El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 17/06/2020 00:00
A punto de morir, un paciente de 70 años que sobrevivió al covid-19 en Seattle, fue autorizado para hablar por celular con su familia para despedirse. Fueron dos días de cuidados de “última oportunidad” que costaron $100,000. Una suma menor frente a una factura de 181 páginas por casi $1.2 millones después de 62 días de hospitalización. La sala de cuidados intensivos costó $603,632 a razón de $9,736 diarios, $409,000 la esterilización durante 42 días y $82,000 por 29 días de asistencia de un respirador artificial. Por fortuna, como asegurado del programa estadounidense Medicare para adultos mayores, no tuvo que pagar la cuenta.

Fue una recuperación milagrosa en momentos en que se inicia la apertura gradual de los países, cada uno con la desescalada de la cuarentena y el confinamiento a su propia velocidad. Comienzan a levantarse los controles fronterizos y las restricciones a la circulación impuesta hace tres meses. Sociedades unidas en medio de la pandemia por paciencia, disciplina y confianza, inician el reencuentro con la vida y a recuperar el placer de estar juntos. Muchos salen de esta especie de hibernación, con mayor conciencia de la soledad y la fragilidad humana. Nadie ha estado a salvo del nuevo coronavirus.
Algunos países han abierto los parques, las playas, los bares, los restaurantes y las escuelas, y retornado a las actividades de la construcción, las industrias y el comercio. Se está aplanando, al mismo tiempo, la curva de frivolidad, en el mejor sentido, para tratar de transitar de la nueva a la vieja normalidad –si es que tal cosa es posible en los tiempos por venir– porque se requiere de la normalidad necesaria para restablecer la economía y retomar los índices de crecimiento anteriores a la pandemia. Todo depende ahora de cómo evolucione el comportamiento interno del covid-19. No hay que perder de vista que el nuevo coronavirus continúa activo y un repunte no es totalmente descartable.
El economista Jeffrey Sachs, desde su cátedra en la Universidad de Columbia, apeló la semana pasada, ante los estragos de la pandemia, a elevar el comportamiento ético de la sociedad en favor del bien común. Hay responsabilidades políticas y sociales para llegar a acuerdos consensuados. Gobernar no es teatralizar la crisis. Es actuar con visión de estadista, por el interés nacional, con equilibrio, moderación y mesura.
Las reuniones virtuales del presidente Nito Cortizo con el liderazgo político del país apuntan hacia un genuino entendimiento –comenzando por los partidos sin juegos de astucias de por medio– para poner en marcha un plan de reactivación económica postpandemia. La convocatoria a un amplio diálogo nacional es el camino seguro para alcanzar acuerdos que beneficien al colectivo social. Nito demostró, en su llamado, que está abierto a escuchar a todos. “Si no están todos –subrayó– no podrá haber una genuina reconstrucción del país”. Es entre todos que se construyen certezas y se despierta confianza en el futuro. Solo así se frena la deserción social hacia la cosa pública para que no baje la calidad de la democracia ni la responsabilidad de rendir cuentas de parte de los funcionarios elegidos. Uno de los grandes enemigos de la democracia es la opacidad que alimenta la evasión populista.
El sociólogo político estadounidense Daniel Goleman, citado el sábado por el diario digital español El Confidencial, se refirió al síndrome de Washington, una afección que los siquiatras definen como una enfermiza sed de poder, de mandar, de controlar, de decidir. Nito tiene la responsabilidad de gobernar. No hay en su talante el afán de perder el tiempo buscando imaginarias conspiraciones, ni alimentando relatos alarmistas o creando ambientes de excepcionalidad.
Gobernar, sin arbitrariedades y con transparencia, es mucho más que la mera voluntad de resistir, es mantener el equilibrio y la geometría del poder. Es unir ante la dificultad. Sumar frente a las adversidades. El nuevo coronavirus ha puesto a prueba el liderazgo y el rol de estadista de los gobernantes. “Necesitamos dirigentes preparados para hallar soluciones dialogadas en un mundo que experimentará una crisis profunda. Líderes capaces de re-unir a la sociedad, no incendiarios ni bravucones. Líderes que unen son infinitamente mejores que aquellos que gustan dar golpes de mano sobre la mesa porque así actúa un jefazo”, editorializó el viernes The New York Times.
Nito encabeza un gobierno serio, ante un futuro crítico. Más que tiempos de comandante en jefe, son tiempos de consolador en jefe, cuya tarea es traspasar la larga pesadilla y revertir los instantes amargos en momentos para emocionar, inspirar y unir a los panameños. Son momentos para remontar el dolor, el sufrimiento y el luto. Las crisis las superan los países y las sociedades cohesionadas, unidas.
Nito ha conducido la emergencia de salud pública respaldado por conocimiento científico. Ni las estrategias sanitarias ni los programas económicos los diseñan los presidentes. Para eso nombran o contratan a expertos. La sabiduría de los técnicos, sin embargo, no garantiza los resultados. Es el gobernante quien toma la decisión final y debe gestionar los objetivos esperados.
Como la mayoría de los países, Panamá ha enfrentado la pandemia con equilibrio entre la asesoría técnica y el liderazgo político. Sin precipitaciones, con calma y mesura, Nito ha actuado como un unificador a tiempo completo, guiando al país a través de una penumbra de incertidumbres, sin confundir el camino. Como líder ha tenido la inteligencia de construir equipo. La gestión exitosa consolida y barniza su gobierno.
La prioridad es superar la pandemia y dejar atrás la emergencia sanitaria, mientras se brinda apoyo a los ingresos familiares y al tejido productivo nacional. Panamá debe salir de esta pandemia con espíritu de aprender para no repetir errores en el futuro. Solo un país unido ante las dificultades, puede mostrar fortaleza ante las adversidades.