Rafael Navarro y sus intimidades revolucionarias

Actualizado
  • 18/05/2020 00:00
Creado
  • 18/05/2020 00:00
El pincel de Rafa contrapone los colores primarios, donde los valores volumétricos son los motivos que conducen sus obras; ellos retoman a manera de antiguos tótems la estética prehispánica. Existen artistas que pasan toda una vida buscando un lenguaje que sea suyo; ese se convierte en un recorrido de experiencias pictóricas y madurez intelectual, de conducción personal

Santiago, septiembre 12 de 1973. Éramos un grupo de estudiantes procedentes de distintas escuelas e institutos de Santiago de Veraguas, sentados bajo el palo de pera en la rotonda de La Placita. Participábamos de la manifestación que distintos gremios santiagueños habían proclamado en protesta contra el golpe de Estado en Chile.

Esa lluviosa tardecita se iluminaba por las voces salidas de los altoparlantes, donde los oradores se alternaban en discursos políticos, recordándonos a través de los lejanos ecos, que nos encontrábamos en el lugar donde muchas protestas habían cambiado el rumbo de nuestra sociedad veragüense.

En tanto, nosotros los más jóvenes –apartados momentáneamente– discutíamos: ¿Quién sería el orador? ... y entre ellos, yo era uno de los plausibles acreedores.

Noté que Rafa ya venia con ideas claras, bien informado sobre los acontecimientos, pues las noticias eran fragmentarias y lo acontecido era un hecho inaudito.

La agresión a los valores de la democracia en América Latina era uno de los motivos más destacados de los oradores; entonces, por decisión unánime escogimos a Rafa para que nos condujera en nuestra empresa que aquí les ilustraré.

Frente al palo de pera, más allá del quiosquito de venta de comidas criollas del señor Juan García Peñalba, se encontraba la biblioteca pública Julio J. Fábrega, lugar de encuentros sociales para toda la comunidad. Esa misma noche, Adriano Herrerabarría había organizado la exposición del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, célebre maestro de la pintura latinoamericana que había sido traído hasta nuestro Santiago para exponer su magistral obra.

Entramos en grupo en la biblioteca, interrumpiendo el acto protocolar, y nos tomamos el micrófono, allí fue donde Rafa (Rafael Navarro) tomó la palabra, sorprendiéndonos a todos los presentes con su apasionado discurso de libertades y justicias sociales.

¿Quién es Rafael Navarro?

Procedente de Pesé, se educó en Santiago de Veraguas, único de los jóvenes coterráneos que poseía un taller de pintura, pese a sus escasos años. Los profesores Luis Olivardía y Gilberto Maldonado Tibault poseían sus espacios dentro de la escuela Normal; pero Rafa, al igual que yo (mi taller en calle tercera en casa de papa Samuel), nos encontrábamos pintando mucho, pese a la falta de escuelas de artes plásticas en el interior de la República. Rafa poseía un taller dentro de la Normal, y junto a los grandes maestros de nuestro pequeño universo santiagueño, él ya sudaba trementina y linaza con gran sabiduría.

Rafael siempre tuvo una vocación polifacética, sabía entrar en cada disciplina artística de lo más variada: teatro, poesía, banda de guerra. Muchas veces nos encontrábamos construyendo escenografía para veladas de la Normal de Santiago... hasta compartir el juego de billar, cuando a escondidas de la policía nos dejaban competir.

Es nítido el recuerdo de sus obras, que se realizaban a través de un expresionismo muy criollo, que sigue siendo el punto de unión en la pintura interiorana de ese periodo a inicios de los años setenta, que al parecer era más accesible a las condiciones sociales de las cuales muchos pintores interioranos procedemos.

Al mirar hacia atrás y estudiar el crecimiento de lo que viene llamado “Expresionismo” (sea alemán o francés), notamos que involucra una manera primitiva, esencial de la pintura universal. Como que tomara la responsabilidad de negar los avances que han sostenido el tecnicismo de la pintura de corte culta. Era más accesible a nosotros, que dábamos los primeros pasos en las artes; y es esa una particularidad digna de registrar, que nos ayuda a comprender la producción artística panameña.

Rafael Navarro también pintaba murales con una visión más “mejicanista”; sus incursiones en esas técnicas, creo han sido olvidadas. Pero al hacer una atenta revisión de nuestra historia de las artes plásticas de Panamá, encontraremos muchos aportes (de él) que en la actualidad desconocemos y que remarcan una tendencia a la figuración abstracta, común en todo el país.

Para no perderme en el deleite de mi relato, cuando interrumpimos la exposición de Oswaldo Guayasamín ese 11 de septiembre, Adriano Herrerabarría se enfadó mucho, pero apreció con énfasis esa “incursión revolucionaria”, al tal punto que, Rafael pasó a ser su discípulo de confianza, bajo su absoluta tutoría.

Entra en el taller de Herrerabarría, donde inicia una nueva fase de su pintura, con trabajos en veladuras, en el tratado de “blanco de zinc a seco” en la tela; cambiando a una manera más técnica, bajo la supervisión profesional del maestro Adriano.

Muchas fueron las obras experimentales que Rafael Navarro realizó sin perder las enseñanzas de su maestro. En algunas telas al óleo, es tan evidente la manera de alejarse de las veladuras, que estas incursionan en novedades del ejercicio dinámico de las figuras, demarcando puntas desconocidas en la pintura panameña.

Madrid, junio de 1976. Real Academia de San Fernando de España.

En torno al año 1976, me encuentro con Rafael Navarro en Madrid, entre el grupo de panameños que allí estudiaba. También se encontraba el escultor santiagueño Alonso Him (él hijo de Gitano). Es el reencuentro que titulamos “Demonio (Rafa), el hijo de Gitano (Tuto Him) y Tío Conejo (yo)” ... Yo me encontraba estudiando en Florencia, Italia, e intercambiaba visitas con ellos.

Fue ahí donde vi –otra vez– los trabajos de Rafa. La personalidad ecléctica lo lleva a sumergirse en el ambiente madrileño, sus trabajos se siguieron enriqueciendo de nuevas técnicas en el procedimiento pictórico, como también del arte conceptual. Su trabajo viene sostenido por una precisión más refinada, sus pinceladas son metódicas y muchas veces regresan a repetir lo ya sabido, con nuevas aplicaciones... su búsqueda tiene consistencias que coquetean abiertamente con el abstractismo constructivo.

Entonces Rafael Navarro viaja a Japón para estudiar por varios años las técnicas escenográficas... y regresa a Panamá, donde es propietario de una empresa escenográfica de éxito.

Abril de 2015, ciudad de Panamá.

Recibo una llamada de Rafael y voy a su taller donde, con mucha cortesía, me presenta su actual producción. Trabajos que ha producido en completo silencio, en espera de “una opinión desinteresada” como suele repetir... y yo quedo maravillado de esa solitaria búsqueda.

Existen artistas que viven toda una vida buscando un lenguaje que sea suyo; ese se convierte en un recorrido de experiencias pictóricas y madurez intelectual, de conducción personal.

En ese trajinar de cosas vividas, se logra adquirir una manera expresiva que muchas veces se coloca al margen del gusto común o de una general apreciación colectiva, pues marcan pautas que a muchos no le es fácil aceptar, chocando con el muro de la compresión.

El pincel de Rafa contrapone los colores primarios, donde los valores volumétricos son los motivos que conducen sus obras; ellos retoman a manera de antiguos tótems la estética prehispánica. El llamado a la cultura indígena es innegable, viene sostenido con la contraposición de los colores fuertes, no diluidos, más bien... distendido a manera de potenciar el valor y energía de cada color. Por eso la razón de la aplicación del color puro, para que alcance la justa vibración.

De pronto, Rafael me hace colocar los anteojos 3D, regreso a ver sus obras y para sorpresa, entro en un mundo diferente de energía y vigores de volúmenes y colores. Indiscutiblemente son el fruto de su preparación técnica, del mundo escénico televisivo y virtual en el que se desempeña esa experimentación conducida en silenciosa intimidad.

Rafael Navarro será siempre ese muchacho que vivió en ese Santiago de antaño, con la pasión que distingue a cada veragüense, de tener la rebeldía revolucionaria que nos permite atravesar obstáculos, superar montañas, proponer soluciones y batallar por ellas.

Es colectivo el deseo de que su trabajo sea propuesto –dentro de su verdad histórica– para que se cumplan los debidos reconocimientos de esos valores de la plástica nacional, que han valorizado el corazón creativo de todos los panameños... y que siguen esperando su merecido pedestal histórico. Por eso, esperamos con premura tu próxima exposición, Rafa.

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