El cincuentenario de nuestra patria

Actualizado
  • 03/11/2019 00:00
Creado
  • 03/11/2019 00:00
Editorial de 'La Estrella de Panamá' del 3 de noviembre de 1953
Edición de La Estrella de Panamá del 3 de noviembre de 1953

Muy poco son, ciertamente, cincuenta años para estimar con la medida de tan corto lapso el ritmo de progreso y desarrollo alcanzado por nuestro país estableciendo paralelos y comparaciones, sobre todo cuando cabe decir que la totalidad de las naciones de nuestro continente han logrado rebasar ya con largueza el siglo de vida independiente y propia. Porque si bien es cierto que nuestra emancipación de España se produjo en fecha ya lejana, no lo es menos que, tras el periodo hispánico, con los breves y no siempre serenos paréntesis de una relativa autonomía, nuestra patria vivió ligada y sometida a poderes extraños hasta hace hoy exactamente medio siglo.

No es posible en modo alguno, por otra parte, valorar exactamente lo alcanzado por nosotros en estos primeros cincuenta años de vida republicana, sin establecer un paralelo con aquel Panamá del periodo anterior a 1903, en que, sin carreteras, sin escuelas, sin vías de comunicación, sin sanidad, constituíamos poco más que una porción del territorio colombiano alejado de la metrópoli, agitado con lamentable frecuencia por convulsiones políticas y padeciendo graves crisis que muchas veces llegaron a alcanzar dramáticos perfiles. Sólo así, procurando que adquieran en nuestra mente relieves de presencia las realidades de entonces, y contemplando con serenidad de análisis el panorama actual de nuestra patria, es posible medir en su significado justo lo que nosotros los panameños hemos logrado alcanzar en el corto plazo de cincuenta años, - conservando, sin embargo, la conciencia clara de nuestras muchas deficiencias y alejados en todo instante del envanecimiento negativo que produce la errada creencia de haber superado con largueza las etapas todas del progreso- y lo que significó la labor de nuestros Próceres que tuvieron que empezar a construir lo que una República, incluso con los signos materiales y exteriores de su soberanía.

En el campo de la educación –quizá el mas importante por ser básico en la historia de los pueblos– basta pensar lo que era nuestra patria hace medio siglo, con una escasez tan aguda de escuelas primarias y de otros centros de enseñanza, que el analfabetismo llegó a alcanzar impresionantes cifras recibiendo con ello la República una pesada carga de quehaceres en el camino de las indispensables rectificaciones. Afortunadamente hoy, en vigoroso contraste, la educación pública, motivo de atención preferente del Estado, se traduce en centenares de escuelas primarias que cubren el país, con millares de maestros; los centros de enseñanza secundarios y vocacionales se multiplican abriendo a nuestra juventud senderos que antes estaban cerrados, y la Universidad, asentada ya en sus propios edificios, pregona muy alto el grado de desarrollo alcanzado por Panamá en los quehaceres del espíritu. Y, al mismo tiempo la pintura, la música, la coreografía, la literatura y las Bellas Artes todas van cobrando ya el rango que les corresponde en la conciencia colectiva y por ello vemos surgir constantemente manifestaciones claras y elocuentes de superación precisa, como los repetidos concursos públicos y privados destinados a impulsar la producción literaria; la exposición pictórica que actualmente se celebra, y la magnífica demostración brindada en estos días por la Escuela Nacional de Danzas.

En el aspecto material es innegable que el camino que queda por cubrir hacia la meta de una serie de realizaciones indispensables es largo todavía. Necesitamos, desde luego, muchas cosas y las necesitamos con urgencia, ya que la presión causada por nuestro acelerado crecimiento justifica en no pocas ocasiones la impaciencia de quienes demandan soluciones inmediatas. Pero es preciso tener en cuenta y apreciar que, sobre que ningún país del mundo ha podido llegar ya al límite de sus realizaciones; sobre que nación alguna tiene ya resueltos todos sus problemas sociales y económicos, nuestra República, en sólo los cincuenta años de vida independiente y propia que ajusta en esta fecha, ha logrado ver resuelto un índice de aspiraciones que la satisfacción de lo alcanzado se justifica plenamente, lo mismo que la encendida fe en el porvenir. Porque, como dejamos apuntado, En Panamá hubo que crearlo casi todo, ya que de casi todo carecíamos. Cuando nuestra capital llegaba apenas a lo que es hoy el parque de Santa Ana, cuando lo que son en la actualidad barrios densamente poblados con moderna traza eran solo manglares y vegetación selvática, cuando carecíamos de carreteras, de calles, de agua potable, de alcantarillado, de hospitales y de todo cuanto hoy nos parece justamente indispensable para la vida civilizada fue preciso dar comienzo a la tarea de hacer una nación. La labor en realidad ha podido superase, porque en estos cincuenta años, sobre todo, el sentimiento de nacionalidad –más importante desde luego, que los progresos todos materiales– ha madurado plenamente con pródigas cosechas. Nuestro país ha dejado de ser hace mucho tiempo -como fue en lejanas fechas– un punto de contacto de gentes sin arraigo y extrañas entre sí que cruzaban por nuestra geografía sin dejar huella ninguna, estación de transito de aventureros y buscadores de fortuna rápida, o factoría ocasional para algunos mercaderes de lejana procedencia. Al alquiler fisonomía y carácter distinto y preciso, al cristalizar en una nítida conciencia colectiva el sentimiento nacional, Panamá se afirmó como nación siendo por ello necesario encontrar en este hecho trascendente y claro el fundamento y origen de los movimientos todos de emancipación que culminaron felizmente hace hoy medio siglo. Y esta conciencia colectiva, este sentimiento general de nacionalidad y patria que lleva consigo tan densa carga de responsabilidades es, sin duda alguna lo que ha dado lugar también a la labor común de todos, traducida en incesante crecimiento sin desmayos. Porque si bien hemos contado, por fortuna, con estadistas eminentes y gobernantes de acendrado patriotismo - como Amador, como Porras, como Chiari, como Arosemena, por citar sólo a algunos de los muertos – la historia de nuestro pueblo carece de las deslumbrantes figuras de caudillos, providenciales, geniales conductores unas veces y tiranos casi siempre.

El análisis sereno de lo logrado hasta el presente, las reflexiones sobre su valor y alcance, constituyen el mejor estimulante para proseguir sin pausas ni vacilaciones construyendo la República, a fin de que las generaciones venideras puedan decir de nosotros con el mismo elogio que en la actualidad hablamos de quienes nos precedieron. Por eso en esta fecha tan alta y luminosa en que saludamos colectivamente a la bandera, símbolo sagrado de nuestra patria, y en que recordamos con mayor intensidad las gloriosas jornadas que hicieron surgir una nueva nación en el mundo, debemos meditar también en las tareas que debemos cumplir para hacernos cada vez mas dignos del nombre de panameños, que ostentamos con orgullo y legitima satisfacción.

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