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- 03/04/2019 02:00
Ya lo dije antes y aunque corro el riesgo de ser acusado de repetitivo y monótono, voy a volverlo a decir: el fútbol, en ocasiones, es mucho más que fútbol. Todos sabemos que se trata de un deporte que desata y desboca pasiones inusitadas. Que involucra a casi todos los países del planeta. Que es un negocio de dimensiones practicamente inabarcables. Y que, por supuesto, es capaz de generar altísimos niveles de belleza expresiva dentro de su propio lenguaje. Pero hay mucho más. El fútbol puede funcionar paralela o simultáneamente como espacio de congregación en el que se desarrollan profundos vínculos de pertenencia, sentido de identidad y la búsqueda de beneficios colectivos; así como una gran posibilidad de crecer individual y socialmente. Esto lo entienden a la perfección las hermanas pakistaníes Karishma y Sumaira Inayat (de 23 y 20 años), quienes a través del fútbol están revolucionando la vida rural de su pueblo y las condiciones educativas de las niñas de la región. La herramienta que escogieron para buscar una transformación tan profunda está vinculada en Pakistán casi con exclusividad al mundo masculino. Pero ellas, intensas y apasionadas del balón, han puesto toda su energía en utilizar la fuerza del fútbol como una manera de impulsar la educación femenina, esencial para el desarrollo y la emancipación de las mujeres de Shimshal y de todo el Pakistán agrícola. Se trata de los pasos iniciales que buscan demostrar que las niñas y jóvenes de la región pueden ser mucho más que simples realizadoras de labores domésticas, y de paso ayudar a que tengan mayores opciones que una educación muy limitada y matrimonios demasiado precoces.
Ciertamente, la vida de los habitantes de Shimshal, muchos de ellos pastores de cabras, está sembrada de dificultades. Se trata de un remoto lugar en Pakistán, próximo a las imponentes cordilleras del Himalaya. Apenas desde hace poco cuentan con una carretera , aunque durante los crueles inviernos el pueblo queda frecuentemente aislado debido a los derrumbes. Y como si fuera poco, el agua escasea.
En 2017, las hermanas Inyat, organizaron el primer campeonato futbolístico femenino de Shimshal, en el que participaron chicas de entre 12 y 20 años. Jamás imaginaron el enorme apoyo familiar y comunitario. Para la segunda edición, se habían sumado equipos provenientes de otras comunidades rurales, con un entusiasmo inagotable. Algunas jugadoras debían realizar recorridos de hasta 10 horas en automóvil. Los partidos se jugaron en las planicies que parecen infinitas, salpicadas de barrancos rocosos que dan la sensación de ser más antiguos que el propio tiempo.
Antes del torneo inaugural, las hermanas organizaron un campo de entrenamiento al que asistieron un centenar de chicas. Ahora, ante el éxito obtenido no solo piensan multiplicarlo, sino que están gestionando becas universitarias para que algunas de las futbolistas puedan seguir estudios superiores en ciudades como Lahore o Karachi. Algunas ya han recibido una beca, entre ellas las propias hermanas promotoras de la inusual aventura futbolera. Porque para ellas, sin educación, las mujeres del Pakistán más hondo, no serían nada.
Por supuesto, también encontraron dificultades. Y no pocas. El obstáculo para encontrar patrocinadores y ensanchar los horizontes participativos del torneo es, quizás, el más poderoso impedimento. Además, están las dificultades enormes para establecer contactos y comunicaciones con otras comunidades. Igualmente todavía persisten objeciones familiares hacia el hecho de que las chicas jueguen fútbol o sean demasiado independientes. Pero el torneo femenino de Shimshal continúa creciendo. En su página de Facebook se ven fotos de las jóvenes entregándose a los rigores y alegrías del juego en los campos polvorientos. Siempre rodeadas de las altísimas estructuras de granito que parecen vigilarlo todo, mientras anuncian desde su silencio, apenas roto por la algarabía de las veloces jugadoras, un futuro mejor para ellas. Para todas.
Así, en los valles que rodean el parque nacional del Karakórum, en el que se levanta la segunda montaña más alta del mundo. Conocida como K2, aunque su nombre real es Kai Tú el K2, la segunda montaña más alta del mundo, las mujeres empiezan a apropiarse de su espacio. Llevar hiyab es una elección, y no todas se cubren con él.
"El año que viene, si conseguimos encontrar patrocinadores —lo cual seguramente es nuestro mayor obstáculo—, nos gustaría invitar a chicas de todo Hunza y quizá de otros lugares", cuenta Karishma.