Costa Rica padece las secuelas del alza migratoria en la selva del Darién

Actualizado
  • 03/10/2023 14:30
Creado
  • 03/10/2023 14:30
El campamento de Paso Canoas, improvisado en mayo por el gobierno costarricense, es un purgatorio para quienes quedan varados
Familias completas atraviesan a pie la frontera con Panamá hasta el campamento improvisado en un antiguo aeródromo en Paso Canoas.

Un creciente flujo de migrantes, muchos flagelados por la fiebre, los vómitos y la diarrea, llega cada día a Paso Canoas, en la frontera entre Costa Rica y Panamá, tras cruzar la selva del Darién rumbo a Estados Unidos.

Familias completas atraviesan a pie la frontera con Panamá hasta el campamento improvisado en un antiguo aeródromo en Paso Canoas, 300 kilómetros al sur de San José, y arriban agotados por la travesía, el calor extenuante y la alta humedad.

En este lugar toman alguno de los más de 50 autobuses, que valen 30 dólares por pasajero, hasta la frontera con Nicaragua.

Los que no tienen dinero quedan varados en una tierra que con lluvias estacionales se torna cada día en un barrizal a la espera de que les manden una transferencia.

Secuelas del Darién

El campamento de Paso Canoas, improvisado en mayo por el gobierno costarricense, es un purgatorio para quienes quedan varados tras cruzar la selva panameña.

"Lo más duro que he pasado en toda esta travesía ha sido la selva del Tapón del Darién. Fue muy duro, la verdad, ahí se pasó hambre, trabajo, se ven muchas cosas que nunca pensé ver en mi vida", cuenta a la AFP el venezolano David Josué Díaz, de 18 años.

La escasa sombra bajo un techo metálico o las carpas es un privilegio. En las mañanas para resguardarse del inclemente sol y por la tarde para huir de los aguaceros.

El hambre y las enfermedades digestivas y respiratorias abundan. Una doctora de la ONG Cadena atiende sin descanso cada jornada.

"Me duele la barriga", dice a la AFP Ángel, un niño venezolano de siete años, doblado en el suelo embarrado sobre un cartón. Con fiebre e infección respiratoria, su madre espera que las medicinas hagan efecto, como lo hicieron con Samuel, que juega a su lado con un muñeco mientras se recupera de la fiebre, los vómitos y la diarrea.

Ángel aún tiene fuerzas para bromear sobre su viaje mientras tose sin cesar.

Otros niños en mejores condiciones juegan inocentes en un columpio, ajenos a la miseria que les rodea.

En la mañana, los migrantes varados recogen las carpas y limpian la zona para que los recién llegados busquen un lugar.

Los que tienen comida cocinan en ollas heredadas de migrantes anteriores.

En el pueblo, adultos hacen interminables filas en la oficina de Western Union a la espera de que les manden el preciado dinero para comprar el billete que les saque de allí.

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