El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 01/07/2019 02:00
‘Aunque uno sea pobre, siempre debe ser decente y estar bien arreglado'. Estas palabras se repetían incansablemente en su mente esa mañanita del mil novecientos cincuenta y seis, cuando perfumado, se presentaba en la dirección de la Escuela Nacional de Pintura en el barrio de San Felipe de la ciudad de Panamá.
Las palabras deambulaban en su mente como credo divino que se respeta, pues su hermana mayor había modelado con gesto materno, aquellos dictámenes que en los interioranos de cuna humilde y recto andar, llevan cocidos como único baluarte que vergüenza humana pueda presentar: La decencia… y la calidad de ‘la fina estampa' que aquel muchacho, procedente de la población de Macaracas, era de envidiar.
Los vientos procedentes de la cercana bahía entraban por los grandes ventanales del viejo edificio - sede de la Escuela Nacional de Pintura - moviendo las cartulinas de papel manila, con dibujos en carboncillos negros y marrones de Roberto Lewis, Humberto Ivaldi, Juan Manuel Cedeño y sobresalientes alumnos que, colgados en las paredes de la dirección del plantel, recibían al futuro pintor.
Ahí, Catita y Sabine Lewis con aristocrático lenguaje, explicaban las condiciones que la ganada beca iba a cubrir - muy poca cosa para tan añorados sueños. El destino abre sus puertas a quien decide arriesgarse y el joven interiorano toma la modesta propuesta como un reto, sin titubeo alguno… y pasa bajo las manos magistrales de Juan Manuel Cedeño en la pintura, Jeannine Janini para el dibujo, Eudoro Silvera para las técnicas de composición y pintura.
¡Lléveselo al ‘Gringo' y él se lo reparará!
Aquel joven procedente del poblado de Macaracas, de habilidades múltiples, pues en su pueblo fue pintor de cantina, letreros publicitarios, fotógrafo de cedulación… a quien su familia llamaba ‘El Gringo', y no por el color de su tez, más bien por poseer la capacidad para arreglar relojes, abanicos, refrigeradoras, motores de cualquier índole, albañilería, constructor de lámparas de vitral, consejero de parejas – que solo le faltaba hacer misa en la iglesia - era visto como el ‘Fac totum' de la comunidad… y en ese momento, con precarias condiciones, iniciaba aquí en la ciudad Capital su aventura en los menesteres de las bellas artes.
Ese muchacho, de nombre Rodrigo Correa, llevaba consigo el aprecio más noble que una comunidad pueda brindar, el apodo cariñoso que sus amistades en jerga popular distinguen a los personajes amados, como ‘Cañita Correa', apodo que Rodrigo viste con orgullo y supo honorar.
El pupilo predilecto
‘Era el preferido del Maestro Cedeño', así me hacía notar Emilio Torres, compañero de clases de Cañita, que también me indicaba que ‘se encargaba de la disciplina de la clase y era muy serio y productivo en las clases… un excelente amigo cuando estábamos fuera de la escuela'.
Esa amistad entre Cedeño y su alumno, era fuerte y leal, tal vez por la procedencia de ambos (la provincia de Los Santos) que juega un papel importante en la evolución de Rodrigo Correa, pues existe una interesante cercanía en las obras producidas por el alumno, sobre todo en el dominio de las figuras humanas, en sus claros oscuros en los dibujos y en las composiciones de los paisajes, que mantienen reminiscencia de Roberto Lewis a través del lenguaje de Cedeño.
La ‘camada' de alumnos que en ese entonces frecuentaba la Escuela Nacional de Pintura de Panamá, compañeros de Cañita eran: Emilio Torres, Alberto González Palomino, Ear Denis Livingston Brown, Cristóbal (Tobi) Rodríguez y otros. Ellos crecían bajo los parámetros magistrales de los ya mencionados maestros de la plástica panameña y se les van agregando Alfredo Sinclair, Adriano Herrerabarria y Carlos Arboleda, artífices de las trasformaciones que la educación artística iba requiriendo.
Las provincias, fuentes incansables de talentos
La fuente de la creatividad del hombre panameño se va alimentando con aquellos talentos provenientes del Panamá profundo, aquel suelo de penurias y dificultades que produce personajes que, pese a las nefastas condiciones, rompe con sus paradigmas existenciales y logran llegar a las soñadas oportunidades que brinda la capital del istmo. Emigran fuerza laboral y la flor del talento interiorano, ocupando espacios en todos los sectores de la creciente sociedad panameña; y calibran sus innatas capacidades adaptándolas a las reales oportunidades. Maestros que ocupan puestos en la literatura, agrónomos de la pintura, un devenir de fluidas situaciones, donde el ingenio improvisa con sagacidad nuevas carreras. Los años setenta no se eximen a esas condiciones, por lo que encontramos en la cultura panameña personajes que colaboraron con sus obras a escribir la historia de nuestra idiosincrasia artística.
Por la Escuela Nacional de Pintura de Panamá de la década de los setenta, pasaron muchos alumnos que dejaron huellas de aquel fervor, por representar el profundo sentir del hombre istmeño, en una época de profundos anhelos por absorber la magia de la radio, las revistas platinadas, la creciente industria televisiva y todo aquello que se encontraba entorno a la Cinematografía.
Muchos de estos alumnos de la Escuela de Pintura, se dedicaban a trabajar en los letreros publicitarios, sobre todo en los carteles para las múltiples salas de cine de la ciudad capital. En la memoria del imaginario popular y en el recuerdo de los entendedores, quedó registrado el bello rótulo realizado a la actriz italiana Anna Magnani, por el pintor Cristóbal (Tobi) Rodríguez.
¿Pintor o periodista?
Rodrigo ‘Cañita' Correa, buscando sustento, entra como barrendero al Taller ALIE, pero su inquieta personalidad y su capacidad por el dibujo lo lleva a sobresalir y rápidamente comienza a trabajar los rótulos para la publicidad. Desde allí sigue una trayectoria continua que lo llevó a ocupar un puesto importante en la editorial panameña, como columnista, diseñador grafico, caricaturista y gerente de distintas editoras periodística, como también en la radiofonía y televisión.
‘Panamá perdió un gran pintor, pero tal vez ganó un gran periodista' son las sabias palabras de Fernando, su hijo, que tomo para anclarnos a la esencia de (estas) mis reflexiones.
Allende a nuestro apresurado presente, en el frenesí de nuestro día a día, nos olvidamos que somos frutos de un gran pasado… ese robusto árbol de corutú alimentado por solitarios hombres que cumplieron con cabal disciplina su tarea cometida que, como ‘Cañita', nos hacen recordar aquellas voces lejanas que provienen del materno saber: ‘aunque uno sea pobre, siempre debe ser decente y estar bien arreglado' para que seamos dignas hojas de ese glorioso árbol de corutú y marcar senderos para todos los panameños. Amén.
‘La fuente de la creatividad del hombre panameño se va alimentando con aquellos talentos provenientes del Panamá profundo, aquel suelo de penurias y dificultades que produce personajes que, pese a las nefastas condiciones, rompe con sus paradigmas existenciales y logran llegar a las soñadas oportunidades que brinda la capital del istmo'