Mi triste sociedad

Actualizado
  • 18/04/2020 00:00
Creado
  • 18/04/2020 00:00
Muchos critican y censuran duramente a aquellos que osan tener en su vida la asertividad, integridad, verdad y justicia, y cometen un delito cuando denuncian actos corruptos

Era 1989. “Tras la tormenta criminal”, como bien diría mi amigo Horacio Valdés en su canción 'Solo las estrellas bastarán', el pueblo se volcaba a un saqueo sin precedente; era claro que los valores, la ética, moral, integridad y solidaridad brillaron por su ausencia.

Estos saqueos provocaron que muchos comerciantes cerraran sus puertas para siempre, dejando sin empleo a cientos de personas en pleno diciembre, otros y con muchísima dificultad, sacaron de los escombros y cenizas sus sueños, emprendiendo nuevos oficios, aventurándose a otros países o bien, rehaciendo su vida empresarial junto a los empleados solidarios que, entendiendo la situación, aceptaron laborar sin remuneración económica hasta que se levantaran de aquellos restos que los ladrones sin consciencia dejaron.

Los disturbios de 1992 en Los Ángeles, también conocidos como 'la revuelta de Rodney King', explotaron cuando un jurado compuesto casi completamente por blancos absolvió a los cuatro agentes de policía que aparecieron en unas grabaciones tomadas mientras propinaban una paliza a un taxista afroamericano. Esto provocó los actos más atroces contra personas de distintas razas.

Estos pasajes históricos de distintos países se han repetido una y otra vez en mayor o menor escala y, en pleno 2020, siguen dándose eventos donde en ausencia de orden y valores, la sociedad ve como “normales” los actos de corrupción, violencia, discriminación, xenofobia, irrespeto a la autoridad y ausencia total de ética y moral.

Todavía vemos al hijo de la lavandera hundiendo al hijo de la cocinera, gente de poder sigue abusando del menos privilegiado, las leyes se aplican sin justicia equitativa y la pobreza ya no solo es económica, sino espiritual, educativa, social y cultural... como lo fue hace 30 años.

Muchos critican y censuran duramente a aquellos que osan tener en su vida la asertividad, integridad, verdad y justicia. Cometen un delito cuando denuncian actos corruptos y es un pecado capital cuando defienden sus convicciones o hacen valer sus derechos. Todos ellos terminan siendo lapidados públicamente por personas que justifican los hechos.

Joan Baez, un activista y músico estadounidense, decía: “Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre de la sociedad, acabarás formando parte de ella”.

El primer signo de corrupción en una sociedad es decir que “el fin justifica los medios”, y creemos que, pasando mil veces peleas en noticieros, mostrando el lado oscuro del hombre y dando ratings de audiencia, llegaremos a la paz.

Cada persona, tiene una misión irremplazable para hacer el bien, física, espiritual, ética y moralmente a las personas que lo rodean y a su parcela dentro de la sociedad.

Es nuestra responsabilidad revivir aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa la historia y que benefician nuestra presencia y la de los demás. Pareciera que nuestra sabiduría está cada vez más cegada por la búsqueda y ansias del poder.

El teólogo y filósofo Johann Kaspar Lavater decía: “Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente y a callar cuando no tengas nada que decir bajo el manto de la razón, ética y moral”.

En un sistema social de desigualdad, lo único que comunica la verdad son la palabras y los hechos, lo triste es que algunas palabras o hechos se prostituyen en cosas vanas y ruidos sociales. El contexto del mensaje varía cuando el mensaje real es interceptado por la desigualdad sostenida del sistema. En una sociedad así, la palabra se transforma y lo que debería ser un instrumento de cambio, es un arma de manipulación o explotación libertina.

No hay mejor espejo que aquel que refleje la imagen del hombre a través de sus palabras. Las palabras pueden ser como los rayos X si se emplean adecuadamente.

Cierro con esta magnífica frase de Albert Einstein: “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única”.

Publicista y catedrático
Lo Nuevo
comments powered by Disqus