole el tendón de Aquiles. Fue el que dolió más porque aún no estaba acostumbrado a que arrancaran partes de su cuerpo. Continuó con el músculo tibial, el peroné lateral y demás músculos de las pantorrillas. Cayeron en el colchón teñido de rojo. El tatuaje le recogió la piel. Unió los huesos al aire zunchándolos como varas. Brotó más grueso y subió por los femorales arrancándoselos. Se demoró con los glúteos, vació la pelvis, mutiló su sexo. Se desparramaron las vísceras con líquidos y sangre. Colgaba el pellejo entre la cinta que apretaba como una pitón triturando a su víctima. Cayeron los órganos internos. El tatuaje apartó el corazón en el aire alzándose como una mano sosteniendo una manzana. Siguió enrollando los huesos limpios. Toda la piel le colgaba del cuello como una capa.

El tatuaje le enseñó el corazón. Lo mantuvo estático frente a su cara mientras los trozos de su anatomía se elevaban en el aire. Se lo empujó por los ojos, con fuerza, como un extrusor. Órganos y músculos entraron detrás. Desprendiéndose de la pared, el celuloide dobló los huesos atados y penetró el cráneo. La piel se solidificó, negra. Se encogió. En los ojos se embobinaron las cintas que tenían sus brazos extendidos y luego todo lo que había dentro del cráneo. Todo él. Cayó primero la cáscara negra. Luego los dos carretes en que se transformaron los ojos. Se cerró sobre ellos lo que una vez fue la piel.

Al entrar a la casa, sobre la cama encontraron un casete de ocho milímetros con una película triste.

Eduardo Jaspe Lescure
Escritor y financista
Eduardo Jaspe Lescure

Escritor y financista. Nació en Panamá. En 2014 ganó el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez de la Universidad Tecnológica de Panamá, con su libro Arcanos mayores (2015). Su segundo libro de cuentos es Malos agüeros (2015). En 2016 ganó el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán con su cuentario Origen del Ninfa (2016). Algunos de sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías y revistas.

Es Licenciado en Ingeniería Industrial por la Universidad Tecnológica de Panamá, Máster en Administración de Empresas por INCAE Business School, posee un Diplomado en Escritura Creativa de la Universidad Teconológica de Panamá y un Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana de UNIBA–Universitat de Barcelona. Ha desarrollado una carrera exitosa en la industria financiera panameña. Es CFO de Grupo Melo. Ha sido docente en programas de maestría en finanzas por más de trece años.

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