¿Más vale Diablo veloz que Metro seguro?

Actualizado
  • 06/02/2011 01:00
Creado
  • 06/02/2011 01:00
A zorado por el tráfico vespertino, el conductor pisa el acelerador haciéndome perder el equilibrio, por lo que debo sujetarme de los re...

A zorado por el tráfico vespertino, el conductor pisa el acelerador haciéndome perder el equilibrio, por lo que debo sujetarme de los respaldares de los asientos más próximos hasta que encuentro uno vacío. El calor es sofocante. Lo sigue siendo hasta que el Diablo Rojo alcanza cierta velocidad en medio del tránsito vespertino y la brisa empieza a entrar por las ventanillas que se encuentran abiertas. Huele a humo y a sudor.

‘Calidonia, calle 12’, informa el ‘pavo’ desde la puerta. En el frente, dos lámparas LEDs derraman un pálido resplandor intermitente sobre un espejo -que le sirve de retrovisor interno al conductor de malas pulgas- y un tocado de plumas que adorna la parte superior del parabrisas. La inestabilidad reina en el interior del vehículo, la cual se acrecienta a medida que el bólido se dispara a lo largo de la Vía España...

El estruendo que acompaña a esta maquinaria (que tiene sus días contados) mientras se desplaza hace prácticamente inaudibles las conversaciones que tienen lugar en los asientos. Frente a mí, un hombre y una mujer cuchichean, mientras él le acaricia el dedo índice a su compañera y apoya melosamente su cabeza en el hombro de ella...

Un vendedor de DVDs sube al flamante autobús marca Volvo, estacionado al frente del edificio de la Policlínica Pediátrica Doctor Manuel Ferrer Valdés. Un pasajero interesado en su mercancía le hace señas para que se acerque. ‘Si paso tengo que pagar un dólar, ¿la cogiste?’, se excusa el comerciante, quien luego se pone a conversar con los personas que están en la acera. ‘¿Pa’ dónde tu vas? Este no...’, dice, haciendo las veces de ‘pavo’.

Minutos después, se oye un pitido agudo y la puerta principal se cierra. El Metro Bus arranca para posteriormente entrar en el Corredor Norte y situarse en el carril que se encuentra más a la derecha. Los aproximadamente 35 asientos son ocupados rápidamente por los usuarios que van ingresando en cada parada. Los que suban de ahora en adelante tendrán que viajar de pie.

A pesar de los vidrios ahumados, una oficinista se cubre el rostro con su abrigo, el único uso que por el momento le encuentra a esa prenda. El interior refrigerado del Metro Bus no evita que sienta la caricia abrasadora del sol veraniego sobre mi frente. El silencio es absoluto, como si en este país las conversaciones necesitarán del calor tropical, del desorden, del vaivén para germinar. En el interior del Metro Bus todo rezuma pulcritud y orden, estabilidad y vanguardia. La espontaneidad de los panameños parece perderse en un autobús que no va lo suficientemente rápido como para generar sobresaltos.

NOSTALGIA DEL INFIERNO

‘Por varias razones voy a extrañar a los Diablos Rojos’, dice Marcos Palacios, quien diariamente se traslada en Metro Bus hasta su trabajo. ‘Lamentablemente ellos ya sacaron del sector todas las rutas que podían traernos desde Juan Díaz, donde resido’, lamenta Palacios, para quien la implementación del Metro Bus radica en un interés del Estado en controlar los corredores y el sistema de transporte público que en ellos funciona. ‘Hemos retrocedido. El respeto que nos mostraron al proveernos de un bus ruta ‘Corredor’ con aire, de lujo, nos lo quitaron con éste, en el que la gente va parada’, añade antes de perderse con expresión sarcástica entre los puestos de buhonería que pueblan la acera.

Quien definitivamente no extrañará a los Diablos Rojos es Gilma. Ella prefiere la estabilidad y seguridad que le infunde el Metro Bus. ‘Para sentirme insegura todo el tiempo y que estén haciendo regatas prefiero mil veces este nuevo sistema’, asegura, mientras se quita los audífonos que están conectados a su blackberry.

‘¿Tú vas a pagar 1.25 para ir parado? Muchos lo hacen porque quieren llegar rápido a su casa, pero no creo que sea justo’, plantea Johanna Naranjo, una ama de casa que vive en Arraiján y que utiliza el Metro Bus cuando visita la capital para llevar a cabo alguna diligencia. Su apego a los Diablos Rojos la lleva a afirmar que los mismos son parte de ‘nuestra idiosincracia como pueblo’. ‘El problema no son tanto los buses, sino la mentalidad de los dueños y los conductores’, dictamina.

‘Es pésimo. Extrañamos las ‘neveras’ (los buses del Corredor que cobran un dólar por el pasaje) y los Diablos rojos-exclaman José e Irina al bajarse en la parada del Metro Bus que está ubicada en el Centro Comercial Los Pueblos- No nos hemos acostumbrado a este transporte tan lento. Ahora, con el ’Metro’ llego tarde todos los días a mi trabajo’.

Otra que últimamente no llega a tiempo a sus compromisos laborales es una mujer que se sienta a nuestro lado en un Metro Bus que transita por la Avenida Balboa y que prefiere no revelar su nombre. ‘Ahora que venía esperé como media hora en la parada. Se supone que debe llegar uno cada 15 minutos’, argumenta, compartiendo, además, su inconformidad con el costo del pasaje.

Adelys, una niña de rizos rubios que viaja en las rodillas de su madre, afirma que le gusta el Metro Bus. Lo dice como si estuviera hablando de uno de sus juguetes. En esto difiere con su madre, una corpulente señora que reside en Villa de las Acacias y que tampoco quiso compartir con nosotros su identidad. ‘Esto es como si fuera un bus desechable, hecho de plástico. Los asientos no son nada cómodos y hay muy pocos para la cantidad de personas que viajan en el bus’, asevera, mientras trata de acomodar su voluminosa anatomía en el limitado espacio del puesto que ocupa.

Para la progenitora de Adelys no se trata solamente de un problema de incomodidad sino también de dinero. ‘Es demasiado caro. Pago 1.50 al taxi para que me lleve hasta la parada y 1.25 después’, afirma.

ARDIENTES PARADAS

‘Mejor es ir de pie con aire acondicionado que quedarse haciendo fila en la parada pasando calor’, argumenta Judy Meana, vocera de la empresa Mi Bus, que actualmente administra el sistema del Metro Bus, al referirse a los usuarios que prefieren esperar el arribo de un autobús con asientos disponibles que subirse a uno en el que tienen que ir parados.

Añade que si bien actualmente se están despachando buses cada seis minutos en las ‘horas pico’, la compañía tendrá que hacer ajustes de acuerdo con la demanda. La idea es poder establecer un horario fijo para el arribo de los vehículos a las paradas, buscando así eliminar las demoras en el servicio.

En cuanto al tamaño de los asientos, señala que son los mismos que se emplean en España y otros países alrededor del mundo.

LA VISIÓN DE OTRO PAÍS

El Metro Bus avanza en la mañana dominada por un sol que lanza sus saetas incandescentes a través de la vastedad del cielo. Al dejar atrás las torres de Punta Pacífica, las palmeras de Costa del Este y demás reminiscencias de Miami, una revelación se instala súbitamente en mi cabeza: ‘Esto no ya no es Panamá, es otra cosa’.

Aún desconcertado por mi descubrimiento, me apeo del Metro Bus y camino hacia el Mercado de Artesanías ubicado en las cercanías de la Plaza Cinco de Mayo. Las yucas, chorizos y empanadas se amontonan contra el cristal de las ‘vidrieras’ de las fondas. Me detengo en una y pido un batido de piña. Cuando la fondista me pide que apure el primer sorbo para entonces poder servirme la ‘ñapa’, confirmo para mi tranquilidad que realmente Panamá no ha cambiado tanto como pudiera parecer.

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