Los tortuosos caminos de Hispanoamérica hacia la libertad

Actualizado
  • 27/05/2023 00:00
Creado
  • 27/05/2023 00:00
No podemos ceder a la tentación del anacronismo, como lo hacen algunos, sobre todo intelectuales, políticos y gobernantes, ciertos historiadores, que tratan de buscar culpables antiguos
Dr. Omar Jaén Suárez.

Al observar el mapa de la geografía política de Hispanoamérica nos preguntamos, dos siglos después de producirse la mayoría de nuestras independencias del régimen monárquico español: ¿Cómo definimos hoy democracia? ¿Cómo estamos en cuanto a democracia ahora bajo la república? ¿Hemos avanzado realmente, estamos estancados o retrocedimos?

La respuesta es compleja porque las épocas son diferentes y las sociedades también, las mentalidades no son las mismas, el mundo es prácticamente otro. No podemos ceder a la tentación del anacronismo, como lo hacen algunos, sobre todo intelectuales, políticos y gobernantes, ciertos historiadores, que tratan de buscar culpables antiguos, hasta cinco siglos atrás, en vez de reconocer sus errores y carencias, propios o de nuestras sociedades actuales, para corregirlos con prontitud.

El régimen monárquico español nos legó la arquitectura política de la mayor parte de nuestros Estados nacionales republicanos. Las jurisdicciones territoriales de las audiencias reales, en vez de los virreinatos, son el núcleo geográfico de nuestras naciones. La antigua Audiencia de México –a la que se añade la de Guadalajara– diseñó el espacio nacional mexicano, así como la de Guatemala el de las Provincias Unidas de Centroamérica (que luego se dividieron en las pequeñas repúblicas de esa región). La Audiencia de Santo Domingo, a la que los franceses amputaron Haití a finales del siglo XVII, es la base de la República Dominicana desde el siglo XIX. Esa Audiencia se mudó a Cuba en 1799, y con la posterior Audiencia de La Habana de 1838 prefiguró la república caribe de hoy. La Audiencia de Santa Fe de Bogotá es la República de Colombia, la de Caracas, también tardía, el Venezuela actual y la de Quito, por supuesto, Ecuador. La Audiencia de Lima crea, grosso modo, Perú. Mientras, de la Audiencia de Charcas nació Bolivia, de la de Santiago, Chile, y de la tardía Audiencia de Buenos Aires de 1785 (de donde se desprendieron Paraguay, tierra de misiones jesuíticas y la Banda Oriental, Uruguay), surgió Argentina. Mi país coincide con la Audiencia más antigua de tierra firme, del siglo XVI, la de Panamá, la más pequeña porque destinada a gobernar el paso transístmico y sus rutas marítimas desde un territorio exiguo con una población muy escasa.

Todos esos hechos los conocen los distinguidos historiadores en este Congreso Americano de la Libertad, pero creo que debemos recordarlos para comprender mejor nuestra situación actual de un continente hispanoamericano fraccionado, minado por los nacionalismos excluyentes y la perversa xenofobia.

¿Qué queda en nuestras naciones de los ideales de democracia, tal como se entendía en la Ilustración, cuando se pasó de la monarquía a la república, en la mayoría de nuestros países a principios del siglo XIX? ¿Cómo era esa democracia? Primero, era la democracia de la minoría, de la élite, de los criollos. La mitad de la población, la femenina, tenía derechos muy recortados y los esclavos no tenían casi derechos.

Los grandes principios de la Revolución Francesa casi se ignoraban en las nuevas naciones. Los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad solo se aplicaban a la minoría de la población, aunque de súbditos pasamos todos, en principio, a ser ciudadanos libres. El siglo XIX fue el teatro de una lucha hasta cruenta entre las facciones ideológicas y políticas que llamamos liberales y conservadoras. El autoritarismo que llegó a dictadura plena terminó por implantarse en algunos nuevos Estados soberanos y la monarquía, aunque constitucional, tuvo una vida efímera en México en dos ocasiones. La lucha entre liberales y conservadores se produjo en todas partes, al igual que entre clericales y anticlericales.

Dos instituciones representan desde el siglo XIX, estimo, de manera ejemplar, los resultados liberadores del gran conflicto existencial de nuestras repúblicas y democracias defectuosas: la abolición de la esclavitud y la creación del registro civil republicano y laico. Ambos, triunfos de liberales.

El sistema de trabajo obligatorio indígena, la mita colonial, fue abolido por las Cortes de Cádiz en 1812, pero la trata de negros terminó en gran parte de Hispanoamérica en 1821 y la esclavitud definitivamente fue abolida hacia mediados del siglo XIX. La trata cesó en Puerto Rico en 1873 y en Cuba en 1886, ambas colonias del Reino de España hasta 1898.

México, Centroamérica y Chile destacaron como excepciones de un desinterés continental por la abolición esclavista. Una gran mayoría de caudillos, excepto Bolívar, asumió al principio posiciones contracorriente de la abolición de la esclavitud encabezada por Haití, definitiva desde 1804, lo que hicieron también los haitianos cuando ocuparon el territorio de la actual República Dominicana en 1822. En 1824 se decretó en México y para siempre la prohibición de la esclavitud. En 1829 se dictó el decreto definitivo y todo tráfico de esclavos. En 1824 se registra igualmente la abolición de la esclavitud en Centroamérica. Chile decidió en 1811 que todos los hijos de esclavas que nacían a partir de entonces serían libres (libertad de vientres), pero no fue hasta 1823 que la esclavitud se abolió plenamente. La primera Constitución de Uruguay, de 1830, reconoció la libertad de vientres, y en 1842 la esclavitud quedó abolida totalmente, mientras que eso sucedió en Argentina por su Constitución de 1853. En la Gran Colombia de Bolívar de la cual formaba parte Panamá, el fin de la esclavitud comenzó en 1821 cuando se prohibió la trata ya casi inexistente y se adoptó la ley de libertad de vientres. El 1 de enero de 1852 se liberaron los últimos esclavos que quedaban en la República de Colombia. En 1854 se abolió la esclavitud en Venezuela y ese mismo año se publicó el Decreto de la Abolición de la Esclavitud en Perú, norma que se ratificó en la Constitución de 1856. En 1869 se produjo en Paraguay al final de la terrible guerra de la Triple Alianza.

Mientras, la libertad en general sufría en todas partes. Tiranos de todo tipo e ideología impusieron sus métodos y su poder tanto en Europa como en África, Asia y América Latina. Los extremos, tanto de derecha como de izquierda, rivalizaron en sus regímenes impuestos por el miedo y el terror. Hasta en nuestro continente hispanoamericano en todas partes, prosperaron en algún momento en los siglos XIX y XX y algunos aún lo hacen hoy, en 2023, cuando cerca de la mitad de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios opuestos a la libertad y a la democracia definida por el pluralismo político. Detestan la democracia liberal que, además, ha ido retrocediendo en el planeta en los últimos años cuando China y Rusia, dos gigantes, están regidos por autocracias plenas y pretenden imponer una definición adulterada de democracia que llaman “popular”, resabio de la época que precedió la caída de la Unión Soviética en 1991, sin contar la situación de una gran franja de Estados islámicos asiáticos, muy poblados, confesionales –algunos teocráticos–, y también otros extremistas del África. Los peores han instaurado dictaduras de partido único, totalitarismos que han arruinado países y sociedades. Esos y otros gobiernos autocráticos que definen la democracia y la libertad a su manera, han obligado a millones de personas a emigrar en busca de libertad, huyendo de la opresión y de la miseria hasta en pleno siglo XXI.

Por ejemplo, en nuestra región casi 2 millones de cubanos (15% de su gente) han huido de su país desde la década de 1960, sobre todo desde el año 2000, y se cuentan más de 6 millones de venezolanos (casi 20% de su población) que lo han hecho desde la década de 2010. Por el istmo panameño, por el llamado “tapón de Darién”, han pasado, en 2022, más de 250 mil de esos emigrantes y se esperan cerca de 400 mil este año cuyo destino final sería Estados Unidos después de atravesar Centroamérica y México.

En la lucha por la libertad destacan los esfuerzos por separar la omnipotente Iglesia católica, estrecha aliada de la monarquía conservadora, del Estado republicano. Trabajo muy arduo desde el siglo XIX, puesto que la institución eclesiástica se resistía a perder, entre otras fuentes de poder, el importante instrumento de control social y pasarlo al registro civil laico. Francia, después de la Revolución, fue el pionero al secularizar el registro de nacimientos, defunciones y matrimonios en 1791. En la América Latina el registro civil secularizado más antiguo, basado en el primero, de Haití, el de República Dominicana (ocupada por los haitianos afrancesados) comienza en 1828 y luego saltamos hasta 1850 para verlo instaurarse en Brasil y dos años después, en 1852, en Colombia, aunque esta función la ejercieron los notarios hasta tarde en el siglo XX. También de 1852 data el registro civil en Perú, mientras que el de México fue establecido en 1859 y en Venezuela en 1873. En Centroamérica se hará rápidamente en solamente cuatro años: desde el de Guatemala en 1877 hasta el de Costa Rica en 1881. En el cono sur, Uruguay inaugura el registro civil laico y estatal en 1879, Chile en 1884 y Argentina en 1889. El de Paraguay es de 1880 y el de Bolivia de 1898. En Cuba y Puerto Rico la potencia colonial española lo estableció en 1885 cuando en la península ya existía desde 1870. En Ecuador tenemos que esperar hasta que el presidente Eloy Alfaro, el gran líder liberal, lo establezca en 1900 en contra de la férrea oposición de los conservadores y la Iglesia católica más reaccionaria, y en Panamá, otro caudillo liberal, Belisario Porras, lo hará en 1914 para convertirlo en el más joven de la región latinoamericana.

La igualdad de todos ante el derecho es uno de los principios fundamentales de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Sin embargo, es raramente alcanzada en alguna parte del mundo, salvo en las pocas democracias liberales más avanzadas, en retroceso en los últimos años. En los índices de democracia América del Norte y Europa occidental ocupan los primeros lugares, América Latina y las Antillas un lugar intermedio y el oriente medio y norte de África el último lugar. En nuestra región sobresalen como mejores Uruguay y Chile, seguido de Costa Rica. Inequidad, primero, para ejercer el derecho de votar en las elecciones, facultad reservada, durante largo tiempo, en el modo censitario, solo para los más afortunados y socialmente elevados, y luego, hasta casi mediados del siglo XX, solamente para los varones. Se añade en algunos lugares también para hacerlo por un partido único, negación evidente de democracia y libertad.

En derechos civiles, condición esencial de la libertad, los países más atrasados en nuestro continente son los que han sufrido toda clase de gobiernos autoritarios y dictatoriales desde hace tiempo, también entre los más empobrecidos ahora, poderosos reservorios de emigrantes. En esta lista descuellan Cuba, Venezuela y por último Nicaragua, además de Haití, verdadero Estado fallido. Inequidad, finalmente, para la mayoría de la gente del estrato más poblado, popular, con menores oportunidades educativas y laborales, culturales, de progreso económico y social, en la que nuestra región registra los más elevados índices del mundo. Eso es así, aunque no padezcamos lo que sucede sobre todo en países de Asia y de África, dominados por el terrible flagelo de las teocracias, de gobiernos y de grupos armados confesionales que discriminan ferozmente a las mujeres, y que persiguen hasta la muerte a los opositores y a las minorías, a los que piensan, son y viven de manera diferente.

La fraternidad es un concepto que alude a la solidaridad para con los más humildes y vulnerables, al menos la mitad de la población en Panamá hoy y hasta más de tres cuartos en algunos Estados de Hispanoamérica. Existe, de manera muy diversa, en el resto de la comunidad internacional siendo más afirmada en la minoría de los países con un régimen de seguridad social realmente avanzado y coincide con las democracias liberales más perfectas, con menor corrupción pública y mejor educación formal. La fraternidad debe compensar los déficits de igualdad y es el antídoto contra el individualismo exacerbado, la desconfianza y la falta de cooperación. Prospera mejor en una sociedad de confianza, cada vez más escasa en Hispanoamérica en donde la población desconfía de la democracia liberal que es una herramienta, la mayor, para lograr la libertad en la sociedad de bienestar.

Fraternidad y solidaridad sometidas a prueba con motivo de la reciente pandemia de covid-19 cuando en nuestra amplia región millones de personas sufrieron confinamientos excesivos e injustificados, ausencia de real libertad, y muchos perdieron sus puestos de trabajo en el sector privado, cerraban las escuelas más tiempo que en ningún otro lugar del planeta con grave daño a la juventud, mientras que gobiernos se endeudaban para abultar las planillas de pago, afianzar el nefasto clientelismo y favorecer la corrupción pública.

En Hispanoamérica políticos inescrupulosos han utilizado la democracia en crisis para eternizarse en el poder y fundar autocracias, verdaderas dictaduras que duran décadas, práctica que observamos también en los siglos XIX y XX. Además, entre vecinos en el continente americano hemos vivido recientemente ataques a la democracia liberal, aunque imperfecta, y a sus instituciones más relevantes, provenientes de sus gobernantes hasta cuando han perdido las elecciones. Los casos que vimos en Washington y en Brasilia, protagonizados por gobernantes salientes de las mayores potencias del Nuevo Mundo, deben alertarnos para evitar perder los logros de nuestros pueblos y sociedades que hace dos siglos decidieron pasar de la monarquía a la república y que aún hoy no han podido alcanzar la democracia perfecta y la libertad plena a las que tienen legítimo derecho.

Vivimos tiempos de gran incertidumbre en este primer cuarto del siglo XXI. La libertad está ausente en muchas regiones y su falta afecta a gran parte de los seres humanos. Una cruenta guerra en Europa, que se creía impensable después del segundo conflicto bélico universal a mediados del siglo XX, provocada ahora por el delirio imperialista del autócrata ruso, amenaza a todos. Debemos, en consecuencia, unirnos más para defender, al menos en nuestros países, la auténtica democracia y su resultado, la libertad, que tanto cuesta y que, lo sabemos, fácilmente puede desaparecer.

Por Dr. Omar Jaén Suárez.

Delegado de Panamá al Congreso Americano de la Libertad.

Ciudad de México, 23 de mayo de 2023

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