¡Que venga Eros cargado de flechas!

Actualizado
  • 04/08/2013 02:00
Creado
  • 04/08/2013 02:00
H e conducido del campo a la ciudad. Fueron cuatro horas de camino. No he venido solo. Alguien cuyo corazón palpita con ganas de comerse...

H e conducido del campo a la ciudad. Fueron cuatro horas de camino. No he venido solo. Alguien cuyo corazón palpita con ganas de comerse al mundo me ha acompañado. Ahora es de madrugada. La ciudad aún no despierta, la maquinaria del consumismo y la plusvalía aún no echa a andar del todo. La noche es un animal silencioso y no puedo menos que recordar los diez últimos versos del poema Los amantes, de Julio Cortázar, que dice: ‘Amanece en los carros de basura, / empiezan a salir los ciegos, / el ministerio abre sus puertas. / Los amantes rendidos se miran y se tocan / una vez más antes de oler el día. // Ya están vestidos, ya se van por la calle. / Y es sólo entonces / cuando están muertos, cuando están vestidos, / que la ciudad los recupera hipócrita / y les impone los deberes cotidianos’.

No, aún no amanece y yo escribo sobre la cama. A estas horas el mundo recupera su legítimo rostro y no le temo a la noche porque en la noche vive alguien que respira y late y cuya sangre fluye. Sí, alguien duerme a mi lado. Yo escribo y su respiración es música de fondo. Yo no entiendo mucho sobre eso a lo que llaman ‘amor’. Octavio Paz dijo (palabras más, palabras menos) que el amor es simplemente el reverso de la muerte. Yo me atrevo a decir, aunque suene cursi, que cuando uno ama, la muerte no existe, somos eternos, los sonidos se intensifican, los colores son más vívidos, los días se llenan de sentido. Es decir, nacemos en el otro, nos reconocemos en el otro, salimos de nuestro ‘yo’ para brotar nuevos —otros— en otra piel. Es la ‘otredad’ sobre la que también escribe Paz.

Yo no sé nada. Lo ignoro todo. Solo sé que a mi lado alguien respira en la oscuridad y que esa música espanta miedos. Hay quienes dicen: ¡Cruel, el amor es cruel! ¿Cómo refutar aquello? Con tan solo mirar alrededor o recordar experiencias propias uno se percata que algo de verdad hay en esas palabras.

Yo no sé qué decir, pero viene a mi rescate Mario Levrero, quien dice: ‘Uno le cierra la puerta al dolor, y por el mismo acto también al placer y a todo lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida’.

Es decir: ¡Y qué si el amor es cruel! Vengan la sangre tibia y la respiración nocturna. Luego florecerán los poemas y las canciones, quizás (o de seguro) el corazón roto y las lágrimas. Si el amor dura tan solo una noche, una noche como esta, y luego muere sin ruidos ni aspavientos, ¿es amor? Si no dura más que unas horas, ¿ha sido verdadero? No me importa.

Alejandro Jorodowsky dijo algo así como que los poetas no saben nada del amor, que son seres neuróticos y que precisamente porque no saben nada del amor se la pasan escribiendo sobre él. Tal vez tenga razón el chileno. Repito, yo no sé nada, solo sé que junto a mí alguien respira dentro de la noche y que su melodía me dice que la vida, por lo menos por ahora, es sol. Escribo sol y amanece.

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