El zamarreo por la libertad

Actualizado
  • 18/04/2016 02:01
Creado
  • 18/04/2016 02:01
Portobelo celebró el III Festival de la Pollera Conga, un encuentro que hace honor a la mujer portobeleña y la cultura musical

Delya zarandea con mirada altiva y sonrisa picará la falda colorida que sostiene con sus dos manos y sus caderas; se mese al ritmo del océano atlántico que custodia al pueblo colonense de Portobelo.

Los tambores y coro de decenas de personas acompañan a Delya, mientras lidera la caravana de lanchas que pasean frente al pueblo costeño que se sumerge en danza, comida y bebida para celebrar a la mujer negra en el III Festival de la Pollera Conga de Portobelo.

Esta vez lo femenino prevalece, ‘es un homenaje a la mujer como protagonista, creo que es importante porque es un contrapunto del Festival de Diablos y Congos donde hay una presencia más masculina', cuenta Sandra Eleta, quien ha sido una de las personas que fundó y propulsó los festivales en Portobelo. ‘Ser parte de la historia de los festivales de Portobelo ha sido una experiencia de vida gratificante donde pude presenciar la fuerza y el amor a la cultura de la mujer potobeleña'.

La fotógrafa que reside en Portobelo cuenta que tanto esté como otros festivales han ayudado a crecer a la comunidad, en varios niveles , en particular este año lo han manejado en su totalidad nativos de Portobelo, ‘de mi parte quiero ir distanciándome de la organización de los festivales, no de corazón, pero si de logística'.

Además, recuerda como desde el año 1989 fue naciendo lo que hoy tiene un reconocimiento internacional, como el Festival de la Pollera Conga y el Festival de Diablos y Congos, que son a los ojos de nacionales y extranjeros atractivos, casi mágicos, donde no solo se escucha buena música o donde se degusta lo mejor de los frutos del mar, sino también donde se puede casi palpar la victoria histórica del esclavo negro por sobre el esclavista blanco.

LO PROFUNDO ENTRE LA TIERRA Y EL MAR

‘Ola, ola, ola, ola de la mar, mi casa se está quemando por falta de agua', cantan las niñas, mientras aplauden sentadas a orillas del mar. Sonríen, gritan , sus rostros morenos, algunas de ojos oscuros y otras de ojos claros denotan el mestizaje, ojos rasgados, caras pintadas con flores coloridas recuerdan los vestidos de sus antepasados que con pedazos de telas cantaban y bailaban burlándose de los reyes. La música y el baile eran un bálsamo para la injusticia del látigo del opresor.

Para las 2 de la tarde nueve lanchas paseaban frente a la costa portobeleña, darían una vuelta por aquel mar que trajo cientos de barcos colmados de africanos, que ya habían recorrido parte de América como esclavos y que llegaban al istmo panameño sin saber que pasaría con sus vidas.

El recorrido que se hace 500 años después, ya en el siglo XXI, retoma como una metáfora aquella travesía de dolor, para transformarla en alegría, con la mujer al frente.

Para el maestro artístico Carlos Montúfar, quien desde hace 5 años ha apoyado en la parte conceptual del festival, explica que este encuentro del 2016 fue dedicado a Zuleyma y Omara, dos niñas que fallecieron en el derrumbe de tierra en Portobelo en el 2015, ‘no sólo porque nacieron en Portobelo, sino también por haber sido activas en todos los festivales anteriores, amando su cultura y su legado'.

Si se cree que este festival es solo un encuentro de comida y baile está equivocado, pues la esencia de está practica es la emancipación de un pueblo, ‘el negro esclavizado nunca aceptó su condición de mercancía. Desde siempre se rebeló, se escapó, se organizó y desarrolló creativamente mecanismos para divulgar mensajes de levantamientos y lograr su libertad', contextualiza Carlos Montúfar.

PORTOBELO

El pueblo de la Costa Arriba de Colón

Y lo trae al presente, ‘de manera vivencial, el legado del cimarronaje se puede tocar en ese orgullo por sus raíces, el alzar la voz para exigir el reconocimiento justo en igualdad como parte del ser panameño y especialmente siendo solidario en la comunidad para hacer frente a las catástrofe y situaciones difíciles con coraje y acción de guerrero. Eso es una mentalidad anticolonial'.

Montúfar coincide con Eleta, cuando señalan que la cultura del atlántico ha sido abandonada, prestándose más atención a las expresiones culturales del océano Pacífico.

‘Además hay poco reconocimiento del aporte cultural de lo afrocolonial a la formación de nuestra panameñidad', señaló Montúfar.

Por mientras el calor y la humedad abrazaba el mar y las montañas en Portobelo, para las 3 de la tarde había bajado el sol, pero se ponía intenso el baile, distintos grupos de congo expondrían su ritmo, en su mayoría jóvenes y las doñas que son admiradas en la cultura congo.

‘Ellas bailan con sabrosura, sin apuro. Tiran fuego de esas polleras', mencionaba Estebán con cerveza en mano y entre sorbo y risa murmuraba, ‘es que la experiencia mata tiempo. Nadie puede con eso'.

La bailadera después de la ruta del mar pasó por todo el pueblo de no más de 2,820 habitantes para luego ocupar la tarima: ‘Mama Ari', ‘Portobelo', ‘Miramar', ‘Zona libre', ‘Generación Costeña', ‘Felicia Santizo', ‘Doña Eneida', ‘Rescate de mi pueblo', ‘Palenque', ‘Nengres de Colón', ‘José del mar', ‘María Chiquita', ‘Isla Grande' y ‘Cacique' fueron los grupos que demostraron lo suyo.

Caía el sol en el poblado del ‘Cristo negro', el baile seguía, algunos artesanos ya habían levantado sus creaciones.

La calma de los colonenses de Costa arriba solo era sacudida por el tambor y los aplausos. Los hombres, cautivados intentaban tener un turno para retar las caderas de la negra sin dueño, que sostiene la pollera rebelde y sensual; que solo le pertenece a Panamá.

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