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- 13/02/2022 00:00

En esta versión de Facetas, entrevistamos al sociólogo y demógrafo. Dídimo Castillo Fernández, Doctor en Estudios de Población por El Colegio de México. Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México. Poseedor en ejercicio de la Cátedra “Horacio Flores de la Peña” de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, UAM-Xochimilco. Excoordinador y, actualmente, miembro activo del Grupo de trabajo de CLACSO “Estudios sobre Estados Unidos”. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, SNI-CONACYT, Nivel II. Investigador Distinguido del Sistema Nacional de Investigación de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, SENACYT-Panamá. Miembro Regular de la Academia Mexicana de Ciencias. Miembro del Comité Científico Asesor del Sistema Nacional de Investigación, SENACYT-Panamá.
La tesis central afirma la vulnerabilidad del modelo de desarrollo económico seguido, territorial y socialmente dual y altamente excluyente, y advertimos sobre su eventual agotamiento. En relación con tu pregunta, me gustaría enfatizar en el hecho de que si bien Panamá presentó condiciones inéditas de origen en la forma de vinculación e integración temprana a la dinámica capitalista mundial, que se distinguieron de las de otros países de la región latinoamericana, al igual que en estos el proceso de emancipación tuvo como consecuencia la afirmación y reproducción de las estructuras económicas, sociales y políticas heredadas de la Colonia. Panamá compartió con el resto de los países de la región el proceso de desacumulación sistemática experimentada por las colonias —igualmente, en este sentido, a lo acontecido en las repúblicas asiáticas y africanas, estas últimas durante el siglo xx—, pero no así, las condiciones de excepción que de origen determinaron el desarrollo subsecuente del modelo social y económico —caracterizado por el predominio del comercio exterior frente a las actividades minera y ganadera y el casi nulo desarrollo de la agricultura—, sobre las que incidieron factores de diversos órdenes, como la especialización terciaria, el rezago económico rural, así como el debilitamiento y vacío demográfico durante el largo periodo colonial. Diría, a partir de ello, que un factor estructural de fondo que presumiblemente incidió en el movimiento independentista resultó de las condiciones de dualidad y rezago rural, incluso exacerbadas en momentos de bonanzas y crecimiento económico. De ahí que no resulte casual que el primer Grito de Independencia se diera en la Villa de los Santos, una región rural minifundista, y que fuera en contra de la “voluntad expresa” de la élite comercial citadina, económica y políticamente dominante. Una hipótesis plausible, al respecto, y que afirmamos en el libro, es que la Independencia tuvo como trasfondo la acentuación de los contrastes y contradicciones económicas y sociales generadas por la dualidad rural-ciudad prevaleciente. La Independencia solo implicó el reemplazo de un segmento de la clase o élite peninsular por una oligarquía o élite empresarial criolla, que tenía como fin imponer su dominio conservando las estructuras políticas y sociales heredadas y consolidadas durante el periodo colonial.
Mi consideración, al respecto, es en el sentido de que la debilidad y la casi inexistencia de una burguesía nacional con proyecto propio, al limitar las posibilidades de realizar y consolidar un proyecto industrializador, restringió la conformación de un mercado interno y la generación de una amplia clase trabajadora en torno a la industria y, consecuentemente, ofreciera las condiciones para la gestación de un Estado de bienestar en el sentido clásico —quiero decir, auténtico— con capacidad de intermediación y negociación, que garantizara una más equitativa distribución de la riqueza y mejores condiciones de bienestar social de la población. Panamá, a diferencia de otros países de la subregión y región y, particularmente, en relación con la experiencia europea y estadounidense, no tuvo ni podía tener un Estado de bienestar, forjado en el contexto del modelo de industrialización previo o con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, pero sí lo tuvo, tardíamente, durante el periodo llamado “proceso torrijista”, entre 1968, o más precisamente entre 1970 y 1981, clausurado poco antes de la muerte de Torrijos, en el entorno inmediatamente anterior a la instauración del modelo neoliberal en el país. Este periodo no solo fue significativo como parte del proceso de modernización infraestructural e integración rural-urbana y social, lo fue también como parte de las estrategias orientadas a atenuar las contradicciones y rezagos sociales.

La dependencia externa es una característica sobresaliente del modelo seguido, económica y socialmente dual. Una condición inherente derivada de la forma de inserción y vinculación temprana a la economía capitalista mundial o primera globalización —como se ha planteado—, determinada y determinante del modelo transitista gestado desde la Colonia. Sobre ello, es importante destacar que esta forma de vinculación, a lo interno, lejos de fomentar un proceso de desarrollo integrado e incluyente, sobre la base de un mercado interno nacional, por el contrario, generó una mayor distorsión, heterogeneidad y segmentación, que a la postre configuró una estructura social con altos niveles de desigualdad social. El problema de la dependencia externa no es un problema per se, somos como individuos y como sociedades cada vez más interdependientes en un mundo globalizado, al que Panamá asistió tempranamente. El problema lo plantearía, y así lo considero en el libro, en relación con las condiciones de vulnerabilidad y fragilidad que conlleva la excesiva dependencia externa y la exclusión social interna generada por este, aún en circunstancia de robustez económica y aparente prosperidad generalizada.
La pregunta, y por consiguiente la respuesta, es eminentemente política. No. En el contexto de la globalización neoliberal o neoliberalismo esto no es posible. La industrialización fue parte de un proyecto centrado en la idea de desarrollo social que, en los países que la emprendieron, articulaba tres actores: el Estado, la burguesía nacional y la clase trabajadora. El triunfo y, en cierto modo, el éxito del neoliberalismo se produjo sobre las cenizas de la burguesía industrial desplazada y la desarticulación de la clase obrera. Desde mi punto de vista, la salida, si es posible, pasa por la reconstrucción de la relación del Estado con la ciudadanía o como dirían Negri y Hardt, la “multitud”. Nada fácil, si como sabemos, esta tiene un carácter altamente amorfo y, social y políticamente, ambivalente. De ahí que la democracia sea tan importante hoy, como vía o alternativa, no necesariamente para la reconstrucción del viejo modelo, sino para la construcción de un modelo de Estado social o de Estado de bienestar alternativo, con enfoques y énfasis particulares para cada realidad nacional. El desafío principal, en este sentido, enfrenta la existencia y ruptura de la forma de Estado capturado, que se extiende y mantiene en la actualidad. Las experiencias de los gobiernos posneoliberales en la región latinoamericana son bastante sugerentes en este sentido.
Mi reflexión iría en el sentido anterior. La “revolución social” es siempre un referente, aunque no siempre realista y más bien, en las condiciones actuales, “una utopía” pertinente, como diría Galeano, un espacio de “delirio”, si cabe la expresión, necesaria para imaginar y caminar en la dirección de otro mundo posible. Esa, uno podría fácilmente decir que es la salida más corta, aunque no necesariamente la más rápida, lo sería solo “en papel”. La reflexión sobre el país que queremos es parte de una agenda abierta. Destacaría por el momento lo señalado en cuanto al carácter del modelo seguido, además de altamente vulnerable y frágil, notablemente excluyente, aunque enmascara muchas contradicciones de fondo. Enfocado en tu pregunta, quizá falten muchas cosas, pero primero, quizá convenga desentrañar un poco esas contradicciones en función del país que somos y el país que deseamos. Aquí la academia y la investigación social tienen tareas importantes y mucha responsabilidad compartida. Así como en el ámbito de la política, sin duda, siempre se requerirán de liderazgos, iniciativas y proyectos viables, también hace falta investigación y debates, sobre lo que deseamos como sociedad, más allá de la inmediatez que nos impone el modo de vida.