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Un cambio de época en la política internacional
- 15/08/2020 00:00
- 15/08/2020 00:00
En cosa de tan solo dos semanas se han desatado en el mundo dos grandes manifestaciones en el campo de las relaciones internacionales, que dan cuenta de lo que un autor de la disciplina como James Rosenau denominaría “turbulencia internacional”, es decir un conjunto de sucesos inesperados, conflictos intensos, incertidumbres penetrantes y cambios alteradores. Ellos son la renuncia del gobierno en pleno del Líbano, luego de la impresionante explosión de nitrato de amonio, que en opinión de expertos equivale a 1 o 2 kilotones; y por otro lado, las multitudinarias manifestaciones en Bielorrusia exigiendo libertad ante un posible fraude en las elecciones de ese país por parte del autócrata y presidente del referido país, Aleksandr Lukashenko.
Estos sucesos tienen un factor común y no es otro que estar en presencia de un cambio de época en las relaciones internacionales y la política internacional, producto de la llamada “revolución de las habilidades y de las capacidades de la gente”, que como ciudadanos, le exigen al Estado y a sus sistemas políticos mayores y mejores niveles de gobernanza, que no es otra cosa que la capacidad de satisfacer las necesidades y expectativas de los gobernados, que a su vez se va a traducir en confianza, transparencia, eficiencia, eficacia, equidad e inclusión.
En los casos que desarrollaremos hoy, las masas salen a la calle y se movilizan, ya que reclaman bienestar y libertad de manos de aquellos que por medio de la corrupción o el ejercicio autocrático del poder por tiempo prolongado, oprimen y someten a las grandes mayorías. Pero la luz de la libertad, siempre triunfa.
El primer ministro del Líbano, Hassan Diab, anunció el lunes pasado la dimisión de todo el gobierno, en medio de la crisis provocada por la masiva explosión que devastó la capital del país. Principalmente, la causa de ello fue el estallido del almacén donde estaba una impresionante cantidad de toneladas de nitrato de amonio guardada de manera insegura por casi una década, cosa que fue supuestamente denunciada en dos oportunidades por las autoridades del puerto de Beirut, sin respuesta de las autoridades centrales; pero el trasfondo de todo, es decir, lo estructural viene a ser la existencia de una élite política corrupta acusada de obstaculizar el poder, hasta el punto que el mismo Hassan Diab señaló que, la tragedia era “el resultado de una corrupción endémica”.
En la actualidad, el Líbano es un país en donde la élite política no cuenta con la confianza de los ciudadanos, tanto así que desconfía de que pueda haber una investigación real y transparente de las causas de la explosión en el puerto de Beirut, lugar que es llamado “La cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones”.
Todo ello también porque los libaneses culpan al sistema político de ser sectario, de manipular un sistema económico solo a su favor en desmedro de las grandes mayorías, plagado de corrupción, tráfico de influencias e impunidad.
Así, la explosión deja al desnudo un sistema deslegitimado tanto en origen como en ejercicio, que ha sido golpeado, casi sucesivamente por la pandemia de la covid-19, por una explosión que requiere de inmediato una intensa reconstrucción de la zona devastada y una economía que está urgida de reactivarse.
En este orden de cosas, la ingobernabilidad es creciente, las manifestaciones en aumento, pero lo cierto es que los ciudadanos deliberan, se organizan y movilizan para tratar de construir una gobernanza estable, “de abajo hacia arriba” en pos de una transformación estructural del Líbano que abarque lo económico y lo social a partir de lo político.
Por otra parte, las placas tectónicas se estaban moviendo y chocando unas contra otras provocando otro terremoto político, esta vez en Eurasia, específicamente en Bielorrusia, gracias a que la mayoría de la población cree que hubo fraude en las elecciones presidenciales a favor del autócrata Aleksandr Lukashenko.
Como ya lo hemos escrito en anteriores ocasiones, sobre todo en tiempos de globalización, donde todo el mundo está sometido al escrutinio de los medios de comunicación y las tecnologías de la comunicación e información; los autoritarismos han mutado para tratar de brindar una cierta fachada de “democracia”, al menos en términos de legitimidad de origen, ya que hacen elecciones periódicas, aunque las mismas estén amañadas por medio del control y manipulación de la soberanía popular, a partir del manejo y la cooptación de la llamada “arena electoral”, lo cual permitiría la permanencia y perpetuación de un determinado líder en el poder... En este caso de Lukashenko.
De acuerdo a lo dicho por medios internacionales como CNN o BBC, después del cierre de las urnas el domingo, la directora de la comisión electoral central de Bielorrusia, Lydia Yermoshina, dijo al canal de televisión Bielorrusia-1 que Lukashenko estaba por delante en cinco regiones con aproximadamente el 82% de los votos.
Las encuestas oficiales a boca de urna, publicadas por la agencia de noticias estatal Belta sitúan a Lukashenko con aproximadamente el 80% de los votos, con su principal rival, la candidata de la oposición Svetlana Tikhanovskaya, con aproximadamente el 7%.
Todo esto generó la furia de la ciudadanía que salió a manifestar en las principales ciudades del país, sobre todo en la capital, Minsk, bajo la denuncia de un fraude masivo. Según organizaciones de seguimiento electoral no oficial, Tikhanovskaya ganó el 80% de los votos, y ella misma asegura haber ganado en la mayoría de los colegios electorales en Minsk.
Este proceso electoral ha estado ensombrecido por la acción del régimen de Lukashenko, quien gobierna autoritariamente Bielorrusia desde 1994, la mayoría del tiempo al amparo y alineado con Rusia, cosa que en los últimos tiempos ha cambiado, hasta el punto de existir un alejamiento de Lukashenko con Vladimir Putin, principalmente porque este último quiere extenderse de manera hegemónica, cosa que es una amenaza para el dictador bielorruso.
Svetlana Tikhanovskaya ha logrado concentrar y ser líder de una ciudadanía harta de represión por parte de los cuerpos de seguridad del Estado, quienes practican la intimidación y el encarcelamiento a la disidencia política y a los periodistas en franca vulneración a la libertad de expresión y pensamiento.
No obstante, y a pesar de las amenazas e intimidaciones, los ciudadanos salieron a votar masivamente, según datos oficiales, el Comité Electoral Central del país informó de una participación del 65,19% a las 2:00 p.m. hora local del domingo. Empero, la actitud de Lukashenko es “no entregar el país, tal y como lo dijo en su informe anual de gobierno el pasado martes”.
Mientras Lukashenko impide la observación internacional técnica, profesional e imparcial, y al mismo tiempo pretende aislar a su país del internet para tratar de contener lo inevitable, cada vez más ciudadanos se unen a las manifestaciones, y claman por paz, bienestar, progreso y libertad, gracias a su descontento con la situación económica del país, la mala respuesta al nuevo coronavirus y la falta de libertades personales y reformas.
Dado que el nivel de la conciencia de los individuos-ciudadanos en nuestras sociedades aumenta, el clamor por libertad y gobernanza también crece, y con ello avanzamos a un cambio de época que amenaza con aplastar a aquellos que se creen capaces de secuestrar la soberanía popular donde quiera que se encuentren.