El hombre de las barras y estrellas

Actualizado
  • 28/03/2014 01:00
Creado
  • 28/03/2014 01:00
Una historia cuenta como el Capitán América sesenta años después debe aprender de un mundo nuevo

Desde que Marvel se convirtió en el gigante cinematográfico que es hoy, se dedicó a pensar un estilo para cada uno de sus personajes. Potenció la gracia, el carisma y la tecnología en Ironman, las aventuras épicas e intergalácticas en Thor y la historia de la Segunda Guerra Mundial en Capitán América.

Steve Rogers, para quienes no lo recuerden, era un debilucho con corazón que quería anotarse como soldado durante la Segunda Guerra Mundial pero su físico no se lo permitía. Por eso, le ofrecieron ser voluntario en un experimento científico que lo convirtió en un súper soldado y en el Capitán América fornido, rubio y patriótico que conocemos. Pero luego de una batalla quedó congelado en el Ártico y fue hallado más de sesenta años después. Es decir, hace pocos años, en el siglo XXI.

La primera parte de Capitán América fue la que nos introdujo en su historia previa a ser congelado. En su origen, su patriotismo, su personalidad, su vulnerabilidad y lo que significó durante la guerra mundial para los estadounidenses: un particular héroe de guerra.

Esta segunda parte, Capitán América: El soldado de Invierno, en cambio, se centra en el proceso de adaptación de Steve Rogers al mundo actual, después de sus sesenta años en el hielo. Y, entre otras cosas, descubre que si bien es un mundo completamente distinto, no cambió demasiado en cuanto a las ambiciones de los hombres.

El guión –realizado de nuevo por Christopher Markus y Stephen Mcfeely- se anima a meterse esta vez con temas políticos tan complejos como la seguridad nacional, las libertades civiles y la obtención de información, y a reflexionar sin salir mal parado sobre el estado de terror y el discurso de defensa de Estados Unidos. En la trama, además, hay conspiraciones y secretos que la convierten por momentos en una película de espionaje de la guerra fría.

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