El destierro en Argentina

Actualizado
  • 02/09/2011 02:00
Creado
  • 02/09/2011 02:00
Al promediar cualquier tarde de 1943, Arnulfo pudo alargar el brazo y tomar de su biblioteca, en Argentina, un libro de Nietzche. Pudo ...

Al promediar cualquier tarde de 1943, Arnulfo pudo alargar el brazo y tomar de su biblioteca, en Argentina, un libro de Nietzche. Pudo leer aquel pasaje de la víbora que mordió a un viajero mientras dormía, a la orilla del sendero. ‘Gracias… mi camino es largo y me has despertado a tiempo’, correspondió el caminante ante la serpiente que sonrió malignamente y objetó: ‘No hay más camino… pronto vas a morir’. El viajante preguntó entonces: ¿Cuándo se ha visto que un dragón muera por la mordedura de una víbora? Probablemente todo eso lo pudo leer el desterrado presidente, mientras reflexionaba que su vida era como la de ese viajante: responder al asedio de sus enemigos, trasmutando ese dolor en fuerza necesaria para seguir el camino que el destino le había deparado.

Cuatro años en el destierro, fueron suficientes para que Arnulfo Arias reflexionara y leyera, no sólo a Nietzche, sino además otras obras filosóficas que poblaban su biblioteca en Argentina: Espinoza, Brentano y William James, por mencionar unos. Como narra Benedetti, a raíz de los acontecimientos del 41 Arias sufre un destierro que lo lleva a un ‘largo y reflexivo’ peregrinaje por las tierras americanas, ‘radicándose finalmente en Argentina’, a donde llegó en 1942. Juan Chevalier, por entonces un jovencito de 17 años que fue a estudiar allá, lo revive: ‘Yo conocí al Dr. Arias personalmente en Buenos Aires, cuando yo fui por primera vez a la Argentina a estudiar y él estaba residiendo allá como exilado. Me distinguió con su amistad como panameño.’ En 1943, se le unieron a Arias, su esposa y su hijo adoptivo, Gerardo. En 1931 la pareja conformada por Arnulfo y Ana Matilde Linares de Arias, había adoptado al sobrino de Arnulfo, huérfano y con sólo cuatro años de edad. Ese era Gerardo. En Argentina, al principio, vivieron en el modesto apartamento de un barrio de la Avenida Callao. Era un aposento bien decorado y con un estudio provisto de anaqueles que ‘pronto se llenaría de libros’, rememoró Gerardo Arias en un artículo. Después, compró una finca que nombró ‘El Triunfo’. Chevalier recuerda el paraje como ‘una casa colonial, muy bonita’. Era un establecimiento agrícola; 160 kilómetros mediaban entre el lugar y Buenos Aires, y estaba muy cerca de Lezama. Cubría una extensión aproximada de 450 hectáreas de las que poco más de la tercera parte correspondía a una laguna. Eso también lo evoca Chevalier: ‘Estaba en un terreno con un lago; es un área de la provincia de Buenos Aires, famosa por sus lagunas’. En ese paraje lacustre, Arnulfo ‘criaba peces’, y en sus terrenos también atendía con diligencia, una cría de puercos y maquinaba molinos de viento. ‘Vivir en el campo … cosa que a él siempre le gustó, la prueba fue que se fue a vivir a Boquete’, deduce Chevalier.

Pero ni en ese remanso bucólico, propio para el pensamiento apaciguado, Arnulfo Arias se impuso veda para la acción, ni para su temeridad. Gerardo recuerda que, en un extremo de la finca, se hallaba un angosto y casi derruido puente que, por lo estrecho, era de uso peatonal. Pero un día, y ante la mirada atónita de los mozos, ‘obligó a su nervioso caballo a que cruzara sobre la carcomida estructura que se alzaba tres metros sobre el canal’. Gerardo confiesa que esa no fue su vocación, pero su padre no lo vio así. En otra ocasión, Arnulfo lo obligó a trepar la cabalgadura de una yegua inquieta y veloz que, a los minutos, lo arrojó al suelo. ‘La oportuna llegada de mi mamá me evitó otro percance porque ya me estaba obligando a treparme nuevamente’, recuerda, sin ánimo para repetir esa experiencia.

Pero, no todo devino en trabajo y desafío. Juan Chevalier recuerda un lugar llamado ‘Club del Plata’, donde los comensales se trenzaban dilatadas conversaciones, todos los jueves. Allí se hablaba de temas sobre América Latina, de soberanía, de justicia social. Chevalier recuerda que Arnulfo Arias los llevaba como invitados. También el Dr. Arias se dedicaba en Buenos Aires, a frecuentar círculos intelectuales políticos, especialmente en un Club que aglutinaba políticos de América Latina; unos exilados otros no, o que viajaban en tránsito por allí. Chevalier nunca va a olvidar, especialmente a uno de ellos. Personalmente Arnulfo Arias se lo presentó: Velasco Ibarra.

Pero la vida de Arnulfo Arias, en Argentina, también halló espacio para la diversión. Aunque fuera involuntaria, en este caso. Un día, Arnulfo Arias fue confundido con un famoso actor. Cuenta Gerardo Arias que, en un paseo por el entonces balneario de Mar del Plata, algunas personas confundieron a Arnulfo Arias, con uno de esos actores galanes, de origen cubano, nacido en Nueva York. Se trataba del, por entonces, muy famoso: César Romero. El hallazgo se fue contagiando entre las personas que circundaban el área; no todos los días se podía ver a Romero en persona. Ese día Gerardo vio con asombro la creciente aglomeración de muchachas alrededor de Arnulfo Arias, en el restaurante; eso redujo su movilidad, pero pronto halló remedio: Arnulfo salió ‘de paso’ sonriendo y firmando autógrafos ‘apócrifos’.

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