El Bayano, un río entre dos mundos

Actualizado
  • 21/04/2011 02:00
Creado
  • 21/04/2011 02:00
PANAMÁ. El cielo, al saliente, se abre ahora en telón de oro, y el río se colorea también de matiz dorado. Desde la cabecera del Bayano,...

PANAMÁ. El cielo, al saliente, se abre ahora en telón de oro, y el río se colorea también de matiz dorado. Desde la cabecera del Bayano, ya en el alba, el monte deja caer sobre el torrente su frescura mañanera en penetrantes efluvios de olor a floresta silvestre. Una pareja de guacamayos cruza muy alto y en algazara hacia el árbol de zapotillo que abunda en la reserva.

Allá arriba, en el comienzo, sobre el lúcido río, la canoa se desliza suavemente, girando a ratos por el curvo afluente ante los borbollones de los esporádicos remolinos.

LA EXCURSIÓN

La expedición, a través de este cauce, es fascinante e inolvidable. Los tucanes, loros, pericos, la cantilena de las aves, el repicar del carpintero sobre la rama muerta, entre otras maravillas de la fauna, son seductores.

El viaje prosigue Bayano abajo; a lo largo del afluente, aldeas kunas se entremezclan amigablemente con la espesa selva. Pero… de pronto, la tranquilidad del Bayano se interrumpe abruptamente, por un extenso estancamiento y más allá, la colosal represa, que ahoga sigilosamente, quizás, miles de hectáreas de tierra; los desnudos árboles moribundos, en los márgenes de este embalse, contrastan miserablemente, resistiéndose quizás, a su inminente muerte. Pareciese que le increparan a su madre tierra su infortunada desdicha el haber nacido en este lugar. Ellos ya no podrán producir, infelizmente, la semilla a través de la cual sus hijos vestían la tierra; tampoco producir el fruto que alimentaba la infinita fauna que moraba en la cada vez más ahogada reserva del Bayano; sus frondosas ramas ya no albergarán a las aves ni servirán de nidal para los gurupéndulos, que entretejen sus largos nidos en las crestas de estos; a las ardillas, los monos aulladores, cariblancos, titís, los osos perezosos, entre otros animales, les será inhibido estas extensas praderías cubiertas premeditadamente por agua.

Así, río abajo, después de la represa, el panorama, sin embargo, es poco admirable; la deforestación, la corriente, teñida de color cobrizo, a través de esta vertiente, controlada, es uniforme, en ambas orillas los potreros semi poblados de reses y algunos equinos, son la invariable; uno que otro espantado hijo de la fauna, reaparece en la inestable ribera del Bayano como una rareza; el trinar de las aves corriente abajo casi no se oye. El desolado pueblo de El Llano reaparece al lateral, como un fantasma, como espanto, sin sobreponerse aún a los diez días que permaneció impotente bajo el agua.

Una mujer, sentada con indolencia delante de su maltrecha morada sobre la tierra roja de su pueblo El Llano, que la vio nacer, contempla callada, con atisbo, el incierto horizonte. Quizás, ni ella ni nosotros imaginamos que a esta Madre Tierra en que somos huéspedes los seres humanos, animales, plantas, aguas marinas y dulces, aire y todos los 92 elementos más esenciales de la naturaleza, poco a poco laceramos con nuestras miserables actitudes.

Cada vez, producto, del alza de temperaturas, en nuestra tierra, son más frecuentes las inundaciones, hambrunas, sequías, heladas, epidemias en todo el mundo. La tierra se está calentando y agoniza, eso es una realidad. Los últimos diez años han sido los más calurosos desde que se llevan registros, y los científicos han anunciado que en el futuro serán aún más cálidos. Y, como siempre, los seres humanos somos los principales culpables: ejercemos un impacto directo sobre el proceso de calentamiento, popularmente conocido como el ‘efecto invernadero’.

Las represas en todo el mundo constituyen una de las principales causas directas e indirectas de pérdida de millones de hectáreas de bosques y muchas de ellas abandonadas bajo el agua y en descomposición.

De ahí que todas las represas emiten gases de efecto invernadero que aportan al calentamiento global por la descomposición y putrefacción de la biomasa. Además, el embalse mata algunas especies de peces y toda la biodiversidad, que depende de las inundaciones naturales. Desplaza y liquida animales de ecosistemas; elimina humedales, fuentes subterráneas de agua, bosques únicos y la fertilidad de las tierras por los sedimentos naturales que ya no llegan.

Los grandes diques destruyen los ríos; las plantas acuáticas y muchas otras especies asociadas. Arruinan hermosos valles, inundan enormes superficies de humedales y tierras agrícolas; han desplazado a decenas de millones de personas; incluso, han matado, a cientos de miles al colapsar, al liberar aguas sin previo aviso, o diseminando enfermedades, tales como la malaria y el dengue.

INTERVENCIÓN

La masiva intervención de los ríos del mundo es una de las razones fundamentales que explican por qué las aguas dulces están en mucho peor estado que cualquier otro tipo importante de ecosistema, incluyendo las selvas tropicales lluviosas.

La mayoría de las represas hidroeléctricas no son renovables porque atrapan los sedimentos, los que gradualmente enferman los embalses. Aguas abajo, por lo tanto, estas estructuras despojan de sedimentaciones las orillas de los ríos, los ecosistemas ribereños, e incluso los deltas, aumentando la erosión, las inundaciones y disminuyendo a la vez la productividad de los bordes costeros.

En definitiva, debiéramos, contribuir a crear las condiciones necesarias para que la naturaleza emprenda su obra de restauración que nos exige impostergablemente la tierra.

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