La antiacademia

Actualizado
  • 19/10/2020 00:00
Creado
  • 19/10/2020 00:00
Aristides Ureña Ramos, maestro de las artes plásticas panameñas, nos trae una nueva entrega en la que cuenta que la riqueza del academicismo radica en que dota a las personas de profundos conocimientos para interpretar la evolución de las expresiones artísticas, y para muchos talentos es el instrumento para la trasformación de las artes en sus aspectos técnicos y estéticos
Tienda de venta de materiales para arte Lefranc and Bourgeois, París.
“Todo lo aprendido, lo debes abandonar”, Florencia 1978

Al terminar el último año de mi severo aprendizaje pictórico, en la Academia de las Bellas Artes de San Marco Florencia, Italia, nuestro profesor de técnica pictórica nos reúne para decirnos, con tono paternal, que todo lo que hemos aprendido bajo su tutela, tenemos que olvidarlo. Sorprendidos, al menos yo que pensaba que no era posible que pasara en vano todos esos años descubriendo y aprendiendo secretos inimaginables para un cholito santiagueño, para oír lo que en ese momento escuchaba. Hasta que después... con el tiempo, entendí las frases de despedida de mi profesor de la academia; anécdota que nos introduce a este texto, ayudándonos en la compresión del antiacademicismo con el rigor necesario.

Las pinturas y pigmentos, década de la industrialización

Uno de los factores que sirvió para que el academicismo tradicional pasara a un cambio generacional, fue la llegada de nuevas tecnologías para la fabricación de modernos materiales.

Desde la década de 1830 hasta finales de ese siglo, París, Venecia, Florencia, Bruselas y varias ciudades importantes americanas, fueron invadidas por empresas de materiales “preparados” para los artistas (pinturas en tubos, telas ya acondicionadas, bastidores, pinceles, todos preparados y listos para su uso); todas estas tiendas nacidas en torno a las prestigiosas academias de bellas artes.

Recordamos algunas de ellas en Francia: Lefranc & Charbonnel, Blot, Bonnot et Cercevil. En Italia Leoncini, Rigacci, Lo Bono, et. En Inglaterra donde la firma Winsor and Newton (1843) inventa un sistema para envasar la pintura en tubos de latón y en Estados Unidos John Goffe Rand inventa el sistema a “tapa de rosca” que revolucionó la conservación de los pigmentos.

En Estados Unidos el aporte de D.R. Averill, desde el estado de Ohio en 1867, patenta los primeros preparados Ready Mixed que ayudarán a la evolución de los tintes y colores para la construcción edilicia, brindando los estudios que ayudarán a la trasformación de la pintura para artistas, hasta llegar a la alemana compañía Caparol, fundada en 1895 que ayudaría a la revolución de la pintura en resinas acrílicas.

La paleta del artista se rejuvenece con nuevos colores, brindando a los pintores una variedad de oportunidades nunca imaginadas.

Los tratados sobre las técnicas pictóricas

Debe interesarnos lo que fue el 'Cennino Cennini' que nos dona el Tratado de la Pintura (Italia 1390), fiel recetario que se convierte en la clave para la enseñanza académica en la pintura, hasta la llegada del Tratado Leonardesco del inicio de 1500. A su vez, Benvenuto Cellini, desde Florencia, escribe los dos Tratados para La Orfebrería y Tratado para la Escultura (1565), además de los textos breves para la arquitectura, que son conocimientos básicos para la enseñanza de la técnica escultórica y la didáctica para la disciplina arquitectónica.

Papeleta publicitaria de artículo para bellas artes, 1904.

León Augusto Rosas nos presenta la técnica desde los tiempos prehistóricos hasta hoy (1937 - Milán, Italia) una gustosa recolección farmacopea que marcó una verdadera revolución para los entendedores.

Siendo uno de los tratados más importantes sobre el tema técnico-pictórico, lamentablemente incomprendido por aquello de que se le atribuyen al período fascista. Es un verdadero tratado dividido en dos partes, la primera analítica y descriptiva, la segunda con una cantidad increíble de información y recetas preciosas, que no se encuentran en anteriores textos técnicos. Un manual científico, básico para aquellos que quieran aprender todos los conocimientos sobre técnicas antiguas y modernas, junto a los misterios de recetas secretas. Un hito en la ciencia de las técnicas de pintura que anticipa las investigaciones más sofisticadas de la actualidad.

Solo se hizo una única reedición en 1949 y el tratado es muy buscado. Su contenido ha sido fuente para muchos manuales en la pedagogía moderna. A mi juicio, este tratado cuenta con una manera reflexiva de proponer el tema técnico-pictórico como soporte para nuevas investigaciones, estimulando a los artistas en la búsqueda hacia nuevos horizontes. Es por esto que hago mención en este artículo –sin involucrarme en la parte propagandística del periodo fascista en el cual fue creado– evidenciando con vigor la utilidad que tuvo para la superación de un nuevo academicismo.

El cambio

La gran “conquista” del siglo XX es precisamente la abstracción: el artista ya no pinta lo que ve (este papel se deja a la fotografía), sino lo que siente dentro, en su interioridad. En este contexto, se analiza con mucho cuidado el fenómeno de la percepción visual y el efecto cambiante que los distintos colores provocan en el observador.

Distinguimos en el siglo XX dos grandes vertientes del arte antiacadémico: el abstraccionismo, en contraposición a la pintura todavía figurativa, aunque en la mayoría de (ambos) los casos no buscan la representación fotográfica de la realidad.

Y es aquí donde encajan las palabras de mi profesor, pues la responsabilidad de un artista que ha sido formado, bajo una rigorosa disciplina pictórica, es de (1) comprender la evolución del proceso evolutivo de la ejecución pictórica. (2) unirla a nuestra naturaleza creativa del poseído talento (3) ser consciente de que la experimentación es el vehículo hacia la creación de un lenguaje personal.

Porque, a decir verdad, el conocimiento académico seguirá siempre siendo un soporte para entrar con un “salto al vacío” a nuevos umbrales.

La modernidad

El pasaje (o superación) del academicismo viene acompañado con nuevos modos que facilitan el acercarse a la pintura, a tal punto que, para quien decide pintar un cuadro, no es obligatorio que sepa qué sustancias y pigmentos conforman el tubito de pintura que está utilizando, porque somos hijos de una modernidad que nos facilita el quieto vivir.

Paño mural, Academia de Bellas Artes San Marcos, Florencia, 1975.

Por ende, al querernos lavar la cabellera (en nuestra higiene personal) no necesitamos conocer el contendido compositivo del champú que usamos, porque somos parte de un progreso facilitador que, gracias a Dios, nos permite ahorrar tiempo y dedicarnos a cosas más atinadas a esta exigente modernidad.

Hay un peligro en toda esta concepción moderna donde todo es tolerado, y radica en lanzarnos en un océano infinito de “tantas cosas”, para que nuestro juicio crítico entre en una deriva de aceptaciones aproximativas. Y es allí donde perdemos nuestro juicio crítico.

Hijos de la modernidad

Así contamos hoy con días, en los que muchos se acercan a las disciplinas de las artes, en un panorama que reivindica una libertad de espacios que debe ser concedida sin titubeo alguno, pero es el juicio crítico personal en cada uno de nosotros al saber seleccionar los valores expresados por cada artista.

La riqueza del academicismo es que dota a las personas de profundos conocimientos para interpretar la evolución de las expresiones artísticas, y para muchos talentos es el instrumento para la trasformación de las artes en sus aspectos técnicos y estéticos.

Gracias por acompañarnos y los esperamos el próximo lunes, con nuestro cafecito caliente de inicio semana.

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