Haití, el primer país verdaderamente libre de América

Actualizado
  • 13/12/2015 01:01
Creado
  • 13/12/2015 01:01
El segundo país del continente que logró su independencia fue Haití, solo después de Estados Unidos 

Es muy probable que muchos sepan que el primer país de América en alcanzar la independencia fue Estados Unidos en 1776, pero seguramente pocos conozcan que el segundo fue Haití.

¿Por qué esta paradoja? ¿Por qué actualmente Estados Unidos es el país más rico del mundo y Haití es el más pobre del hemisferio occidental?

Esta antítesis fue la génesis de la actual dicotomía norte rico – sur y centro pobres.

Latinoamérica no es exactamente una reproducción del modelo histórico haitiano (aunque presenta rasgos comunes), pero sí lo son los países de la región caribeña.

COLONIALISMO Y REGÍMENES AUTORITARIOS EN EL CARIBE: EL CASO DE HAITÍ

Haití estuvo condenado al abandono económico desde el principio. Una vez alcanzada la independencia política, los poderes europeos del momento reaccionaron desfavorablemente: cortaron el acceso a los mercados y al financiamiento.

Ante la malaria que ocasionó la indiferencia europea, se comenzó a copiar el modelo político de emperadores del viejo mundo. Se inauguró entonces el desfile de déspotas, alcanzando el clímax del autoritarismo en el siglo XX con la dictadura de la familia Duvalier.

La relación entre autoritarismo y decadencia política encuentra su corroboración empírica más lamentable en Haití. El gobierno de los Duvalier perpetró inimaginables crímenes y avasalló los derechos humanos durante tres décadas.

El derrocado Jean Bertrand Aristide fue considerado por muchos como la esperanza de Haití.

Este exsacerdote, cercano a la teología de la liberación y educado por curas salesianos después que su padre fuera ejecutado acusado de practicar magia negra, inició un período de endeble democracia que hoy se disipa.

Acaparó en su momento el corazón de un pueblo devastado que, superando la ignorancia política que conciben los años de dictadura, supo ver al potencial protagonista de las transformaciones que necesitaba la atrasada Haití.

Aristide se convirtió en el primer líder elegido democráticamente en 1990, para ser derrocado ocho meses después por un golpe militar que lo obligó huir a Estados Unidos.

El ‘gigante de Norteamérica' intervino en 1994, enviando soldados para restablecer a Aristide en el poder, aunque lo instaron a respetar los límites constitucionales y renunciar en 1995.

Aristide eligió a su sucesor, Rene Preval, hasta que consiguió un segundo mandato en el 2000, elecciones tachadas de fraudulentas que provocaron que los donantes internacionales cancelaran la ayuda económica que le brindaban al país.

Los comicios debilitaron su credibilidad y dejaron a su gobierno sin los fondos que necesitaba para cumplir las promesas realizadas a los ocho millones de haitianos.

Aristide también ha sido acusado de violaciones a los derechos humanos y persecuciones a la oposición política.

El desenlace de una democracia débil, constantemente amenazada por intereses internos y externos, más una ubicación geográfica que a lo largo de la historia se consideró la puerta para la dominación imperial (ya sea política o económica) de la región, no podía ser otro que caos, sufrimiento, muerte e incertidumbre.

Sin embargo, la historia del acoso a Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la sociedad occidental.

COLONIALISMO Y RACISMO: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA

La revolución que estalló en Saint Domingue en 1791 como una revuelta de esclavos y que culminó con la destrucción de la economía de plantaciones y con la creación de la República de Haití en 1804, puso de manifiesto los peligros que corrían los sectores hegemónicos y las implicaciones que podía acarrear un enérgico cuestionamiento de las estructuras coloniales.

Los acontecimientos en Haití repercutieron en todo el Caribe y América Latina. En distintas coyunturas históricas, Francisco de Miranda tanto como Simón Bolívar, recurrieron al liberado pueblo haitiano solicitando apoyo para lograr la epopeya de la independencia hispanoamericana.

Se cuenta que en 1806, durante una visita a Haití en busca de apoyo político y militar por parte de Francisco de Miranda, ‘el precursor', el general Alexandre Petión, le dio la espada libertadora de Haití, símbolo del final del yugo francés, la cual, empuñada como símbolo de libertad, sería en Sudamérica el estandarte de la independencia. Pretendía ser llevada desde Venezuela hasta el Río de la Plata, en Argentina.

Las élites veían el ‘fantasma de Haití'. Los esclavos sublevados levantaron el espectro de la ‘guerra de razas': negros contra blancos, que lo era, aunque no solamente eso.

Las ‘comunidades imaginadas' por las élites criollas, incluso por sus sectores mulatos, estaban afincadas en la concepción de que ‘lo blanco' era una forma de adscripción a la cultura occidental, la cual era la civilización por antonomasia. Todo lo que se distanciaba de ese ideal representaba la extinción de la cultura.

Cuando se produjo la independencia de Haití, Estados Unidos no accedió al reconocimiento y en 1915 invadió la isla y gobernó el país hasta 1934.

Cuenta Eduardo Galeano que el entonces secretario de Estado, Robert Lansing, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra era incapaz de gobernarse a sí misma.

Se consideraba al hombre de color como proclive a la vida salvaje, inhabilitado para la civilización e incapaz de conservar lo que habían creado los franceses, ya que estos eran superiores.

Cuenta también que en 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca.

Haití fue el primer país libre de América. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco.

EL PRECIO DE SER LA PRIMERA REPÚBLICA NEGRA DE LAS AMÉRICAS

Haití se conoce como el primer país negro del mundo. Pero actualmente la riqueza está concentrada en una diminuta élite descendiente de los franceses, siendo la mayoritaria población negra el blanco de la miseria.

La actual situación es producto de una acumulación de ‘pecados' que la tradición racista occidental no le perdona al país caribeño.

Porque, como dijo Eduardo Galeano, para las potencias occidentales hace muchos años Haití cometió un terrible delito: el delito de la dignidad.

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