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Actualizado
  • 17/03/2019 01:00
Creado
  • 17/03/2019 01:00
De hecho, es probable que muchos conozcamos al menos a una persona que se volvió –o intentó volverse– coach de alguna disciplina

Cualquiera que pase tiempo en redes sociales (sobre todo en Instagram), notará que los anuncios de negocios nuevos en Panamá son muy frecuentes. Principalmente son pequeñas empresas, restaurantes y servicios creativos de todo tipo, pero hasta para los más distraídos sería evidente que también ha crecido la oferta de asesores personales en emprendimiento y wellness. De hecho, es probable que muchos conozcamos al menos a una persona que se volvió –o intentó volverse– coach de alguna disciplina, y algunos influencers ya prometen desplazar la terapia psicológica con sus tips de ‘empoderamiento' y optimismo.

Los nuevos Paulos Coelhos y John C. Maxwells venden todo tipo de materiales, programas y talleres para ayudar a otros a ‘descubrir su verdadero potencial' y ‘diseñar' la vida de sus sueños, usualmente con una mezcla de emprendedurismo y psicología positiva. Pero no es un fenómeno exclusivo de Panamá, sino una expresión ideológico-cultural propia del modelo neoliberal imperante en todo el ‘primer mundo' y Latinoamérica, que además articula subjetividades e identidades concretas desde la creencia en la felicidad y la prosperidad como decisiones individuales, completamente independientes del entorno y la condición socioeconómica.

El coaching hace sus primeras apariciones luego de la Revolución Industrial en Estados Unidos, cuando los dueños de empresas y gerentes buscaban nuevas maneras de motivar y hacer más productiva a la fuerza de trabajo, pero no es sino hasta los años 80 cuando realmente despunta con la obra de Thomas Leonard, la cultura yuppie y el boom económico posguerra mal atribuido a Reagan. Hacia los 90 se expande con pirámides como Herbalife (una combinación de wellness con emprendedurismo, también nacida en 1980), y autores como Robert Kiyosaki (Padre rico, padre pobre) o Carlos Cuauhtemoc Sánchez (Juventud en éxtasis). Actualmente se vale de la neurociencia pop para legitimarse, y su principal canal de comunicación y venta son las redes sociales. En casos más extravagantes combina finanzas con esoterismo, desde limpieza de energías, hasta chamanismo y regresiones a vidas pasadas.

Cualquiera argumentaría que el coaching funciona para muchos, que no hace daño a nadie y que cada quién es libre de gastar su dinero en lo que quiera; que es parte de la ley de oferta y demanda, entre otras superficialidades. Pero los coach son lo que en biología se conoce como especie indicadora, o un tipo de organismo cuya presencia (o ausencia) refleja las condiciones de un ambiente determinado. No es casualidad que hayan proliferado justo en el periodo de consolidación del modelo neoliberal que acabó con los Estados de bienestar, o que hoy en su etapa más cimera haya un coach –o alguien que intenta serlo– en cada esquina.

Los vendedores de humo lucran con la crisis existencial generalizada que se ha producido con el desgaste del modelo económico (la principal forma en que se organiza la vida en sociedad), donde cada vez más personas sufren de frustración laboral, desesperanza, apatía, ansiedad y depresión, en especial entre las capas medias. Haciendo uso de la retórica, la cultura neoliberal enmascara la precariedad y la explotación sustituyendo palabras como ‘trabajadores' por ‘colaboradores', o ‘derechos' por ‘salario emocional'.

Los charlatanes encuentran asidero en la poca accesibilidad a la terapia psicológica en estratos sociales medios y bajos, y aunque actualmente la salud mental es un tema en boga, no se señalan los problemas de fondo que la trastocan: inestabilidad y precariedad laboral; extensión de la jornada de trabajo sin pago de horas extra; pérdida de poder adquisitivo por el alto costo de la vida; falta de acceso a servicios básicos públicos y de calidad; deterioro del tejido social; incertidumbre, crisis ambiental y un consumo desmedido que además de crear endeudamiento, profundiza los vacíos emocionales.

Sobra decir que no son problemas exclusivos de Panamá. Son problemas estructurales, pero la industria de la felicidad nos dice que no hay excusas para ser pobre o infeliz; que tenemos el control y la libertad absoluta para diseñar nuestra vida a nuestro antojo, siempre y cuando nos esforcemos y tengamos la actitud correcta, como cuentan las historias de éxito, que omiten ser la excepción y no la regla.

Aunque hablar de neoliberalismo genera rechazo, es una realidad palpable; no solo como modelo económico, sino como una ideología que (re)produce un sistema cultural muy concreto. Su arrolladora ubicuidad lo disfraza de sentido común y lo hace difícil de identificar, pero está presente ahí donde se venda la promesa del mercado como productor de bienestar y felicidad, o la creencia en el individuo todopoderoso que con su sola voluntad se sobrepone a las dificultades de cualquier entorno. La cultura neoliberal hace que todo señalamiento o protesta contra la estructura socioeconómica parezca una excusa victimista o una señal de mediocridad resentida. Así, si el individuo se rebela, lo hará contra sí mismo y los de su clase, como suele suceder.

COLUMNISTA

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