El dogma iliberal: aislamiento, hipocresía y contramoralidad

Actualizado
  • 17/06/2022 00:00
Creado
  • 17/06/2022 00:00
A tres meses del inicio de la guerra en Ucrania, pareciera insólito que menos de 50 naciones del mundo han tomado acciones en contra de Rusia y en defensa del orden mundial liberal y sus principios
Vladimir Putin no es un pionero del autoritarismo. Su antecesor, Josef Stalin, inició el proceso en 1937 con la 'Gran Purga' o el 'Gran Terror', donde más de 700 mil persona fueron ejecutadas.

Según la última encuesta del Levada Center, el único centro de investigación independiente de encuestas y estudios sociológicos en Rusia, alrededor de 77% de la población rusa continúa apoyando la “operación especial militar” del régimen de Vladimir Putin en Ucrania. A nivel internacional, menos de 50 países, siendo 193 los reconocidos por la ONU, han impuesto sanciones contra Rusia por su invasión de Ucrania. La dualidad de la moralidad abiertamente proclamada por nuestros líderes y la realidad que percibimos es desconcertante.

La desinformación desplegada por actores neoiliberales está consolidando el poder autoritario alrededor de una nueva contramoralidad que es intrínsecamente antiliberal, pero, sobre todo, que vanagloria a la violencia como siendo parte esencial de la política.

Aislamiento

Es primordial comprender que el objetivo de las campañas locales de desinformación organizadas por actores iliberales tiene como propósito principal el aislamiento del individuo, para así poder suprimir todo pensamiento crítico, en favor de las pasiones que forman parte de la experiencia humana.

Similarmente, en la Rusia de Vladimir Putin, el régimen ha eliminado sistemáticamente a sus opositores a través del uso de la desinformación y la violencia.

Vladimir Putin no es un pionero del autoritarismo, es simplemente el vicario actual de una larga historia de gobernantes rusos que se ha dedicado a aislar a su población para tener una relación totalitaria de poder sobre ella. Su antecesor, Josef Stalin, inició el proceso en 1937 con la 'Gran Purga' o el 'Gran Terror'. Más de 700 mil persona fueron ejecutadas durante un período de tres años, tras ser acusadas de ser enemigos del Estado.

Si bien el propósito inmediato de Stalin durante este período fue eliminar a los simpatizantes de Trotsky y sus rivales políticos, para así consolidar el poder, su mayor logro fue instalar la paranoia y el terror en la psicología de los rusos. La mayoría de esas 700 mil víctimas de la violencia de Estado bajo la tiranía del hombre de hierro fueron entregadas a las autoridades por sus propios vecinos, familiares y amistades.

La desinformación y propaganda del régimen acompañada por violencia aisló a los rusos, que llegaron a temer hasta sus propios pensamientos.

Similarmente, en la Rusia de Vladimir Putin, el régimen ha eliminado sistemáticamente a sus opositores a través del uso de la desinformación y la violencia. En 2006, por ejemplo, el régimen culpó a separatistas chechenos por el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya en Moscú. En 2015, Boris Nemstov, político opositor al régimen de Putin, fue asesinado en la capital, y más recientemente, en el 2020, Alexie Navalni fue envenenado y luego encarcelado.

En cada uno de estos casos el régimen autoritario presentó, a través de sus vocerías oficiales, numerosas narrativas, cada una más extraordinaria y compleja que la anterior. En cada uno de estos casos, cientos de personas fueron arrestadas por protestar y/o responsabilizar al régimen.

La desinformación como herramienta de conquista iliberal, y la violencia que la acompaña, aisla al individuo de dos maneras: aisla al individuo de poder actuar en conjunto con demás personas, por temor a las consecuencias; y aisla al individuo de su propio pensamiento crítico, al ser bombardeado con información falsa que lo empuja a concluir que “simplemente nunca sabremos la verdad” y continuar su vida con grados siempre crecientes de cinismo sobre la realidad.

Hipocresía

El éxito de las campañas de desinformación a nivel mundial en gran parte se debe, no a la organización y maquinaria del ciberespacio - ejército del Partido Comunista de China o los mercenarios del mundo virtual desplegados por las fuerzas de seguridad de Moscú-, sino a la propia hipocresía de la élite política y económica del mundo liberal.

A tres meses del inicio de la guerra en Ucrania, pareciera insólito que menos de 50 naciones del mundo han tomado acciones en contra de Rusia y en defensa del orden mundial liberal y sus principios. En 1951, Hannah Arendt en su libro Orígenes del Totalitarismo trató de explicar esta dualidad cuando dijo: “Dado que la burguesía pretendía ser la guardiana de las tradiciones occidentales y confundía todas las cuestiones morales al exhibir públicamente virtudes que no solo no poseía en la vida privada y comercial, sino que en realidad despreciaba, parece revolucionario admitir la crueldad, el desprecio por los valores humanos y la amoralidad general, porque esto al menos destruye la duplicidad sobre la que parece descansar la sociedad existente”.

Según Arendt, la hipocresía de los supuestos representantes del orden mundial liberal ha hecho de la amoralidad, el desprecio y el abuso actos “revolucionarios” que apelan al resentimiento de la muchedumbre ante la evidente duplicidad de sus líderes.

Esta semana, por ejemplo, el presidente de Francia, Emanuel Macron, el canciller alemán, Olaf Scholz, y el primer ministro italiano, Mario Draghi, viajaron a Kiev para mostrar su apoyo al gobierno ucraniano ante la invasión rusa. La visita fue evidentemente una táctica de mercadeo de los líderes europeos. Emanuel Macron elogió el heroísmo de los ucranianos y el espíritu de una Europa unida en contra de la tiranía autoritaria, sin embargo, su gobierno prefiere no humillar a Vladimir Putin a enviar las armas necesarias para defender Ucrania. Igualmente, el canciller alemán Olaf Scholz representa un país cuya política de Estado por los últimos 20 años ha sido la de aumentar su relación comercial con Rusia y auspiciar el aumento de la dependencia energética con Moscú, a sabiendas del carácter autoritario e iliberal de sus acciones en el escenario internacional y localmente.

El líder norteamericano, Joe Biden no se escapa de la hipocresía a pesar de ser menos doble cara que su predecesor. El gobierno de los Estados Unidos ha hecho de la guerra en Ucrania y su rivalidad sistémica con China un asunto de vida o muerte, de democracia o autocracia. Sin embargo, Biden viajará a Arabia Saudita en el mes de julio a buscar los favores de la tiranía saudita para rebajar los precios de los combustibles a nivel global, misma postura que tomó con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro al ofrecer aliviar las sanciones en su contra, permitiéndole a presuntos criminales lucrarse de la venta de petróleo.

El resultado de este tipo de hipocresía lo vemos directamente reflejado en los discursos políticos que dominan y construyen la realidad del ámbito público. La hipocresía del gobierno de los Estados Unidos en su falsa defensa de la democracia y los derechos humanos produjo un sistema político en donde, por ejemplo, más de 100 precandidatos republicanos actuales lograron su nominación promoviendo “la gran mentira” de Donald Trump. Mientras el Congreso de EE.UU. da testimonio público en televisión sobre la insurrección del 6 de enero de 2020 en el Capitolio, 100 candidatos republicanos avanzan sus campañas políticas en base a desinformación sobre el sistema electoral del país.

Contramoralidad

Esta desinformación, cinismo y duplicidad que evidenciamos tan fácilmente cuando analizamos la postura de los EE.UU. en asuntos internacionales, también la vivimos en nuestra región. Hannah Arendt atinó en entender la motivación del espíritu revolucionario en su glorificación de la violencia cuando dijo: “La acción revolucionaria más a menudo que no fue una concesión teatral a los deseos de las masas violentamente descontentas en lugar de una batalla real por el poder”.

Por ejemplo, más de 80% de los salvadoreños se mantienen en apoyo al régimen de Nayib Bukele, cuyo gobierno ordenó el ingreso de militares a la Asamblea y encarceló a más de 16 mil personas en un mes, sin garantías constitucionales. Ese mismo gobierno recibe aplausos de la población que se aqueja de la violación de sus derechos humanos a manos de las pandillas.

En Colombia, el país que vivió el conflicto armado más largo de la región, un guerrillero lidera las encuestas para ser próximo presidente. En Brasil, Lula, quien fue sentenciado por corrupción, mantiene mayor intención de voto. E internacionalmente, cerca de una decena de gobiernos de la región mantienen su apoyo a la dictadura cubana.

El ímpetu emocional que empodera a los líderes no aporta nada en la construcción de soluciones a los verdaderos problemas que aquejan a nuestras poblaciones. La desinformación desplegada por actores iliberales y las emociones a las que apela produce una contramoralidad que enaltece la violencia en contra del orden liberal y actitudes disruptivas, pero, sobre todo, justifica las emociones del individuo que ha sido aislado de acción colectiva (personas marginadas) o pensamiento crítico a través de la desinformación.

Conclusión

¿Por qué 77% de los rusos aún apoyan la invasión de Ucrania? ¿Por qué la realidad imaginada por de las campañas de desinformación del régimen de Putin e impuestas por la violencia de estado son más sostenibles (a corto plazo) que el esfuerzo necesario para rechazar la tiranía?

¿Por qué menos de 50 países decidieron sancionar a Rusia tras su invasión de Ucrania? Porque si los vicarios del orden mundial liberal no tienen ningún compromiso real con los derechos humanos o la democracia, mucho menos lo tendrán las naciones más periféricas al conflicto.

Finalmente, debemos recordar la conclusión de Arendt: “El sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes la distinción entre realidad y ficción (es decir, la realidad de la experiencia) y la distinción entre verdadero y falso (es decir, los estándares de pensamiento) ya no existe".

El orden natural, las reglas consensuadas y la separación del poder son los mecanismos que generan instrumentos fijos para acordar una realidad compartida y no arbitrariamente impuesta. Es el dogma de los iliberales pensar que nada es cierto y todo es posible. Algunas cosas sí son ciertas, como los derechos del hombre, y no todo es posible, como la fantasía de la utopía comunista o la igualdad material que promete.

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