Ñato final

Actualizado
  • 10/03/2018 01:03
Creado
  • 10/03/2018 01:03
El momento cumbre y que a todos, incluido el fotógrafo, le arrancó suspiros, fue el del beso dado por órdenes del capellán.

Ñato. Así quedó después de que lo atropellara un auto. Además de su biografía, también era su nombre. Desde que recuerdo siempre estaba enfundado en camisetas red point , varias tallas menos. Nunca lo visitaba nadie excepto su madre, que religiosamente todos los domingos le llevaba su dosis de aminoácidos, cereales y su aceite menen para brillar bajo el sol mientras realizaba su rutina de ejercicios. Los domingos salía bien inflamado a observar las visitas de otros, después de haber levantado sus pesas de cemento en cinco series de cincuenta, para impresionarlas. A las pesas.

Llamaba frecuentemente a las estaciones de radio, tanto que ya los locutores lo reconocían mucho antes de que se identificara. En una ocasión consiguió estimular la curiosidad de una radioescucha convenciéndola de asistir a una visita dominical. Cla, cla, cla. Resultó revelador ver lo rápido que se desplazan los tacones altos sobre una calle empedrada y desigual en ruta hacia la salida rompiendo la barrera del sonido. Eso no le hizo mella, al contrario, aumentaba su práctica de pesas y pechadas, tratando de prepararse, mientras llegaba el día de su suerte.

Una vez se coló en una boda, era la más extravagante que se llevaba a cabo en una sede eclesiástica dentro de la prisión. Era el matrimonio de un pez gordo. Todo se desarrolló con tranquilidad. Asistió una variada paleta de extranjeros y hasta los jefes de seguridad que sirvieron de portanillos —lo que en el culto lenguaje de aquellos lares significa robots—. Hasta un foto-encantador de retinas llegó al lugar para perpetuar aquel memorable momento, lleno de flores, familiares, amigos y desconocidos de toda estirpe social. El momento cumbre y que a todos, incluido el fotógrafo, le arrancó suspiros, fue el del beso dado por órdenes del capellán. El domingo siguiente apareció la novia, venía a visitar a su recién adquirido esposo. Lloraba copiosamente, y no de felicidad. Tenía en su mano un ramo de fotos: en todas y cada una de ellas, aún en la que se besaban con arrobamiento, aparecía omnipresente aquel musculoso ñato. Para él no existió ángulo imposible que le impidiera incorporarse a la foto familiar.

Días después me lo encontré en los pasillos, tenía la cara vendada y así la tuvo durante un mes. Una tarde ventosa, antes del recuento de las cinco y media —cuando cada uno de nosotros dejamos de ser sujetos para transformarnos en cifra verificable— procedió a retirarse el vendaje, frente a un gran espejo que los lugareños habían decorado con marcos de fósforos. Le habían rectificado una obstrucción nasal, pero él había depositado en eso todas sus esperanzas cosméticas.

Nosotros también teníamos de alguna manera grandes expectativas sobre el resultado, sobre todo uno que se había apostado en primera fila. Cuando el Ñato hubo retirado totalmente el vendaje, aquel trovador de mal agüero detrás de él rompió el silencio para decir: ‘Podrás alzar pesas, embadurnar tu cuerpo de aceite para resplandecer frente a las nenas de la visita, pero siempre, siempre siempre... seguirás siendo El Ñato'.

ARTISTA

JAFIS QUINTERO

Artista

Jhafis Quintero nació en La Chorrera, Panamá. Vive y trabaja en Verona, Italia.

Su propuesta artística está construida desde su experiencia personal en el universo del encierro y la creatividad orientada hacia la supervivencia.

El cuento ‘Ñato final' está incluido en su libro ‘Los dueños del mundo' (2009).

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