Cuando la guerra es ajena

Actualizado
  • 11/01/2020 00:00
Creado
  • 11/01/2020 00:00
En la guerra propia, no en la ajena, el honor nacional tiene su insoslayable compromiso superior. No importa que la guerra propia sea injusta y hasta sucia, pero es su compromiso. Cuando al general nacionalista español José Moscardó le exigieron la rendición del Alcázar de Toledo durante la Guerra Civil Española, a cambio de la vida de su hijo Luis, prisionero de sus adversarios republicanos, prefirió desgarrarse para siempre el corazón en homenaje a lo que él consideraba que era su lealtad y su honor
Cuando la guerra es ajena

La presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo, no tiene la dureza de algunos estadistas occidentales. No es la mujer de hierro del mundo asiático. No tiene el temperamento guerrerista de George Bush ni la frialdad o flema marmórea de Tony Blair. Bush jamás conmutó una pena de muerte cuando pudo hacerlo como gobernador. Si Gloria Macapagal fuera como ellos hoy, simplemente estaría colocando sobre el féretro del filipino Ángelo Dela Cruz una condecoración póstuma. Si la presencia de tropas filipinas en Irak estuviera destinada a la defensa de los altos intereses de su pueblo, Gloria Macapagal no se hubiera prestado para el “chantaje” de los secuestradores. Para entender la conducta de Bush y Blair hay que recordar la divisa de los gobiernos anglosajones: no hay amigos ni enemigos permanentes, lo único permanente son sus intereses. En la guerra de Irak los principios han estado en el ropaje, en la proclama; lo que subyace es la lucha por los intereses. Por tanto, la guerra de Irak, la guerra del petróleo no es ni era la guerra de los filipinos.

Involucrar a otras naciones en guerras que no les pertenecen, responde a una vieja tradición de Estados Unidos. Tengo un recuerdo lejano, un poco impreciso, de la guerra de Corea ocurrida en el mediodía del siglo XX. Alguna nación latinoamericana envió legiones de combatientes a los campos de batalla. Hubo una presencia del ejército de Colombia al mando de un general que luego resultó un polémico de talento y fuste. Aquella guerra violó la Carta de las Naciones Unidas y ofreció una imagen de la doble moral internacional de las grandes potencias. Estados Unidos impulsó con sus manos la creación de la Organización Mundial de Naciones más grandiosa que contemplan los siglos, y con los pies, movilizados por objetivos hegemónicos, la desnaturalizó a renglón seguido. Exactamente como ocurrió con la Constitución Política panameña de 1946. Apenas entró en vigencia, ocurridos tan solo dos años, se violó con un fraude electoral, lo que ocasionó una crisis sin fin, de años y años.

Si la guerra de Irak violó la legalidad internacional, ¿qué hacían las fuerzas militares filipinas en Bagdad? ¿Se trataba, acaso, de una reiteración del servilismo del gobierno colombiano del pasado coreano?

Apenas la presidenta fue informada de que un compatriota civil había sido secuestrado y se pedía como prenda de rescate el retiro de sus tropas de Irak, maduró una reflexión propia de quien sabia que la guerra de Irak no era su guerra, e igualmente propia de quien era consciente de que el primer deber de todo gobernante no es no dejarse tumbar, como decía Torrijos, sino atender prioritariamente las solicitudes e intereses de su pueblo.

Ante la posibilidad del degollamiento de Dela Cruz, padre de ocho hijos, hubo en filipinas un clamor nacional que demandaba el retiro de las tropas de Irak. Si la guerra de Irak hubiera sido una guerra provocada por los derechos o ambiciones filipinas, y si en ella se jugaba de cualquier modo el honor nacional, una petición semejante hubiera sido desatendida. En la guerra propia, no en la ajena, el honor nacional tiene su insoslayable compromiso superior. No importa que la guerra propia sea injusta y hasta sucia, pero es su compromiso. Cuando al general nacionalista español José Moscardó le exigieron la rendición del Alcázar de Toledo durante la guerra civil española, a cambio de la vida de su hijo Luis, prisionero de sus adversarios republicanos, prefirió desgarrarse para siempre el corazón en homenaje a lo que él consideraba que era su lealtad y su honor. El diálogo telefónico que mantuvo Moscardó con su hijo constituye uno de los episodios más dramáticos y virales de aquella guerra tan dañina para el pueblo español. Los mismos escritores republicanos exaltaron el estoicismo sublime e histórico del General Moscardó.

En estos dos planos moralmente tan diferentes debe analizarse la conducta de Gloria Macapagal Arroyo, la que se definió a favor de la vida de su compatriota al aceptar las exigencias de los secuestradores.

En alguna medida sirvieron a la mandataria filipina los informes secretos de la CIA y del Servicio Secreto del Reino Unido acerca del real origen de la guerra contra el tirano de Irak para tomar la medida de devolver a su tierra las tropas filipinas. Ni el déspota Husein mantenía relaciones con Al Qaeda ni tenía armas de destrucción masiva. Sólo tenía un imperio petrolero bajo su puño totalitario. Poner otro puño sobre ese imperio era y es el fin exclusivo de la guerra.

En este dramático episodio que unió al filipino con su Gobierno, se forjaron dos conclusiones: no debe haber solidaridad bélica con las naciones que violen el orden legal internacional y debe atenderse el clamor de los gobernados como el primer deber de todo mandatario democrático. La presidenta Gloria Macapagal Arroyo ha salido del anonimato mundial y ha logrado escribir con su pueblo una página de humildad y de humanísimo contenido en la historia de las Filipinas.

Artículo originalmente publicado el 24 de julio de 2004.

Carlos Iván Zúñiga Guardia
FICHA
Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:
Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia
Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé
Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá
Ocupación: Abogado, periodista, docente y político
Creencias religiosas: Católico
Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga
Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.
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