- 06/03/2021 00:00

Después de los acontecimientos que se han dado en el mundo, en especial en nuestra nación, escudarse en la indiferencia no solo debería ser considerado pecado mortal, sino también un acto pusilánime, inhumano y egoísta. Le recuerdo, evadir un tema o atacar al crítico, no elimina el o los problemas y los hechos. La banda irlandesa The Cramberries ya lo decía claro en su canción 'Zombie' de 1994, la cual es un llamado a la conciencia y a no permanecer indiferente ante las injusticias sociales: “Cuando la violencia causa silencio, nosotros debemos de estar equivocados”.
Si el miedo fuese el motor que mueve la indiferencia (por ponerle una excusa), le garantizo amigo lector que hay miles de ejemplos en las redes sociales que demuestran que lo último que tenemos es miedo. Para cualquier argumento publicado en redes, siempre aparece alguien para atacar, insultar, denigrar y hasta acosar al autor incluso sin conocerlo del todo... lo triste es que suelen hacerlo ante tópicos vacíos y ridículos, pero ante temas que nos afectan a todos como sociedad, abunda la indiferencia.
¿Dónde está la humanidad y la actitud solidaria que impulsa a una sociedad a detener de una vez por todas los abusos, actos corruptos, la falta de transparencia, el “juega vivo” y el “yoquepierdismo”? ¿Cuándo vamos a darle la espalda al egoísmo, al individualismo, y dar la cara a la solidaridad y al sentir humano?
Solemos definir a una persona indiferente como alguien que “ni siente ni padece”. Siendo esta una actitud que mantiene al margen de los demás a quien viva con ella. Pensar en alguien indiferente es atribuirle una serie de adjetivos, que poco o nada tienen que ver con el ideal de un individuo virtuoso. La indiferencia está asociada a la insensibilidad, el desapego o la frialdad, y son estas características que se suponen contrarias a la condición social que tenemos los seres humanos y que provocan que nos relacionemos con otros.
Ser indiferente implica que nada nos importa. Que no sentimos nada ante una situación o persona, que todo nos da igual. ¿Será posible que la humanidad haya logrado aislar las emociones de esta manera?
Decía el escritor estadounidense Eliezer Wiesel: “Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.
Si usted profesa una religión y admira a Dios, Yahvé, Jehová, Buda, Mahoma o Alá, entonces es imposible (o debería serlo) que opte por ser indiferente. Todas las religiones del mundo claramente hablan del amor al prójimo y lo destructiva que es la indiferencia para la humanidad y nuestra sociedad.
Si aceptamos la indiferencia como modelo de vida, no nos quejemos cuando queramos mirar al horizonte en busca de ayuda o necesitemos una mano de apoyo y que nunca se presente a nuestro auxilio, pues cosechamos lo que sembramos.
¿Qué hacer? No podemos ser indiferentes ante el clamor de una madre que pide ayuda para sus hijos, ante el migrante que busca nuevas oportunidades de libertad, laboral y de vida, ante las lágrimas de una persona que perdió a un familiar o el trabajo en esta pandemia, ante los abusos físicos, psicológicos y sexuales cometidos en contra de la dignidad de nuestra niñez y ante la corrupción flagrante que, con el silencio cómplice, se apodera de nuestros bienes ganados con el sudor de nuestra frente.
Si usted no lo sabía, la indiferencia es una de las peores formas de agresión psicológica. Es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento. Dicha práctica, como ya sabemos, abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en escuelas, en las parejas, familias e incluso, entre grupos de amigos.
Ser aceptado, valorado y apreciado nos sitúa en el mundo y nos hace visibles no solo para nuestro entorno, sino también para nosotros mismos. Es así como conformamos nuestra autoestima y damos forma a nuestra identidad. El hecho de que nos falten esos nutrientes genera serias secuelas. Por naturaleza necesitamos “leer” en los demás aquello que significamos para ellos. Necesitamos certezas, no dudas. Ansiamos refuerzos, gestos de aprecio, miradas que acojan, sonrisas que comparten complicidades y emociones positivas. Todo ello da forma a esa comunicación no verbal donde quedan incrustadas esas emociones que nos gusta percibir. No verlas, percibir solo una actitud fría, provoca ansiedad, estrés, tensión mental y degeneración social.
Asimismo, hay un aspecto que es necesario considerar: la indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. Aún más, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo.
Antes de terminar, amigo lector, le voy a recordar algo: la indiferencia es el apoyo silencioso a favor de la injusticia y, si somos parte de una sociedad que quiere un cambio positivo y si queremos de una vez por todas un Panamá en positivo, entonces tenemos que ser críticos no solo de las palabras y de los actos odiosos que corroen nuestro entorno, sino también del silencio indiferente de los que sí pudieron hacer la diferencia.
Cierro con esta frase de Martin Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.