Gonzalo Brenes

Actualizado
  • 19/10/2019 00:00
Creado
  • 19/10/2019 00:00
Toda su música lleva los trinos del canto campesino. En los preludios y en los ritornelos de algunas de sus obras, exclamaba con orgullo, hay evocaciones de la música de Herrera y Los Santos

A los 95 años acaba de morir en David, Gonzalo Brenes Candanedo. A sus honras fúnebres asistió gran cantidad de amigos y familiares. Se tenía clara conciencia del significado de su deceso. Brenes Candanedo fue un extraordinario compositor y un maestro por vocación. Su creación artística tiene el fulgor de lo vernáculo, de lo propio, de lo que caracteriza las entrañas de nuestro pueblo. Lo recuerdo en el aula en la Escuela Normal de Santiago en el año de 1940. Era mi profesor de música de primer año. Lo conocí joven cantando y lo traté ya anciano también cantando. Todas las tonadas de la época llegaron a nuestros labios; eran las tonadas del trópico niño. En los primeros días de clases quería escuchar la voz de cada alumno. Eran solos abrumados por la pena. Luego nos clasificaba y nos integraba a los coros. Hacía énfasis en la necesidad de conocer todas las canciones propias de la región interiorana. El niño de la costa, decía, debe cantar canciones de la costa; el niño de tierra adentro, debe cantar las canciones de su entorno.

Gonzalo Brenes

Gonzalo Brenes Candanedo se hizo famoso con la Cucarachita Mandinga. A la letra de Rogelio Sinán, él le puso la música, pero dialogaba con Sinán para que los versos fueran cortos y sencillos. La canción del niño, expresaba, exige comprensión entre el educador, el poeta y el compositor. Brenes Candanedo tenía la ventaja de ser a la vez compositor y maestro, lo que permitía enlazar adecuadamente la finalidad de su creación y de su docencia.

Toda la música de Gonzalo Brenes Candanedo lleva los trinos del canto campesino. En los preludios y en los ritornelos de algunas de sus obras, exclamaba con orgullo, hay evocaciones de la música de Herrera y Los Santos. Él recuerda la invitación que le hiciera Sergio González Ruiz –tronco florecido de tradiciones— de ir a Las Tablas para que bebiera en la fuente la inspiración cristalina de un pueblo. A partir de entonces, Brenes Candanedo se desposó con el más rancio nacionalismo artístico, con el más puro venero musical. Desde aquella época los tamboritos, las salomas y las mejoranas no se apartaron del pentagrama de su inspiración.

Tenía Brenes Candanedo el acierto de escoger las poesías infantiles, bucólicas y sublimes de magníficos poetas y les ponía música. Las Tonadas del Trópico Niño contienen veinticuatro canciones con letras de poetas nacionales y extranjeros famosos. A partir de 1935 estrenó esta modalidad tan risueña. Es semejante a la que se observa en la tradición chilena, cuyas tonadas sencillas llevan la letra de poetas como Gabriela Mistral, Pablo Neruda y de otros autores campesinos. En el aula cuando cantábamos la tonada del 'Caballito Moro', letra de Ofelia Hooper y música de Gonzalo Brenes Candanedo, todos volábamos en alas del pensamiento a nuestros pueblos, a nuestras huertas, a las moliendas para hacer panela, a nuestros ríos de agua clara. Era el encantamiento de una educación musical concebida por un hombre genial que recibió sus primeras lecciones en el seno de su hogar y que se perfeccionó en universidades alemanas.

Al cumplir 90 años, en el año de 1997, el Club Rotario le rindió un homenaje. Fue uno de los muchos homenajes que recibió en su vida. Tuve el honor de ser el oferente. Brenes Candanedo residía en Boquete y llegó con algún retraso al Club David, sitio del acto. Llegó con la frente vendada y el rostro ensangrentado. El autobús en que venía, sufrió un aparatoso accidente. Él siguió viajando en ese medio de locomoción hasta el día en que cumplió 92 años y lo usaba todos los días, de Boquete a David, porque era profesor de música de la Universidad Autónoma de Chiriquí. Dejó de serlo a los 92 años porque le aplicaron la ley maldita que se conoce con el nombre de Ley Faúndes. Ese sabio no podía continuar en su misión docente. Apenas dejó el aula comenzó a morir. La tristeza se apoderó de su ánimo. De gran conversador declinó a la férula del mutismo. No oía y al no escuchar, cancelaba el diálogo.

Extraordinario este hombre que ya nonagenario quería continuar en la brega del docente. Solo un antecedente conozco, el de don José Oller, virtuoso panameño, que al cumplir 90 años aún ocupaba su puesto de trabajo en el Ministerio de Hacienda. Seres ya extinguidos en un mundo donde abundan las especies que sueñan con jubilaciones prematuras.

El patrimonio artístico de Gonzalo Brenes es tan valioso, que cuando ocupé la Rectoría de la Universidad de Panamá quise rescatar ese tesoro y fundé el Instituto para el Estudio de las Tradiciones Étnicas y Culturales. Designé a Gonzalo Brenes Candanedo como su director. Su patrimonio y el de Narciso Garay Díaz eran los primeros como objetivos del rescate. Lamentablemente, las autoridades que me sucedieron no quisieron entender tan loable y responsable iniciativa.

En los días en que Brenes iba a celebrar sus 90 años, toda una tarde dialogué con él sobre su vida. Fue el tema de mi discurso en el homenaje que se le ofreció. A ratos se le humedecían los ojos, sobre todo cuando hablaba de la Escuela Normal de Santiago. Por ella sentía un amor profundo. Añoraba su Instituto Nacional. Tenía muy presente en su memoria aquel cuento de Nacho Valdés que narra el entierro de una madre campesina. En el sepelio, solos, el marido y el hijo. Un intenso dolor hacía estragos en el rostro del doliente mayor. El hijo, conmovido, quería que se escapara el dolor y díjole: “¡Saloma, papá, saloma!”.

No sé, pero el día del entierro de Gonzalo Brenes Candanedo sentí que todo un pueblo salomaba a la orilla de su tumba.

La primera publicación de este artículo se realizó el 11 de enero de 2003.

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