La transmodernidad como alternativa societal, un posicionamiento descolonial

Para poder reproducir la vida social e individual necesitamos emprender un retorno que posibilite la reproducción de la vida: reconectarnos a la naturaleza y la biosfera, a nuestras cuencas. Reconectarnos con lo social, tejiendo comunitariamente nuevos lazos entre los seres humanos, hoy deteriorados por el avance del individualismo neoliberal

El concepto de Transmodernidad surge a finales de los ochenta en pleno desmoronamiento de la Unión Soviética, de la mano de la pensadora española Rosa María Rodríguez Magda que, en 1989 publicó La sonrisa de Saturno para describir el momento que vivíamos y, por otra parte, el filósofo de la liberación Enrique Dussel en su obra Las metáforas teológicas de Marx, ese mismo año planteaba este concepto para definir un nuevo horizonte, una nueva edad del mundo.

La Transmodernidad es un concepto, como dice José Gandarilla, además de impacto en las academias críticas del sur y norte global, tiene “arraigo entre activistas y militantes”, ya que no se trata de una reflexión libresca, sino en última instancia de una apuesta política. Una propuesta política liberadora.

Con respecto a los societal, es la comprensión de lo social como una totalidad. Gandarilla habla de la “totalidad del capital”, Franz Hinkelammert del “totalitarismo del mercado”. Por lo tanto, al criticar a la totalidad del orden vigente del capital, lo hacemos desde una propuesta categorialmente de las mismas proporciones: la Transmodernidad es exterioridad negada de ese orden como alternativa utópica. Muy a pesar del escepticismo de que no hay alternativas, no perdemos ese principio liberador.

Crítica del orden del capital vigente

Nos decantamos más por la conceptualización dusseliana y, como primer paso, es imperativo hacer una crítica del orden del capital vigente. Sería asumir la crítica de Marx, como lo planteó Moishe Postone: el capitalismo limita “la posibilidad de un nuevo y emancipado modo de vida social”. Dentro del capitalismo no habrá posibilidad de reproducir la vida socialmente, ya que están troqueladas por las dinámicas del mercado capitalista. Nuestra realización subjetiva y social está limitada en ese sentido.

Muy a pesar del escepticismo de encontrar salidas ante la irresolubilidad de nuestros problemas societales, en tanto que lo existente no posibilita alternativas, apostamos por un horizonte utópico liberador. Esta crisis ambiental, económica y social, pone en cuestión la existencia de la especie humana en este planeta. El sistema capitalista está contaminando la Tierra, al punto de hacerla inhabitable, además de la propia capa de ozono, muchos de los elementos que posibilitan nuestras vidas como especie y como vida en general en la biosfera están en peligro por este modo de producción capitalista.

Si bien es importante la crítica del orden del capital vigente, para lo cual será importante apoyarse en la ciencia del sistema Tierra para comprender las complejas interacciones con la atmósfera hasta la biosfera. Esta crítica aún bien informada, no es suficiente sin una motivación y actitud para revertir el estado actual de cosas. En virtud de eso, es importante la constitución del sujeto político colectivo cuyo horizonte emancipador esté presente en la reflexión crítica.

Los movimientos sociales (como la minga, el MST o los zapatistas, por citar algunos ejemplos) han bregado con la tarea emancipadora de búsqueda de justicia en distintos niveles. Justicia social en tanto búsqueda de equidad ante las rampantes desigualdades socioeconómicas del orden del capital vigente; justicia ecológica ante la necesaria descarbonización, contra el aumento de la huella ecológica y la pérdida de biodiversidad, por último, la justicia epistémica, por la recuperación y el respeto de nuestros saberes ancestrales.

Marx y la Transmodernidad

Para que Dussel pudiese conceptualizar la Transmodernidad tuvo que leer todo Marx, incluso algunos materiales inéditos; una tarea titánica durante la década de los ochenta, en solitario con sus estudiantes, produciendo un K. Marx distinto al occidental, tradicional, al ortodoxo o los satélites en América Latina. Sobre esa lectura nos ocuparemos en otra ocasión; por ahora, nos toca enfatizar la centralidad de Marx, para darle materialidad a la Transmodernidad.

Marx fue el gran crítico y estudioso del capital a pesar de que no pudo terminar su programa original. En el orden del capital vigente se “reproducen” nuestras vidas limitadamente, ya que estamos condicionados por esa realidad, donde se mide el tiempo y el territorio como un valor de cambio. Como en este orden no se pueden reproducir nuestras vidas plenamente, Marx visualiza un “reino de la libertad” o, como lo definiera F. Engels: la asociación de hombres (seres humanos) libres, bajo el control de sí mismos, allí la humanidad daría un salto “desde el reino de la necesidad al reino de la libertad”, con mayor tiempo para su propia realización.

La aceleración del tiempo y la organización de nuestro territorio se hace bajo esa dinámica del orden vigente del capital. Marx habla de la reproducción de la vida socialmente organizada, pero también del sujeto en particular. Es decir, la realización particular del ser humano. Esta reproducción de la vida es algo más que un proceso fisiológico. El orden vigente del capital extermina esa posibilidad, destruyendo todo a su paso, agotando sus fuentes de energía. Cuando se da esta contradicción la vida no se puede afirmar.

Hacia un retorno no idílico

Como lo planteó Silvia Federici: “la primera tarea en la agenda de la humanidad es la construcción de una alternativa a la sociedad capitalista”. Y, este, no es un problema de individuos. Se trata de un problema societal.

Para poder reproducir la vida social e individual necesitamos emprender un retorno o reconectarnos con lo que posibilite la reproducción de la vida, a saber: retornar o reconectarnos a la naturaleza y la biosfera, a nuestras cuencas para una relación hidro-social. También reconectarnos con las demás especies como mismidad. Un retornar o reconectarnos con lo social, tejiendo comunitariamente nuevos lazos entre los seres humanos, hoy deteriorado por el avance del individualismo neoliberal. Por último, y no menos importante, retornar o reconectarnos con lo ancestral, para una justicia testimonial y hermenéutica (en el sentido de Miranda Fricker) del saber auroral de nuestros pueblos, de la africanidad, de las mujeres.

Conclusión

¿Cómo podemos encarar esta titánica tarea? Al menos considero dos elementos fundamentales complementarios entre sí. Por un lado, partir de lo concreto, y entender la Transmodernidad como alternativa societal categorialmente como exterioridad, desde proyectos políticos liberadores, donde la constitución del sujeto colectivo es fundamental subsumiendo el retorno no idílico a la naturaleza, a lo social y lo ancestral.

Hemos perdido los tejidos que urdían la naturaleza con lo social y lo ancestral para nuestra reproducción como especie. Por la imposición unidimensional del mercado capitalista como eje rector de nuestras vidas. El orden vigente del capital nos lo impone socialmente intentando aniquilar cualquier momento liberador. Por supuesto, cuando nos planteamos esta realidad estamos conscientes de que son topos en disputa. Son territorios concretos por ganar.

Por otro lado, entender la Transmodernidad como un programa de investigación en sentido amplio, para producir conocimiento que emerja de nuestra propia realidad circundante y global, en diálogo con lo mejor de las teorías críticas tanto del sur como el norte global.

El autor es profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá e investigador del Sistema Nacional de Investigación de la Senacyt.

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