La Policía Nacional aprehendió al alcalde electo de Pocrí por presunto peculado, tras una investigación relacionada con proyectos no ejecutados del Conades...
- 07/12/2014 01:00
Somos, pues, naturalmente violentos, destructivos, hay un impulso (un fuego) dentro del corazón del hombre que lo hace capaz de aniquilar, por medio de la fuerza y el abuso, a otro hombre semejante. Cuando esto ocurre en círculos, digamos, coloquiales (un hombre mata a otro en un bar por un arranque de rabia) es lamentable, pero mucho más entendible y digamos que hasta poético (pienso en Borges y los tantos cuentos que le dedicó a las peleas de puñal en mano que estallaban en las cantinas de pueblo).
Sin embargo, cuando esa violencia es ejercida y puesta en práctica por los gobiernos de los países, por las fuerzas policiales, el ejército, o por cualquier otra institución cuya envestidura debería representar el orden, la seguridad y el bienestar de los ciudadanos, la violencia nos muestra su rostro más macabro, nos muestra su mano más traicionera y aterradora (es una mano grande y fuerte, sistemática, mecánica, manchada de sangre). Es lo que ocurre en México hoy. No hay palabras para describir lo profundamente diabólico que es que el gobierno desaparezca a 43 jóvenes estudiantes cuyo único delito fue reclamar sus derechos como ciudadanos, como habitantes de ese hermoso país que vio nacer a mi abuela María Eva Aguilar Amaral, esa hermosa tierra en donde (en palabras de Juan Villoro) parecen convivir el apocalipsis y el carnaval.
México lindo y querido, dice la canción popular. Ayer, en redes sociales, vi una frase que transmutaba este verso en México lindo y qué herido. La violencia, me atrevo a decir, en muchas ocasiones puede tener algún sentido. Puede estar diseñada para dar paso a otras cosas, para renacer (a veces hay que destruir para luego empezar a construir de cero); pero la violencia en México no tiene ningún sentido. ‘Estoy rodeado de muerte’, me dijo mi amigo, el escritor y músico José María Arreola, nieto del legendario escritor Juan José Arreola. ‘Le dolería mucho este México a mi abuelo, Javier’, concluyó José María. ‘Supongo que ahora no te puedo preguntar nada sobre la muerte de Roberto Gómez Bolaño, Chespirito’, le dije. ‘Supones bien, Javier, la verdad es que, sin ánimos de ofender al difunto, no estoy para eso; hay cosas mucho más importantes ocurriendo en el país en este momento; por ejemplo, ahora que el país despierta un poco de su letargo, ahora que hay protestas y manifestaciones en la calle con respecto a la desapareción de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, me preocupa algo: solo veo ira, y esa ira, claro, es entendible. El pueblo tiene ira, Javier. Pero solo eso. No hay un plan de acción, por lo menos yo no lo veo. Y la ira, al igual que la violencia, no lleva a nada. La ira, mi estimado, no es más que la cúspide del miedo. México está muy mal, compadre. ¿Cómo está Panamá?’. ‘Pues, te digo, compadre, que en Panamá hay muchos edificios, mucho dinero en la calle (mal repartido, claro), mucho negocio y construcción y, además, mucha sangre en los periódicos (muertos, ajusticiados) todos los días. Hay mucha violencia. Algo de miedo. Todavía no hay ira. Tal vez nunca lleguemos a ella; mientras haya pan y circo, todo bien’.
MÚSICO Y POETA