El corregidor Polisoy

Actualizado
  • 21/07/2018 02:00
Creado
  • 21/07/2018 02:00
El griego Polisoy era un hombre al que se le podía reconocer a distancia

La construcción del Canal de Panamá motivó a inmigrantes de todas partes del mundo a establecerse en el Istmo. Era común ver en los puertos la llegada de vapores atestados de antillanos, chinos, europeos y de otras partes del globo terrestre.

En uno de los barcos en que se movilizaban esas migraciones llegó a Panamá un grupo considerable de ciudadanos griegos. Aunque sus destinos no eran muy claros por aquellos días, lo cierto es que en este país se quedó buena parte de ellos, y sus descendientes forman parte de la sociedad, como reconocidos comerciantes y empresarios que han realizado aportes muy significativos en el desarrollo de la nación panameña.

Uno de esos aventureros se llamaba Polisoy Karicas, y con ese nombre se registró en las oficinas migratorias. Era un personaje singular, cuyas ocurrencias permanecerían muchísimos años en boca de quienes lo conocieron.

El griego Polisoy era un hombre al que se le podía reconocer a distancia. Era blanco, alto y con unos enormes bigotes que se enrollaban en las puntas, dándole un aspecto muy parecido al del Dr. Belisario Porras, recordado expresidente panameño.

A diferencia de los paisanos que lo acompañaron en su travesía hasta Panamá, Polisoy no quería radicarse en la capital. Él provenía de Tesalónica, pueblo algo distante de la capital de Grecia, Atenas; aquella era una zona montañosa, en la que sus habitantes se dedicaban a la ganadería y a las actividades agrícolas, así es que Polisoy sin duda creyó que estaría mejor en un ambiente familiar.

Aunque intentó una y otra vez montar algún negocio urbano, los resultados fueron infructuosos, pues lo suyo era el campo. Sus compañeros de viaje, que después se convirtieron en importantes empresarios, nunca le abandonaron, y lo ayudaron a financiar viajes por el interior del país buscando tierras en donde se pudiera establecer.

Años después de vivir en Panamá, ya con una familia, uno de sus amigos le habló de Soná y, a las pocas semanas, abordó un barco a vapor que lo llevaría hasta esas lejanas tierras.

En aquella época, los barcos a vapor brindaban al Estado los servicios de correos, por lo que el itinerario del viaje a Soná incluía desvíos, pues la tripulación debía recoger carga y correspondencia en puertos como el de Búcaro. De ese modo, Polisoy fue a dar al valle de Tonosí.

Por esos lances del destino, justamente esa tierra inhóspita, a la que en esa época solo se podía llegar por mar, fue la que maravilló al emigrante griego, quien desde ese momento quiso radicarse ahí, en esos parajes que para él constituían el verdadero nuevo mundo.

Ya establecido en el pueblo, Polisoy adquirió grandes extensiones de tierra en los alrededores de Tonosí, Cambutal y Quebro (Veraguas), dedicándose a la ganadería y a la agricultura. En esas fincas llegaron a pastar más de cinco mil cabezas de ganado.

Con el tiempo se convirtió en un ejemplar ciudadano, que llegó a desarrollar un refinado pensamiento crítico, el cual manifestaba a través de innumerables cartas que les enviaba a los presidentes de turno, a los cuales les producían particular gracia, y no poco asombro, esas esquelas de un léxico que escapaba a toda norma. En su correspondencia podían leer frases como: ‘Señor presidente, no sea usted tan pendejo', ‘Me cago en la gran puta', ‘Sepa usted que las vainas son como son, carajo', ‘En este pueblo ya no hay ni mierda', eran algunas de las floridas expresiones que adornaban sus mensajes, con los que solía quejarse ante los mandatarios, de manera formal según él, por cualquier cosa que sucediese en el pueblo.

El contenido de las notas, que en otro caso hubiesen provocado el encarcelamiento de su autor, eran tomadas como entretenimiento por los presidentes, quienes en medio de los Consejos de Gabinete interrumpían la sesión para leerles a sus ministros (en aquella época secretarios) las locuras que escribía el griego Polisoy desde Tonosí.

Don Domingo Díaz Arosemena llegó a tener una importante colección de estas notas procedentes del valle, y le tomó tanto aprecio al remitente, que lo nombró corregidor del pueblo.

Ya en calidad de funcionario, con carabina en mano, el extranjero administraba justicia de la manera más divertida y peculiar, obligando a los lugareños a participar en extensas sesiones, donde menudeaban las carcajadas ante las ocurrencias del griego. En ocasiones, encarcelaba temporalmente a quienes se mofaban de sus ocurrencias, empleando para tal fin un rancho que él mismo habilitara para que funcionara como corregiduría.

Con el tiempo, Polisoy se convirtió en tema de Estado y, un día, el presidente Díaz envió una delegación al valle solo para que le relataran cómo era que Polisoy impartía la ley en el pueblo.

Cuando la delegación regresó y contaron lo visto, se impresionaron de ver al presidente de la República tirado en el piso del Palacio de Las Garzas, riéndose, ¡sí...!, riéndose a carcajadas.

—¿Díganme ustedes cuál es el problema? —pregunta con firmeza el corregidor Polisoy.

—Buenos días, señor corregidor. Resulta que este hombre entró a mi casa y me golpeó —explica una de las partes involucradas en el pleito.

El griego guarda silencio por unos instantes y luego se dirige a la otra parte con la siguiente interrogante:

—¿Qué tiene usted que decir al respecto?

El humilde campesino se quita el sombrero y alega:

—Lo que pasa, señor corregidor, es que este señor entró primero a mi patio, a robarme 5 gallinas.

Polisoy miraba fijamente al techo (que era de pencas, pues la Corregiduría de Tonosí era un rancho con paredes de quincha) y, luego de analizar detenidamente la situación, clavó la vista en ambos para dictar su fallo.

—¡Este es mi veredicto! —y Polisoy saca de su cartera cinco dólares, que, en aquel entonces, era mucho dinero para un tonosieño, y se los entrega al aludido —Como usted le robó a este señor sus gallinas, usted le paga cinco dólares al afectado, por los perjuicios ocasionados.

Una vez con el billete en la mano, el corregidor le indica:

Yo sé que usted no tiene un centavo, pero ahora tiene cinco dólares; ahora déselos a él.

La otra parte involucrada en el pleito recibe el billete del primero, y luego Polisoy se dirige a este:

—Como usted se metió en la casa ajena, tomándose la justicia por sus propias manos, violentando las leyes nacionales, golpeándolo y poniendo en peligro su integridad física, usted le devuelve los cinco dólares como compensación por las evidentes lesiones causadas a este ciudadano.

Polisoy le hace señas para que le devuelva los cinco dólares al primer hombre, y luego le dice a este otro:

—La corregiduría de Tonosí, en pleno uso de sus facultades legales y constitucionales, lo condena a pagar una multa de cinco dólares por el delito cometido en el pueblo, y, además, lo obliga a pagar a esta entidad el 10% de interés del monto prestado, que en este caso es de cincuenta centavos.

Dicho esto, le quita el billete de la mano al señor y lo vuelve a meter en su cartera.

—Se ha impartido justicia, ¡retírense! —les grita con fuerza la máxima autoridad del pueblo tonosieño —Ah, ¡me debes cincuenta centavos! ¡Ve a trabajar para que me los pagues!

Los funcionarios de la presidencia quedaron atónitos ante la extraña forma de hacer prevalecer la Ley, y al preguntarle la comisión por qué él asumía el costo de las multas, Polisoy respondió:

—¡Ustedes sí que son pendejos! ¡Carajo! ¿Saben cuánto me cuesta alimentar a un preso? Me sale más barato pagarles la multa, ¿o es que acaso ustedes no saben que en este pueblo todos son unos limpios? —agregó el corregidor helénico dibujando de inmediato sonrisas en los rostros de los capitalinos —Es mucho más fácil para ellos pagarme cincuenta centavos que cinco dólares, ¿ya ven, o son brutos?

Uno de los comisionados le informó:

—Señor Polisoy, los ingresos que se cobren en concepto de multas deben pasar al Tesoro Nacional; sin embargo, hemos visto que usted se metió la multa en la cartera. En tal caso, si usted asume la multa de las personas, la misma debería pasar a las arcas del Estado.

Polisoy frunció las cejas y se quedó pensando por un rato, mientras se agarraba el largo bigote que se enrollaba debajo de su nariz.

—¡Me cago en la gran puta! —dijo, iracundo al no encontrar en su mente la respuesta adecuada, pero instantes después continuó —Tiene usted toda la razón; de ahora en adelante, las multas que cobre las retendré en concepto de pago de honorarios.

Las carcajadas de los funcionarios retumbaron en las faldas del valle.

Esa era una de las tantas anécdotas de Polisoy Karicas, bisabuelo de quien les escribe. Un inolvidable personaje que emigró de Grecia para convertirse en el primer Corregidor de Tonosí.

AUTOR

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‘Con el tiempo, Polisoy se convirtió en tema de Estado y, un día, el presidente Díaz, envió una delegación al valle solo para que le relataran cómo era que Polisoy impartía la ley en el pueblo'.

LUIS FLÓREZ KARICA

Autor

Ciudad de Panamá, 1976. Su temprana labor en la imprenta de la Universidad de Panamá infundió en él un marcado aprecio por las obras literarias y el oficio de escribir.

Ha ejercido labores en la Caja de Seguro Social, el Banco de Desarrollo Agropecuario, el Ministerio de la Presidencia y el Instituto para la Formación y Aprovechamiento de los Recursos Humanos.

Ha cursado estudios en formación y liderazgo social, en la Fundación Friedrich Eberg Stiftug, el Instituto Universitario de Gerencia y Tecnología de Caracas, y en el Centro Internacional para el Liderazgo, EN Israel.

Es egresado del Programa de Formación de Escritores (PROFE, 2017), dictado por el Instituto Nacional de Cultura (INAC), en el género novela. El cuento ‘El corregidor Polisoy' forma parte de su libro ‘Escenas de Panamá, Relatos de Bugaba y de Tonosí' (2011).

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