Kansuet, a contraluz

Actualizado
  • 26/04/2015 02:00
Creado
  • 26/04/2015 02:00
La vida que se esconde detrás de los cuadros gunas más conmovedores. ¿Por qué hay que mirar más allá del vaivén de una hamaca?

L o que para otros podría ser un alivio en medio del estrés, la máxima definición de comodidad en el hogar, aquel mueble objeto de propagandas y avances científicos para evitar el dolor de espalda —la cama—, para Lucio López Cansuet no es más que un sinónimo del sueño imposible y hasta un súbito dolor corporal. El pintor guna, cuyas obras reposan en salones de coleccionistas nacionales, extranjeros, y hasta en el Ministerio de Economía y Finanzas, prefiere concebir el sueño en su hamaca.

Por la Peatonal convergen toda suerte de sonidos, colores, ruidos y productos en venta. Un señor medita afuera de su negocio como buscando compradores con la mirada, un grupo de ancianos ríe mientras murmuran una buena dosis de recuerdos, un puñado de palomas furtivas examinan los residuos que acaban de caer al suelo. Cerca de esta terminal de gente que va y viene, el ambiente reduce su agitación. Allí, en una vía que comparte espacio con algunos bares, un par de abarroterías y un local comercial -cuya fachada parece no dar más de sí- está el estudio del pintor que firma sus cuadros como Kansuet. ‘Cada vez que dormía en la cama me daba dolor de cabeza', dice, sin saber hasta hoy si se trataba de una mala posición. ‘Ahora a veces duermo en cama, pero me gusta más la hamaca'.

Cruzando la calle hay un concierto de pailas en las fondas, avisando que el sol se alinea perpendicularmente al Istmo. Las doce. Hora de almuerzo. Pero a tres niveles del suelo, los ruidos se desvanecen, las bocinas de los autos llegan como pidiendo permiso y lo único que hace un eco débil afuera del estudio de Kansuet es el gallo de alguno de sus vecinos. La luz entra como si conociese que se tratara del estudio de un artista plástico, iluminando la cartulina negra que pinta con tizas y acuarelas. ‘Es para la subasta de San Felipe', explica. A dos metros del caballete de madera sobre el que trabaja, cuelga una hamaca.

La relación del pintor —que ha visto llorar a una señora frente a uno de sus cuadros— con las hamacas, se aleja de ser un capricho perecedero. Se trata, más bien, de toda una cultura que corre por sus venas y que brilla en sus ojos cada vez que habla de ese pedazo de tierra que flota a dos horas y media en auto desde la capital istmeña. ‘En la cultura kuna la hamaca es el centro de todo —advierte el artista—, por ejemplo los sahilas, los guías espirituales, siempre están en una hamaca dentro de la Casa del Congreso, y si van a cantar en sus ceremonias lo hacen estando en una hamaca. Todo es hamaca y yo, pues, no me puedo separar de la hamaca con más razón'.

UN LENGUAJE PROPIO

Fue hace cinco años que presentó su cuarta muestra individual, Vaivenes . El propio autor explicaba entonces que en sus cuadros trataba de hacer referencia a la libertad, la sensualidad y hasta la inocencia; que, aunque la hamaca es una creación humana, al mismo tiempo es un símbolo de conexión con la naturaleza, de dependencia mutua con el entorno, un símbolo vivo del rechazo a la avasalladora tecnología que invisibiliza la armonía con el entorno. ‘Mi obra intenta transmitir la paz de estar en contacto con esa naturaleza', dijo Kansuet. Pero en lugar de referirse solo a esa exhibición, parecía hablar de su obra completa: la simbiosis entre la naturaleza y los seres humanos.

‘Me daba la impresión de que iba a salir caminando de la hamaca', comentó Lanny Angelin, una de las asistentes que miraba con detenimiento el realismo de una niña retratada en uno de los cuadros colgados en la galería Allegro. En sus composiciones, Kansuet juega con el rostro de una infante y objetos de la naturaleza, estos últimos plasmados de una manera que miran con desdén lo obvio y abrazan lo mágico.

Esta figura de inocencia, que se ha convertido en la segunda firma de sus cuadros, apareció en un momento decisivo de su vida como artista plástico.

La asignación de su tesis para graduarse de la Escuela de Arte del Instituto Nacional de Cultura (INAC) consistía en componer una muestra insertando la figura humana en todas las piezas. ‘Me había quedado sin modelo —dice el autor—. Buscando qué más pintar, tenía la foto de mi hija, creo que ella tenía cuatro años para entonces. Usé la foto de ella y ahí empecé a trabajar con niños'. Hoy, mientras narra la historia para Facetas , a su mano derecha hay una concha marina de tamaño considerable, un recuerdo, según él, de alguna zambullida en las islas. Inserta en aquella memoria marina yace la foto de él junto a su hija, en un mueble que está justo al lado de la manualidad escolar sobre la que aparece la palabra ‘Papá' en mayúsculas cerradas.

Solamente tenía los bocetos cuando su profesor Sigfrido Ibarra le dijo: ‘Hay una amiga que va a empezar como galerista, ¿por qué no vas allá y presentas los bocetos que tú tienes para tu trabajo final?'. Fue así que Kansuet se reunió con Mirie De la Guardia, a quien le encantaron los bocetos y montaron su primera individual, Cantos de mi gente .

Todos los cuadros se vendieron, comenta el artista kuna con una sonrisa. ‘Muy emocionante, la verdad. Es tan bonito cuando la gente acepta lo que tú haces. Fue como el punto de inicio y dije ‘vaya'. Realmente no lo esperaba, simplemente quería terminar mi trabajo final y punto'. Mirie le dijo que harían otra exposición, Entre la infancia y el sueño , y desde entonces Allegro representa al artista nacido en una isla de 400 habitantes llamada Cartí Yandub.

‘En su obra observamos lo que somos hoy y lo que seremos mañana', diría uno de sus profesores, Luis Aguilar Ponce, mientras que Sigfrido Ibarra, otro de sus mentores, no se mostraría sorprendido por el éxito alcanzado por uno de sus alumnos, destacando en otra ocasión su buen manejo de la línea, luz, sombra y la estructura del cuerpo humano.

El año pasado, Mirie De la Guardia, quien maneja la galería Allegro, escribiría: ‘Profundamente arraigadas en la tradición kuna, pero con esa universalidad que alcanza la verdadera obra de arte, lejos de representar sus tradiciones en forma literal o anecdótica, Achu —otro artista del archipiélago— y Kansuet transmiten la esencia de su tierra y cultura con un lirismo, carga onírica y lenguaje tan personal que les ha ido ganando un lugar importante en el mundo del arte, así como un lugar en el corazón de todo aquel que tiene la oportunidad de estar frente a ellas'. Hay un deseo en la obra de Kansuet por representar la cultura guna, no tanto en lo obvio como el detalle de las molas de sus personajes, sino más bien en lo profundo de la relación entre la naturaleza y la humanidad. Entre lo abstracto y lo real.

UNA MEMORIA QUE HABLA EN COLORES

La vena artística ha sido heredada de su madre. Es en homenaje a ella que usa su segundo apellido como firma. ‘Las otras señoras le traen una fotografía de una mola pequeña, y se la dan a ella para que se las amplíe en una mola de vestir —dice Kansuet—. Domina tanto el dibujo que no lo hace a lápiz, sino que directo con la tijera va rayando donde van a ir los cortes'.

Hace un año, el artista de 41 años empezó a usar lentes. Todavía puede pintar sin ellos, pero los necesita para los detalles. Sentado, a contraluz, con un cuadro a mitad de producción, Kansuet se pone los lentes, se los vuelve a sacar, y los deja caer sobre la mesa. Clac. ‘Cada vez que los dejo caer así, me acuerdo de mi mamá', dice y ríe. Al principio le parecía extraño cómo un sonido tan efímero lo podría hacer viajar años a través del tiempo, kilómetros surcando bosques, mar y arena hasta llegar a Cartí Yandub, hasta llegar a su infancia. ‘Me di cuenta que ella para coser usa los lentes, y cuando dejaba de coser los dejaba caer en la mesa. Me recuerda a ella. Cuando deja la tijera, igual'.

Su padre le viene a la memoria cada vez que oye galones de agua. ‘Allá tú escuchas algún sonido en la madrugada, cuando la gente va al río a buscar agua', dice. El sonido de un contenedor de plástico lo remite a él y a su padre a una procesión de gente que va acompañada por aquella iluminación tenue de la madrugada...

ARTISTA DOMÉSTICO

Por ahora, prepara una muestra que presentará en noviembre y de la que no quiere dar detalles, pero para la siguiente planea desarrollar este concepto del recuerdo auditivo. El viaje que nos regala el sonido de las cosas.

Esa memoria que posee con sus progenitores, muchas veces se ha traducido en ideas para sus cuadros. Revela que su padre le da muchas ideas. Lo consulta constantemente acerca de la cultura guna. Por ejemplo, ha indagado con él sobre las hojas que ha estado plasmando en sus cuadros por bastante tiempo, expresándole sus interrogantes sobre los cantos de los animales. Es su propio padre el que le ha dicho que cuando empiezan a florecer los guayacanes, es el momento en el que viene la buena pesca. ‘Todas esas enseñanzas como que me han quedado, y cada vez que voy a algún lado con él empiezo a preguntarle, esto cómo es, cómo se hace, esto por qué...', dilucida.

Desde su traslado a la ciudad, primero en 1991 —volvió a la isla de 1996 a 1999—, y luego en 2000, siente que ha podido aprender más de su padre, el hombre que le armó su primer caballete. Por eso no es sorpresa que en cuanto empezó a vivir del arte —según Mirie De la Guardia— le compró un cayuco más grande a su padre.

Ya cuando llega a su actual estudio, —donde dice tiene dos años, con buena brisa y buena iluminación—, aunque la gente cree que él llega y se sienta a pintar, no es así. Contra todo pronóstico, lo primero que hace Kansuet es ponerse a limpiar. ‘No sé, es extraño. Es como algo que yo tengo que hacer. Lavo un poco de ropa, lo que tenga aquí, sino empiezo a barrer, a trapear, y ya después me siento como ‘ahora sí”, confiesa. El ritual del autor de obras que plantean un breve viaje por lo abstracto, no es otro que la habitualidad de limpiar la casa.

Mientras pinta, se abstrae, desconociendo lo que se proyecta por las bocinas de una pequeña radio con antena. Las canciones son murmullos cuando juega con las paletas de colores. Va buscando tonalidades, saltando de marca en marca, exhibiendo aquella técnica para habilitar algunas tonalidades de turquesa, de verdes y azules. Como si de su interior se desprendiese una brisa marina, insular, frondosa, armónica. La curadora Gladys B. Turner lo confirma en el texto que escribió sobre la individual Semillas al viento : ‘Los cuadros de Kansuet nos revelan una dimensión emocional y existencial poco común: Kansuet no ha abandonado el paraíso; Kansuet vive en él'.

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MESTIZAJE

Sobre pertenecer a ningún lado y a todos, a la vez

‘Kansuet'. Así se le dice en guna al que participa cuando se realiza la chicha fuerte. Antes, en Kuna Yala, se solía usar el apellido según lo que hacía la persona. El abuelo del artista Lucio López era ‘Kansuet', y fue bautizado como tal.

Lucio comenta que ha participado en las fiestas de las islas, pero como espectador. ‘Me gusta más observar', dice con la sencillez que lo caracteriza. Ese poco afán de protagonismo por el que se sorprende cada vez que alguien comenta su obra. Ésta le valió en 2009 el tercer puesto de honor del Concurso de Pintura Roberto Lewis. Ese mismo año obtuvo la comisión para retratar en el Salón Amarillo del Palacio de las Garzas al ex mandatario Martín Torrijos, y en 2013 la selección del director del Museum of Latin American Art (Los Ángeles, EE.UU..) para participar en su gran subasta anual. El año pasado se publicó el libro Mestizaje and Globalization. Transformations of Identity and Power , editado por Stefanie Wickstrom y Phillipe D. Young. En la portada, se imprimió ‘Cautiva', una pintura de Kansuet en la que aparece el rostro de una niña —inspirada en su hija—, envuelta en enredaderas que descienden desde arriba, dejándola inmóvil.

La madre de Kansuet no habla español, habla guna y viste los colores de esta cultura. Cose molas y vive en Kuna Yala, pero es mestiza. ‘Ella dice que no lo es, pero uno no puede tapar el sol con un dedo. La gente se da cuenta', dice el artista. Su abuelo era extranjero, cree que colombiano —aunque nunca lo conoció, porque su abuela nunca aceptó que su madre sea hija de él. La brisa sigue corriendo en su estudio, cuando recuerda que el tema del mestizaje lo vivió en carne propia. ‘‘Waga' es ‘no kuna'. Cuando era pequeño me decían ‘wag mimi, wag mimi'; o sea, ‘hijo del que no es kuna”.

Cuando vino a la ciudad, la historia se repetiría de cierta manera. ‘Al venir a la urbe, también te tratan igual, tú eres de allá, no eres de acá', dice cediendo con una sonrisa ante la ironía.

En otros aspectos, admite que el mestizaje es un punto a favor: al no parecer guna, pasa desapercibido en la metrópoli, mientras sus paisanos, al oírlo hablar su lengua, lo aceptan en la isla. Se trata de un proceso tan complicado y profundo que la palabra mestizaje aún no tiene una traducción exacta en el idioma anglosajón. Un proceso que dio como fruto a un representante de las artes plásticas panameñas, que por estos días exhibe algunas de sus obras de óleo sobre lienzo en la galería Allegro, como parte de la muestra colectiva ‘Sol de agua'.

Kansuet

ARTISTA PLÁSTICO GUNA

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