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- 09/12/2012 01:00
- 09/12/2012 01:00
WASHINGTON. La historia detrás de la historia es que la ‘reforma fiscal’, tal como la conocemos, está pereciendo. Durante los años 80, no hubo una ley que simbolizara mejor el consenso bipartidista que la Ley de la Reforma Fiscal de 1986, considerada por los expertos liberales y conservadores como la mejor ley fiscal desde la Segunda Guerra Mundial.
La idea básica era simple: Reducir las tasas fiscales y recuperar las contribuciones perdidas terminando con (o limitando) las exenciones fiscales. La lucha causada por el ‘precipicio fiscal’ entre el presidente Obama y el presidente de la Cámara, John Boehner, indica que este beneficioso consenso se ha derrumbado.
SITUACIÓN ACTUAL
Está ocurriendo justo lo contrario. El presidente Obama insiste no sólo en que los ricos paguen más impuestos (una exigencia legítima), sino también en que sus tasas fiscales se eleven (cuestionable). Eso pone patas para arriba la tradicional ‘reforma’ fiscal. Boehner afirma que las contribuciones adicionales deben provenir del cierre de las exenciones. También están en desacuerdo sobre la cantidad de incrementos fiscales: Boehner ha ofrecido 800,000 millones de dólares en el curso de una década, alrededor de la mitad de lo que desea Obama. Pero esa diferencia puede ser objeto de negociaciones; la disputa de tasas-versus-exenciones no lo es tanto.
Para Obama, la obsesión de elevar las tasas tope (de los actuales 33% y 35% a 36% y 39.6 %) parece parte de un simbolismo político. Quiere ser visto como vencedor de los ricos —y de los republicanos. De lo contrario, ¿por qué no aceptar los medios de Boehner (el cierre de las exenciones) para lograr sus fines (impuestos más altos para los ricos)?
ARGUMENTOS DEL GOBIERNO
La Casa Blanca sostiene que el cierre de las exenciones no logrará recaudar suficientes rentas. Eso es falso. El Tax Policy Center, que no es partidista, ha calculado que limitar todas las exenciones detalladas a 17,000 dólares para las parejas y 8,500 dólares para individuos produciría 1.7 mil millones de dólares en impuestos agregados en el curso de una década.
Sin duda, habría problemas prácticos; algunos aumentos fiscales caerían sobre familias con ingresos por debajo del umbral de 250,000 dólares para parejas y 200,000 para individuos, establecido por Obama. Pero eso podría manejarse con voluntad política adecuada.
Lamentablemente, ésta última falta. Entre las exenciones más amenazadas se encuentran las contribuciones benéficas, los intereses de las hipotecas de viviendas, y los impuestos estatales y locales.
Se oirían los aullidos de los grupos afectados: iglesias, universidades, hospitales (para la exención benéfica); constructores, agentes de bienes raíces y banqueros de hipotecas (para la exención del interés de las hipotecas); y gobiernos estatales y locales (para la exención fiscal). Obama no parece dispuesto a gastar su capital político en oponerse a esos grupos.
PANORAMA ECONÓMICO
Las tasas más bajas y la base fiscal más amplia de la ley de 1986 tenían objetivos explícitos: incrementar el crecimiento económico; reducir la utilización de los impuestos para promover algunas actividades y desalentar otras; minimizar los lobbys para las exenciones fiscales; y simplificar el sistema. Con el tiempo, el atractivo de esos objetivos se fue borrando.
Los economistas generalmente creen que los impuestos influyen en la conducta y que las tasas fiscales bajas favorecen el crecimiento, mientras que las altas lo desalientan. Pero los efectos totales son difíciles de medir y podrían ser pequeños.
Varios informes recientes del Congressional Research Service no pudieron hallar una relación clara entre cambios en las tasas fiscales y tasas de crecimiento económico. Probablemente es cierto, porque otras fuerzas que afectan la economía a menudo eclipsan el impacto de los impuestos, ya sea para mejor o para peor.
En los años 50, las tasas fiscales eran altas pero también lo era el crecimiento económico. El auge posterior a la Segunda Guerra Mundial, impulsado por una demanda acumulada de productos de consumo y viviendas, empequeñeció todos los efectos nocivos de los impuestos.
Cuando se le preguntó sobre los avances logrados por la ley de 1986, un grupo de economistas supuso que, en última instancia, podría haber incrementado la tasa anual de crecimiento económico en un punto porcentual; si ‘se le permitía permanecer en vigencia’. Ésa habría sido una mejora considerable, pero con un efecto gradual e invisible.
POSTURAS SOBRE LEY 1986
No demasiado espectacular. Y tan importante como eso, muchos políticos apoyan las exenciones fiscales para grupos (los ancianos, los pobres, las pequeñas empresas) y causas específicas (la propiedad de viviendas, la asistencia a la universidad, las industrias ‘verdes’) pues realzan su poder.
El hombre que realmente pronunció la pena de muerte de la Ley de la Reforma Fiscal de 1986 fue Bill Clinton, quien aumentó la tasa tope al 39.6% en lugar de ampliar la base. A medida que la tasa tope se elevó, también se elevó el valor de generar nuevas exenciones. Irónicamente, muchos de los que más se quejan del comercio de influencias y los lobbys de Washington son los que apoyan tasas fiscales más altas, que estimulan un mayor comercio de influencias y más lobbys.
Después de la ley de 1986, la tasa tope establecida por ley era del 28%, y las tasas para los ingresos ordinarios y las ganancias de capital (ganancias de las ventas de acciones y otros bienes) eran iguales.
¿Y AHORA QUÉ?
La preferencia dada a las ganancias de capital —ahora se gravan a no más de un 15% y representan la mayor exención para los ricos— fue reinstaurada sólo después de la subida de la tasa tope. La ley de 1986 era mejor de lo que tenemos hoy y, casi con certeza, mejor que lo que tendremos mañana. Dependía de un apoyo bipartidista y del liderazgo de la Casa Blanca, dos cosas que, en la actualidad, escasean.