Hoy va de historia

Actualizado
  • 15/08/2010 02:00
Creado
  • 15/08/2010 02:00
Hace unos cuantos cientos de años los españoles, impelidos por sus sueños (de oro, de gloria, de poder o de poder quitar el hambre, que ...

Hace unos cuantos cientos de años los españoles, impelidos por sus sueños (de oro, de gloria, de poder o de poder quitar el hambre, que eso siempre impele mucho) zarparon hacia un destino desconocido, que por lo que se contaba en los corrillos de aquella época podía involucrar fácilmente la muerte de una forma un tanto desagradable. Con estos pros y contras sobre sus hombros llegaron unos cuantos desharrapados a las costas de lo que hoy es Panamá.

No quiero aburrirles una vez más con el relato de las vicisitudes pasadas por ellos y por los indígenas, hartos deben estar todos de escucharlas y leerlas una y otra vez cada año, no, contra lo que yo quiero prevenirles en esta columna de hoy es contra el olvido. Y el olvidar es mucho más que dejar de conmemorar una y otra vez la fundación de la ciudad de Panamá Viejo, una serie de actos protocolares, un par de discursitos vacíos de sentido y de contenido, escritos para pasar el trago y aquí paz y luego gloria, los políticos se van a sus casas con la sensación del deber cumplido y el pueblo, todos los ciudadanos de a pie, pasan el día libre tranquilamente, sin prestar atención a lo que realmente significó esa fundación. Recordar es entender realmente que el mundo de repente se empequeñeció, se hizo manejable. De pronto se sabía, por uno y otro lado, que había otros hombres, otros mundos, otros dioses.

La fundación de la primera ciudad europea en la costa pacífica, no sólo conquistó tierras e implicó la creación de un emporio de comercio que, cruzando mares hasta entonces ignotos y tierras muchas veces plagadas de enemigos, sorteando piratas y corsarios, unió continentes y culturas en un tejido intrincado que nunca más podría soltarse, tejido que se aderezó con sangre, (no se puede negar, la de los conquistados y la de los conquistadores), sangre que una vez derramada era igual de roja, pero que ha creado un tapiz hermoso. En Panamá la Vieja se fraguó la conquista del Perú, es cierto, pero no olvidemos que allí se asentó previamente un poblado indígena, y nunca olvidemos la sangre indígena que corre por las venas de todos los panameños hoy en día.

Desde Panamá la Vieja se enviaban expediciones de conquista al resto de Castilla del Oro, pero también salieron desde allí los misioneros que evangelizaban, y gracias a eso tenemos la maravilla de san francisco de la montaña, síntesis excelsa de la imaginería europea con la visión indígena.

No están mal los discursos si sirven para aderezar iniciativas que pongan realmente en valor lo que aún nos queda de historia, pero solo son palabras huecas si al día siguiente, los mismos políticos que ayer se daban palmaditas en el hombro por la maravilla de haber nacido a la sombra de la torre de Panamá Viejo, no hacen nada para eliminar la Vía Cincuentenario a su paso por el medio de las ruinas, si pretenden pasar una autopista de cuatro carriles por delante del conjunto histórico, dan permisos para rodear las ruinas de edificios de proporciones pantagruélicas o no se preocupan de limpiar de basura el entorno del conjunto monumental. Está muy bien discursear un día, pero el resto de los trescientos sesenta y cuatro se debe trabajar para que lo que nos queda de aquello que conmemoramos se mantenga, y pueda servir para mostrarles a las nuevas generaciones la importancia de esas piedras.

Recordemos la historia no como algo que se conmemora, sino como algo que se vive, y pensemos que gracias a la historia los pueblos son lo que son. Si las autoridades pertinentes no trabajan para lograr que los pueblos sientan como propio todo aquello que los constituye, la sociedad viajará desarbolada, a merced de cualquier nuevo viento.

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