'Voluntarius Metallicus'

Actualizado
  • 15/06/2021 00:00
Creado
  • 15/06/2021 00:00
El estudio develó también aspectos significativos de la migración de trabajadores mineros calificados desde Potosí hacia otros asentamientos auríferos

“[Se cometieron] delitos graves pues saliendo los soldados sueltos en tropas y con prevención de armas, en esta villa y por los caminos, aprisionan a los indios que pueden, sin atención al desamparo de sus mujeres e hijos y los llevan al dicho asiento donde como esclavos los venden a los mineros e ingenieros” (Visitador Don Francisco de Sarmiento al virrey, Potosí, 31 de julio de 1654, Archivo General de la Nación, Charcas, 58.

Esta situación que escandalizó al funcionario que redactó esta cita coexiste con otra. En el listado de los trabajadores de la mina San Antonio del Nuevo Mundo, los que se enrolaban libremente eran registrados en el apartado Voluntarius Metallicus ('mineros por voluntad propia').

Hace 13 años la cooperación argentino-francesa desarrolló el programa “Gestión de recursos y producción de metal en el altiplano surandino entre los siglos X y XVIII: el ejemplo del Gran Lípez” al sur de Bolivia actual y encontró que, con excepción de las minas de plata de Potosí, los otros asientos circundantes presentaban una combinación de mano de obra libre y de trabajo forzado. El estudio develó también aspectos significativos de la migración de trabajadores mineros calificados desde Potosí hacia otros asentamientos auríferos, lo que brinda indicios fácticos sobre la adquisición y transmisión de conocimiento empírico en el manejo de metales preciosos (Gil Montero, 2013) desde lugares tan lejanos como Panamá y tan cercanos como Huancavelica en el virreinato peruano.

La difusión de la técnica de la amalgama con mercurio para procesar la plata (en México en la década de 1550; Panamá en la de 1560 y Potosí a mediados de 1570) en el último cuarto del siglo XVI generó una demanda creciente de especialistas que exigieron mejores jornales y la opción de sacar mineral los fines de semana para su propio provecho (Assadourian, 1989). El emporio de Potosí proveyó casi la totalidad de la plata del virreinato del Perú en el siglo XVI y más de 68% en el XVII (Gil Montero, 2013), cargamentos que llegaron a la Metrópoli vía Panamá. En ese escenario de abundancia, los indígenas con mayor experiencia minera trabajaban para quien ofrecía mejor paga –se les llamaba 'mingas'– y con lo que ganaban podían pagar su reemplazo en la 'mita' (obligación laboral rotativa y por turnos de las poblaciones cercanas a los socavones).

Una mina virreinal que despertó el interés de los historiadores fue San Antonio del Nuevo Mundo, cercana a la cordillera de Lípez –límite con la hoy provincia argentina de Jujuy– que experimenta un periodo de apogeo entre mediados de 1640 y fines de 1690, sobre todo por la acción gerencial del potosino Antonio López de Quiroga –a mediados del referido tramo– que explotó la mina con buen número de obreros libres y sin recurrir al reclutamiento forzoso de indígenas (lo que no significa que no lo hubiese intentado). Solo el 27% de la población tributaria de ese territorio estaba en condiciones de aportar su trabajo en la mina aún con riesgo de desatender las labores del campo y del pastoreo que estaban vinculadas al aprovisionamiento del asiento y de los trapiches (Padrones de Lípez, AGN, años 1683 y 1689) por lo que las técnicas de López de Quiroga para captar mano de obra fueron diversas. Visitó los pueblos de Llica y Tagua, al norte del salar de Uyuni, para atraer a los campesinos no ocupados en la producción de quinua; pactó con los pastores ubicados en torno al salar de Uyuni porque “[...] la posesión de llamas los convertía en una pieza clave de la economía minera en regiones altas y escasas de pasturas adecuadas para las mulas como Lípez” (Gil Montero, 2013); reclutó forasteros de Potosí, Oruro, Carangas, Tolapampa y Cuzco que necesitaban ganarse la vida, pagar sus tributos o lograr la exención de la mita; convenció a panaderos, herreros y personal de obrajes que estaba en Potosí para que su mina tuviera servicios al pie del socavón; se opuso a la “cacería” de trabajadores porque esta mermaba a las comunidades indígenas y despoblaba la zona; construyó una red de suministros de larga distancia de alimentos (harina, vino, frutas, maíz, pisco) y de insumos para la minería (mercurio, herramientas de hierro, maderas para la construcción, etc.); y, ofreció una buena paga. Una insólita actitud considerando el espacio histórico en que tuvo lugar.

La historiadora Gil señala que “la minería no era la única alternativa que tenía un tributario [indígena] para juntar el dinero necesario, y de hecho muchos de ellos lo ganaban comerciando en las ciudades o trabajando en los trajines [...] La articulación de pastoreo y minería que había ya desde tiempos prehispánicos, debió favorecer la presencia de algunos grupos que llegaban con experiencia [al trabajo minero y] al beneficio de los minerales en forma clandestina”.

Lo descrito hasta aquí cambia sustancialmente en el siglo XVIII con las reformas borbónicas, y las relaciones laborales en la minería latinoamericana adquieren otro giro con el proceso de independencia de España que, al rescatarse la dignidad del ciudadano, formula otras reglas de juego que colisionarán décadas después con la revolución industrial decimonónica.

Embajador de Perú en Panamá
Lo Nuevo
comments powered by Disqus