La música, mecanismo de transformación social

Actualizado
  • 23/02/2018 01:00
Creado
  • 23/02/2018 01:00
Cuatro hermanos de un barrio marginal se sujetan de la música clásica como una vía para transformar sus vidas

La música tiene la virtud de unir a las personas, es un agente de cambio social. Las palabras del músico panameño Isaac Casal se materializaban al ver juntos, en el recibidor del Instituto Nacional, a niños y jóvenes de diversas escuelas, edades y estratos sociales quienes hablaban entre sí y reían juntos.

‘El área donde vivimos es zona peligrosa, pero mi mamá siempre nos ha apoyado para estar en la música y nos educó con la mentalidad de que si estamos en lo bueno, vamos bien; y si estamos en lo malo, nos va a ir mal',

FLAVIO GAONA

ESTUDIANTE DE MÚSICA

Algunos sostenían violines en sus manos; otros cargaban sus trompetas o violonchelos y unos más, flautas o violas. Había todo tipo de instrumentos sinfónicos. Las conversaciones y el sonido de las cuerdas al afinarse complementaban el ambiente de camaradería y tranquilidad.

Los chicos son parte del Campamento de Verano de la Fundación Sinfonía Concertante de Panamá (Funsincopa), que se lleva a cabo hasta el 27 de marzo. Su objetivo es reclutar talentos para el Programa de la Red de Filarmónicas Infantiles y Juveniles de Panamá, el cual se realiza el resto del año.

Una vez afinadas las cuerdas, los jóvenes posan para la foto grupal en las escalinatas del histórico edificio. Luego, se dirigen a sus aulas para ensayar.

Entre tanta diversidad, destacaba un niño de pose erguida con un mediano bolso de Avengers a cuestas que resultaba enorme comparado con su baja estatura.

Su historia resultaría aun más curiosa que su aspecto: él y sus tres hermanos asisten al campamento y a las clases del programa de la red desde hace varios años. La música les cambió la vida.

UN VÍNCULO

La sangre no es el único lazo entre Alexis Gaona y sus hermanos Rubén, Josafath y Flavio. Juntos encontraron en las notas sinfónicas un refugio, la forma de elevarse y alejarse de la violencia, las pandillas y el mundo de las drogas que reina en las calles de Barraza, en el estigmatizado barrio de El Chorrillo, donde habitan junto a su madre Karen Martínez, de 35 años.

‘Las políticas culturales no están hechas para que realmente haya un apoyo a la cultura. Hay que hacer una unificación de criterios para no estar luchando con cada gobierno. También invertir más y colocar personas idóneas en cada puesto',

ISAAC CASAL

FUNDADOR DE FUNSINCOPA

‘Cholín', como le llaman a Alexis, toca la batería, aunque al principio se inclinó hacia el violín por sugerencia de sus hermanos. Entró en el campamento cuando tenía siete años. ‘Me van a enseñar a leer partituras; ahora me aprendo la música de mente. Me gusta de todas las clases, toco panameña y clásica', dice apoyando sus dos baquetas sobre sus zapatillas azules.

Flavio, de 17, fue quien inició la historia: entró a los campamentos con solo ocho años, por casualidad, ‘sin tener idea de la música clásica ni de los instrumentos de orquesta'. En su barrio solo había escuchado regué, plena y típico. Cuenta que el proyecto llegó a su escuela, la Manuel Amador Guerrero, donde los estudiantes sobresalientes en notas y comportamiento fueron elegidos para participar.

Comenzó tocando flauta dulce, luego el violín — el único que le sonaba— , hasta que conoció la viola y se enamoró de ella. ‘La diferencia es que el violín es un poco más pequeño y suena más agudo; la viola suena más grave', dice y apunta su arco sobre las cuerdas para arrancarles una nota sostenida.

A diferencia de Flavio, Rubén desde siempre se decantó por la viola. ‘Cuando veía a mi hermano me gustaba cómo sonaba el instrumento', señala. Eso ocurrió hace seis años, y hoy, con 16, siente que ha aprendido mucho. ‘Lo que más me ha gustado son los campamentos de la fundación y que nos llevan a pasear'.

A sus 12 años, Josafath toca la trompeta. En 2016 entró al campamento junto con Alexis y toca el instrumento. ‘Me incliné por esto porque ya había dos cuerdas y una percusión... Tenía que haber un viento para armar una orquesta familiar', dice sonriendo mientras toca los pistones como si se tratara de un tic nervioso.

AGENTE DE CAMBIO

Para el violonchelista Isaac Casal, fundador de Funsincopa, la música es un instrumento de rescate social. ‘La parte humana es lo más importante. Estos jóvenes no solo vienen aquí a tocar música, sino a participar en la comunidad, a hacer amigos en un ambiente sano y en el que puedan sentirse felices', resalta el músico que en 2003 se convirtió en el primer panameño en unirse a las giras de la Joven Orquesta de las Américas YOA.

DATOS DEL CAMPAMENTO

En 2018 participan 100 músicos, entre 8 y 25 años de edad

Hay clases individuales, seccionales y ensayos de orquesta.

Reúne a profesores de Panamá, Venezuela, Dinamarca, Estados Unidos, Chile, Costa Rica y Argentina.

El cierre se realizará con una presentación gratuita de la Orquesta del Campamento, el 27 de febrero, a las 4:00 p.m en el Instituto Nacional.

El arte también sirve para educar y sembrar en los chicos espíritu de superación. ‘Les damos un componente de excelencia, traemos gente de distintas partes y formaciones, para que ellos miren otro nivel y vean que lo que suceda acá puede ser plasmado en la sociedad y aspiren a ser mejores para llevar a Panamá hacia adelante', describe Casal.

Además, la música forja la disciplina. Lo sabe Lakshmi Trejo, quien ensaya en otro edificio del plantel educativo ‘afinación, sonido y ataque' junto con una docena de estudiantes más que tocan vientos de madera. Ella toca el fagot, al que descubrió hace un año en el campamento, a pesar de que desde niña había tenido formación musical (estudió canto, guitarra, piano y flauta).

La joven de origen salvadoreño y mexicano, criada en Panamá, asegura que la música, en general, es muy buena. ‘Me ha ayudado a organizar mejor mi tiempo para obtener buenas notas en la escuela y sacar adelante las piezas de música', reflexiona con sus manos sobre el pesado estuche donde guarda su instrumento.

Al tiempo que salen notas de vientos por los pasillos alrededor del patio donde se desarrolla la conversación con los hermanos Gaona, los muchachos cuentan que son objeto de burla. ‘En el barrio nos molestan, nos dicen ‘salte de eso, que eso no vale la pena'. Ellos siempre ven esto como aburrido, pero nosotros los ignoramos, no le metemos mente', asegura Rubén.

Flavio y Rubén recuerdan que por problemas económicos debieron retirarse durante dos años de las clases de música, pues no tenían para transportarse. Pero no van a anteponer la carencia ni las mofas a sus sueños: tocar las notas de superación a la vida para desafiar paradigmas y jugar en contra del destino desafortunado al que muchos de sus vecinos parecen condenados.

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