El “Efecto Francisco”: Un Papa que reconoce sus pies de barro

Actualizado
  • 07/10/2015 02:00
Creado
  • 07/10/2015 02:00
El efecto se sintió en forma espectacular en el mundo político de Washington. 

El papa Francisco, al despedirse en el aeropuerto, se lamentó que los días de su visita a Estados Unidos ‘se me han hecho cortos'. Eso, después de una agenda de actividades intensísima de cinco días, de haber celebrado misas frente a centenares de miles de personas en Washington DC, Nueva York y Filadelfia, de haber pronunciado 18 discursos, los más impactantes en el Congreso norteamericano y en Naciones Unidas, y de centenares de conversaciones personales con personas sin casa, prisioneros, víctimas de abuso sexual y familias de las victimas del ataque terrorista a las Torres Gemelas.

Tocaba las manos, cabezas, y hombros de todos quienes se le acercaban mientras transitaba por las calles. Nadie ha contado cuántos bebés tomaba en sus brazos para darles besos. Y la sonrisa, especialmente en los momentos de encuentros personales, brillaba como si la persona con quien estaba hablando fuera la única en el mundo en ese momento.

El país quedó empapado del Papa. Fue el tema dominante de diarios, medios sociales y televisión, con repetición de sus misas y discursos en la noche y durante los pocos momentos sin actividad pública del más público de los papas del último siglo. Y el papa Francisco, en vez de mostrar el cansancio esperable de un hombre de 78 años, exhibía un entusiasmo, una energía y una franca felicidad que solo parecía aumentar. En la segunda hora de un concierto en Filadelfia para celebrar El Encuentro Mundial de Familias, Francisco pronunció una charla improvisada, sin texto ni notas, sobre las realidades de la vida familiar, en la que pueden ‘volar platos' y los hijos dan dolor de cabeza, y –con una broma muy políticamente incorrecta—hay que aguantar la visita de la suegra.

Tal vez estoy demasiado contagiado por el ‘efecto Francisco' del que se habla en los medios. No estoy solo. ‘¡Pasó el Papa tan cerca mío! ¡Qué bendición!' escribió mi hermana Carolyn, una maestra de escuela primaria que viajó especialmente a Filadelfia desde Dakota del Sur, uno de los estados del lejano oeste.

El efecto se sintió en forma espectacular en el mundo político de Washington. Solo horas después de escuchar al Papa en el Congreso, en el que resaltaba el valor del diálogo y el peligro de las polarizaciones, John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, anunció su dimisión del cargo y el retiro prematuro de su escaño congresista.

Boehner –quien se veía emocionado hasta las lágrimas durante el discurso de Francisco– al anunciar su renuncia a causa de un conflicto interno que iba perdiendo en su partido, leyó la oración de San Francisco de Asís: ‘Señor, hazme instrumento de tu paz; donde haya odio, siembre yo amor…'. Luego, en un programa de TV del domingo, recurrió otra vez a una alusión religiosa, denunciando a sus contrincantes republicanos del Tea Party por ser ‘falsos profetas.'

En La Habana, Cuba, los negociadores del gobierno colombiano y de las FARC anunciaron el inminente éxito de las conversaciones de paz. Otro proceso, al igual como en su mediación en el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, en el que se notaba la mano del papa Francisco.

Sería un lugar común decir lo obvio: que esto ha sido un momento único e histórico. Pero, ¿en qué consiste el impacto real, o es que el efecto Francisco no es más que bulla y espectáculo? Yo diría que es real, pero mucho más en la revitalización y reorientación de la Iglesia Católica que en el mundo de las políticas públicas. Sus múltiples discursos —de los cuales solo cuatro fueron en inglés— tejieron un mantel coherente de repetidas referencias a los mensajes más básicos del Evangelio, hechos relevantes a los problemas más álgidos del presente: la doctrina de la vida se aplica no solo al aborto, sino a su rechazo inequívoco a la pena de muerte y también como base fundamental de la obligación de preservación del medio ambiente. La doctrina de preferencia para los pobres se liga a la ‘sed de poder', al mal uso de los recursos naturales y a la exclusión de la economía de grandes sectores de la sociedad.

Escuché por lo menos cinco veces una referencia a su mensaje de no-exclusión a los recién llegados a los países: no se le debe tener miedo a los inmigrantes, porque todos hemos sido inmigrantes.

Un redactor de titulares del Washington Post puso que los temas del Papa ‘Sonaban como Campanas: El Planeta, los Pobres, y los Inmigrantes.' La gran mayoría de los eventos públicos reforzaron la idea de que el Papa vino a tocar a la gente, a sus hijos y a sus representantes menos aventajados.

Claro que han venido otros Papas a visitar Estados Unidos, con eventos enormes y gran aclamación del público. La diferencia, veo yo, no es solo que casi un millón de personas se aglomeraron para estar en su presencia, sino que este Papa marca claramente su distancia de los obispos y los poderosos del país. Elegir un Fiat como modo de transporte, almorzar con los sin-casa, conversar con prisioneros, contar chistes y sonreír son expresiones que dicen: este Papa vive la humildad.

Pero es igualmente claro que no convence a todos. Tiene sus críticos, especialmente de parte de las agrupaciones de víctimas de abuso sexual y de los que exigen que se cambie la práctica y las doctrinas respecto a las mujeres, los anticonceptivos, y el matrimonio gay, temas que brillaron por su ausencia en sus discursos. Sin embargo, la crítica del comentarista conservador, George Will, fue la excepción, cuando denunció al Papa por tener ideas ‘demostrablemente falsas y profundamente reaccionarias', en referencia a su encíclica Laudato Si sobre la protección del medio ambiente.

El papa Francisco no esconde que no es un santo. En la conversación con los prisioneros, Francisco pidió ‘reza por mí.' Todos cometemos ofensas, dijo, y ‘todos necesitamos ser limpiados.' El Papa ha reconocido que ha tenido un pasado un tanto conflictivo en Argentina. Se le acusa a sí mismo de ‘arrogancia' en su liderazgo de la comunidad jesuita en los años 70 y 80, un conflicto interno que resultó en su alejamiento de su orden en los años 90, y que solo recién, siendo elegido Papa, se ha podido sanear.

Finalmente, el tema del comportamiento de la Iglesia Católica durante la Guerra Sucia todavía resuena, especialmente en Argentina. Es un tema sobre el que el Papa habla con suma reticencia. Aunque ya existen amplias pruebas para rechazar los cargos de que el entonces Padre Jorge Bergoglio tuviera responsabilidad por la detención y tortura de dos compañeros jesuitas en el año 1976, queda patente –y para muchos es una vergüenza histórica– que las autoridades de la iglesia argentina, incluyendo al jefe de los Jesuitas, Jorge Bergoglio, hayan guardado silencio público y privado frente a la campaña de detenciones, torturas y desapariciones masivas del gobierno militar.

*El autor es escritor de varios libros sobre América Latina, fue seminarista y estudiante de teología antes de entrar en la profesión del periodismo.

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‘El país quedó empapado del Papa. Fue el tema dominante de los medios',

JOHN DINGES

PERIODISTA Y ESCRITOR

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