Una danza que explora el miedo

Actualizado
  • 15/10/2016 14:08
Creado
  • 15/10/2016 14:08
La pieza Russia, de la compañía española La Veronal, marcará el cierre del Festival Prisma 2016

El día en que Marcos Morau se encontró con todo a su favor, ante la primera gran producción de su compañía de danza, sintió mucho miedo. Ese sentimiento lo canalizó hacia la creatividad y de ello surgió Russia. La pieza de danza contemporánea se presentará mañana a las 8:00 p.m. en el Teatro Anayansi de Atlapa, como cierre del Festival Prisma.

Durante una hora el espectador será testigo del viaje de dos personas hacia el lago Baikal, en el sur de Siberia. Ellas intentan conocerse a sí mismas, pero sienten miedo de hacerlo. Es parte de una serie de trabajos de la compañía La Veronal, en que se crea una analogía entre la danza y la geografía, dos temas que siempre han fascinado a Morau.

Pero no se trata de una compañía tradicional. Más allá del baile, explora constantemente nuevas formas de expresión sobre el escenario, agarrándose del cine, la literatura y la fotografía. Y a la cabeza tiene a un joven de Valencia, que no baila pero es coreógrafo y dramaturgo.

“Yo no soy bailarín y dirijo una compañía de danza”, advierte Morau. “De alguna manera se da de manifiesto que nuestro interés no reside solo en el movimiento, —aunque me gusta trabajar mucho la parte física— , sino que nos interesa la escena global, intentar atacarla desde varios frentes”.

Russia

En 2011, Russia representaba la pieza más grande que había hecho la compañía. En ella participan siete bailarines y una actriz. La misma cuenta con pocos elementos: un auto y algo de nieve. Con ello intentan transportar al público a un estado y a una emoción.

No se trata de un espectáculo de mucho análisis, sino de paisaje. Pero el propósito del artista tampoco es documentar la realidad rusa, sino inventar un nuevo mundo o reflexionar sobre el que ya nos rodea.

“Mi trabajo en este caso no tiene nada que ver con Rusia, pero un poco sí. Porque siempre el imaginario colectivo tiene muchas referencias. Cuando piensas en Rusia inevitablemente puedes pensar en la nieve, el frío, el comunismo, en Putin, la gimnasia. De alguna manera metemos todas estas cosas en una bolsa, las sacudimos y las intentamos ordenar alrededor de una historia”, detalla Morau.

Así como esta, sus otras piezas largas también emparejan un tema con una localización. Russia es la representación geográfica del miedo. Una de sus más nuevas obras, Voronia, retrata el mal, utilizando como referente la cueva más profunda del mundo.

El espectador contemporáneo

El arte contemporáneo tiene muchas ventajas actualmente. Vive una época de puertas abiertas, en que distintas disciplinas se funden para crear. Al mismo tiempo, experimenta dificultades al momento de atender a las realidades modernas.

“El arte necesita que las cosas no funcionen bien. De alguna manera eso estimula a los que creamos. Pero vivimos en una catástrofe y nos da igual”, sostiene el coreógrafo. “Es un momento en que el arte o toma la decisión de plantar cara a la realidad y crear algo que tiene que ver con nuestra actualidad o estamos muertos. Es muy difícil hacer arte si no sabes leer el mundo en el que estás”.

Por otro lado, la capacidad de atención del espectador de hoy es muy dispersa. Según el director de La Veronal el entorno moderno de constantes estímulos ha causado la poca calidad de lectura en el público. Esto ha provocado que algunos creadores se enfoquen solo en entretener, sin ir más allá.

“Está bien que la danza tenga capacidad de entretención, pero necesita meter el dedo en la llaga a veces. Necesita del espectador, que esté activo y pendiente”, sugiere.

Advierte, además, que la danza contemporánea siempre ha estado vinculada con lo dramático, lo serio y lo catastrófico: 'El caos del mundo'. Con sus creaciones, Morau busca el punto medio entre estos dos universos, el dramático y el del entretenimiento.

“Intento hacer algo que corresponda al mundo en el que estamos, en tensión con la realidad, dramático, pero que a la vez sea cómodo y fácil a la vista”, dice. Su calidad de coreógrafo, que no baila, le permite trabajar las piezas como espectador, buscar el equilibrio perfecto para el público.

Al final, el espectáculo no está en el escenario, sino en la cabeza de quienes lo vean. “Es una imagen que se ha traducido en tu cabeza y llegas a sentir desesperación, ansiedad, pena. No entiendes lo que ha pasado, pero sientes algo”.

Y lo mejor del caso, para Morau, es que sus piezas pueden significar algo distinto para cada espectador. “Me he dado cuenta de que por más que haga el director, al final la pieza le pertenece al público”.

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