En la senda del ideal

Actualizado
  • 16/03/2019 01:00
Creado
  • 16/03/2019 01:00
Extracto del discurso ‘Idea y función histórica de la Universidad de Panamá. Herencia y renovación a partir de 1991', pronunciado por el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia ‘El Patriota' al terminar su período como rector de la Universidad de Panamá, el 30 de septiembre de 1994

Con la fundación de la Universidad de Panamá, en 1935, gracias a la iniciativa de los doctores Harmodio Arias Madrid y Octavio Méndez Pereira, se pretendía constituir un centro de estudios que formara intelectuales y contribuyera a consolidar la identidad nacional. El lema conciencia crítica de la Nación resume esa frase originaria de la institución.

Tal objetivo fue cumplido a cabalidad, pues se dio un incremento de las reflexiones pedagógicas, filosóficas e históricas y, en diversas coyunturas políticas y sociales, la Universidad estuvo en la vanguardia de movimientos reivindicadores nacionales. Cabe destacar al respecto, las jornadas patrióticas contra los Tratados Filós-Hines, en 1947, la gloriosa gesta del 9 de enero de 1964 o el rechazo de los proyectos de tratados Johnson-Robles, en 1967.

El propósito esencial de la Universidad de Panamá lo constituye el desarrollo, en su expresión óptima, del potencial de la creatividad cultural y científica de la Nación panameña, para que pueda aportar productivamente al haber de la humanidad. Casa de estudios superiores por antonomasia, nuestra Universidad justifica el quehacer con el compromiso de conservar y, al mismo tiempo, enriquecer y renovar las mejores y más dignas tradiciones culturales, artísticas, científicas y tecnológicas de la comunidad nacional.

Ello implica superar falsos dilemas: Universidad popular versus excelencia académica; eficacia versus privatización; requerimientos de mercado versus conciencia crítica de la Nación y finalmente, Universidad progresista versus Universidad neoliberal.

La Universidad de Panamá debe cumplir, entre otros objetivos primordiales, con la función de continuar produciendo conocimiento básico y aplicado que alimente la investigación de inversión o desarrollo, propia de los centros agrícolas, industriales, de servicios y de producción. Esta función social debe desempeñarla la Universidad con excelencia académica, rigor científico, eficiencia administrativa y sentido histórico y social.

He aquí por qué la educación superior es, por definición, un servicio público, con independencia de los medios, sean privados u oficiales, con las cuales se realice. La Universidad de Panamá es oficial y, precisamente, para garantizar el cumplimiento de su función, e incluso frente al propio Estado, se le otorgó autonomía constitucional. Y es que la sociedad y la naturaleza ensayan simultáneamente distintas y múltiples opciones. Ése es el misterio de su potencia creadora. La Universidad debe estar en todas las fronteras de la conservación y el progreso. Si la política del Estado está signada por la privatización de los servicios, por ejemplo, no necesariamente la Universidad debe aplicar ese modelo. Si por el contrario, la política del Estado es de interventor absoluto con énfasis en la economía planificada, la Universidad debe acentuar sus tradiciones liberales. Mantener ese equilibrio en cada período histórico es lo que define la calidad de una Administración, pues se trata, en lo fundamental, de cumplir con la función pública de la Universidad antes apuntada.

Desde luego, ese equilibrio para que sea universitario debe responder a la filosofía tradicional de estos Centros Superiores, fraguada en la Reforma de Córdoba. Las universidades están comprometidas con proyectos de cambios, con la búsqueda de sociedades libres con hombres libres, de sociedades humanas provistas de tangibles derechos y de hombres forjados en la fragua del humanismo. La universidad está en la obligación de permanecer vigilante ante las crecientes demandas sociales. No con la tradicional conciencia crítica que podría ser bizantina en debates infecundos, sino con la conciencia lúcida, lo que debe ser la caracterización de la nueva Universidad; la conciencia lúcida para entender lo que necesita el Estado panameño y su sociedad y para renovarse incesantemente a lo interno de modo tal que siempre esté en sintonía con el pueblo al cual se debe.

Este propósito institucional no resulta fácil. Porque insertarse en una sociedad ya estructurada, con sus armaduras tradicionales, que resulta manipulada con el uso de todos los instrumentos de poder y cuyos pasos y estrategias no son improvisados, nos obliga a usar con juicio y madurez el único poder que tienen en sus manos las universidades, el poder del conocimiento, el gran poder contemporáneo, lo que permitiría con un programa definido de la Universidad constituirse en eficaz agente de cambio para que prevalezca en la sociedad lo que es justo y deseable.

En otro orden de ideas, la cuestión de si la Universidad es oficial o privada no debe ser decidida por meros caprichos, intereses o veleidades. Es una cuestión determinada por las características de cada sociedad particular. En el caso panameño —una sociedad traumatizada por una pobreza extrema, sostenida en vilo por tenues valores morales, aherrojada en la lógica perversa de los intereses foráneos y paralizados por la ausencia de una utopía positiva nacional o regional— requiere, necesariamente, de universidades oficiales líderes y competitivas, capaces de cumplir con creces el cometido de su función pública. Esto no implica que no deban promoverse universidades particulares que coadyuven a realizar los objetivos de la educación superior. Pero sí sería un error craso privatizar la totalidad del sistema universitario o, en virtud de una política anti-modernizante o neoliberal, despojar a las universidades oficiales de su liderazgo o usurparle la posibilidad de obtenerlo.

Es por ello que los supuestos dilemas aludidos resultan falaces. Y es que no hay contradicción entre tener una Universidad de Panamá abierta a los sectores populares y, simultáneamente con excelencia académica; una institución competitiva, eficiente y sensible a los requerimientos del mercado, con una Universidad preocupada en salvaguardar el legado cultural y el pensamiento panameño. Finalmente, ¿dónde está la discordia entre una Universidad progresista y una neoliberal? Solamente en los designios de aquellos propulsores de una privatización a ultranza de la Universidad de Panamá, en detrimento de la mejor tradición pedagógica panameña y de los más caros intereses de la mayoría de nuestro pueblo.

En consecuencia, ante esas falsas disyuntivas, se debe enfatizar el carácter eminentemente popular, nacional, progresista, científico, académico e histórico y universal de la Universidad de Panamá, que es la universidad por antonomasia de la Nación panameña. Así, no se trata de desvirtuar o adulterar ese carácter de la Universidad de Panamá. Se trata de adecuar, según los requerimientos de cada período histórico, la estructura y el perfil integral de la institución para poder cumplir con eficiencia su función social.

Luego del régimen militar y tras el trauma de la invasión estadounidense, el país quedó sumido en una profunda crisis material y moral. En ese contexto, de 1987 a 1991, la Universidad de Panamá padeció dramáticamente la virulencia de esa coyuntura infausta. Sin un presupuesto adecuado, con una infraestructura que clamaba por mantenimiento y renovación, con planes de estudio arcaicos, sin la posibilidad siquiera de proponer nuevas carreras y, sobre todo, con el desánimo y el desencanto de la familia universitaria generados por la zozobra y la incertidumbre ante el futuro, la institución exigía un cambio radical.

Democratización era el lema que compendiaba las aspiraciones y anhelos universitarios. En consecuencia, el cambio no podía ni debía surgir ‘desde arriba'. La ley 6 de 1991 permitió, así, por primera vez, la elección del Rector por todos los estamentos universitarios, según las responsabilidades que le correspondan a cada uno de ellos en el destino de la institución.

La nueva administración, surgida en el marco del trauma nacional, pero legitimada por la concurrencia del voto libre, debió afrontar todo un espectro de expectativas, alimentadas por la frustración anterior. De allí que no sólo debería cumplir con las tareas necesarias para rescatar a la deteriorada Universidad en el plano material y académico, sino también ser protagonista de un nuevo proyecto capaz de generar energías creadoras y hasta de cristalizar quimeras.

Las políticas anteriores esbozadas serían letra muerta si la Universidad no pudiese proyectarse como una institución capaz de exigir que se siga su ejemplo. La Administración trató de ser ejemplar. Así, el manejo pulcro de los dineros universitarios, la conversión de una Universidad diezmada por la politiquería desalmada e inicua, en una Universidad de líneas académicas y sin espacios políticos es la única Regla de Oro de cualquier administración. Algunos órganos de gobierno universitario, como el Consejo General Universitario, alcanzaron una transformación positiva en virtud del estilo académico de la Administración; y además, porque se propagó el comportamiento transparente de las autoridades en todas las facetas de la conducta humana, pública y universitaria.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanendo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

En verdad, tres años son muy poco para garantizar la transformación irreversible de una institución, pero lo que se ha logrado, hasta la fecha, es el fruto de la duplicación de horas de trabajo y del gran desprendimiento y abnegación que como sello intransferible identifica la acción de todos los miembros de la administración que honrosamente presido.

El pensamiento y el espíritu de Octavio Méndez Pereira nos han guiado en esta fase de renovación, por el valor que concedía el maestro a la tradición de la patria, por su conciencia de ser un mero eslabón en la vida de la institución y en la búsqueda del conocimiento y, sobre todo, por la preeminencia que confería a la integridad del individuo frente a la adversidad y los escollos.

Ese bagaje ético del maestro, patente en sus obras, también se vertía en sus palabras cotidianas. Recuerdo en una experiencia imborrable, una vez que llegó a visitarnos a Penonomé. Yo, su ahijado, era niño entonces. Al verlo, quise arrodillarme para invocarle el ‘bendito' como era usual, pero me impidió hacerlo mientras me decía: ‘un hombre jamás debe arrodillarse ante otro hombre'.

Esa línea de conducta no sólo es aplicable a los individuos, sino también a las instituciones. Durante mi Administración, la Universidad de Panamá defendió con vehemencia la dignidad de la autonomía universitaria, reclamó con denuedo su lugar en la sociedad, se mantuvo vigilante ante las peripecias vitales de la nación y, sobre todo, fue consciente de la responsabilidad de conservar la identidad del panameño ante los embates de quienes confunden el inevitable proceso de integración internacional con desnacionalización, sin comprender que la identidad es, en esencia, irrenunciable.

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