• 09/03/2020 06:00

Un cambio de paradigma en la alimentación escolar panameña

Esta semana inició el año escolar de la nueva administración enfrentando los problemas estructurales pendientes, como se refería este periódico el pasado viernes, pero con una innovación sembrada que podrá cambiar las condiciones de aprendizaje y bienestar en las escuelas del país.

Esta semana inició el año escolar de la nueva administración enfrentando los problemas estructurales pendientes, como se refería este periódico el pasado viernes, pero con una innovación sembrada que podrá cambiar las condiciones de aprendizaje y bienestar en las escuelas del país. Se trata de la política de alimentación escolar “Estudiar Sin Hambre”.

En Panamá, la desnutrición crónica afecta al 60% de los niños en las comarcas, según datos nacionales, mientras que el número de estudiantes con exceso de peso va en aumento y ya alcanza al 30% a nivel nacional. Esta doble carga de la malnutrición hace necesario y urgente repensar el modus operandi de las políticas nacionales relacionadas con la seguridad alimentaria y nutricional, particularmente en la infancia.

Para evaluar la puesta en marcha del Programa, el Ministerio de Educación seleccionó a cuatro escuelas que representasen diferentes contextos: las Comarcas indígenas, las áreas rurales y las áreas urbanas de los barrios. En dichas escuelas midieron y pesaron a 678 niños, donde se confirmó la tendencia del sobrepeso, con una prevalencia del 25%, y la persistencia de la desnutrición crónica en las áreas indígenas de entre el 40% y el 60%.

60% de los niños en las comarcas sufren de desnutrición crónica
30% de los estudiantes padecen de exceso de peso va en aumento.

El programa de alimentación escolar que se inicia en 2020 supone un cambio de paradigma para hacer frente a estos desafíos, al ofrecer alimentos nutritivos, frescos y saludables a los niños y niñas con malnutrición y fomentar hábitos alimentarios y de estilos de vida saludables en las escuelas.

Paralelamente, este Programa beneficiará a una red de productores nacionales de pequeña y mediana escala, quienes son los responsables de abastecer los alimentos frescos locales según el menú de cada escuela. Lo que vimos en las cuatro escuelas de Estudiar sin Hambre del lunes pasado fueron platos con ensaladas de vegetales, proteína, verduras, frijoles, lentejas, naranja, melón, sandía, entre otros, preparados con alimentos comprados en la propia comunidad o en un entorno cercano. También es un menú con sólidas recomendaciones nutricionales por parte del área de nutrición del Ministerio de Educación y con base en las Guías Alimentarias recomendadas por el Ministerio de Salud.

A través de este modelo, los recursos antes obtenidos de unos pocos proveedores, en muchos casos internacionales, ahora son distribuidos a los agricultores de la propia comunidad, generando circuitos económicos cortos.

Si tomamos en cuenta que el mercado de alimentos de compras públicas en Panamá gira alrededor de 50 millones de balboas por año (escuelas, hospitales, etc.), es una buena cantidad de recursos que pueden representar para la agricultura familiar nacional una oportunidad de negocio, mostrar la calidad de sus productos y todas sus virtudes y capacidades.

Un desafío no menor para los próximos años será repensar, transparentar y descentralizar a nivel de las alcaldías todos los procesos licitatorios de alimentos para que el sector agropecuario nacional (asociaciones, cooperativas, grupos de mujeres, entre otros) puedan participar y ofrecer su producción diversificada a través de estos canales.

También cabe destacar el ambiente de las escuelas piloto del Programa. En la escuela de Llano Tugrí, en Ngäbe Buglé, los niños y niñas recibieron los alimentos en sencillos comedores escolares restaurados, con mesas y accesorios coloridos, lúdicos y en un ambiente amigable en el arte de comer con dignidad y ejercer plenamente el derecho humano a la alimentación adecuada. Las mismas escenas se observaron en la escuela de Llano Ñopo, donde 1200 estudiantes recibieron alimentos; en la escuela de Quebrada del Rosario, situada en las Minas de Herrera, que atendió a 55 niños y adolescentes; y en la escuela Amelia Denis de Icaza, en San Miguelito, donde cerca de 400 niños recibieron un plato de comida caliente.

Obviamente que en política pública los costos interesan. La reforma de los comedores de las cuatro escuelas fue, en promedio, de 4 mil balboas y la ración niño/día se sitúa en torno a un balboa. La experiencia internacional muestra que éste último valor podrá reducirse conforme al incremento y escalamiento del Programa y se universalice en todo el sistema educativo nacional.

Como ven, los costos no resultan tan elevados, más tratándose de los niños y niñas que son el futuro de este país. De hecho, el costo de la erradicación de hambre puede ser más barato de lo que se imagina.

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