Entre mayúscula y comillas

Actualizado
  • 12/06/2021 00:00
Creado
  • 12/06/2021 00:00
La justicia tendrá sus letras grandes en mayúscula si llegamos a comprender el mensaje de Wilson, según cuentan, cuando guió a su hijo para indicarle dónde residía Dios. Padre e hijo se instalaron en el Salón de Acuerdos de la Corte Suprema de Estados Unidos y el expresidente le dijo: “¡Aquí reside Dios!”.
Entre mayúscula y comillas

La excelente revista colombiana Gatopardo nos trae un artículo de Ernesto Sábato que denominó “Los santos lugares” y que aprecio como un delicado testamento espiritual. Se ubica con lucidez a la altura de sus años “cuando nos vamos despidiendo de sueños y proyectos” y llega a recordar a sus maestritas de la escuela primaria, las “que nos enseñaron a ser buscadores de la verdad, capaces de despertar en nosotros la pasión y el asombro, con ternura, como si se tratara de una labor de partera”. Hace memoria Sábato de cómo le enseñaron el uso de la mayúscula y cuáles eran las palabras que por su dignidad debían llevarlas. Eran los vocablos justicia, libertad y patria.

En el recorrido accidentado de su vida, el gran escritor argentino fue observando la degradación en la práctica del significado de esas tres palabras sagradas hasta verlas en minúsculas, para llegar al presente en que la corrupción y el oportunismo en el mundo dieron tinta para que las voces justicia, libertad y patria fueran leídas entre “pavorosas comillas”.

Seguramente Sábato, al presidir la comisión nacional sobre la desaparición de personas en la Argentina en la década de 1960 y durante la dictadura militar, se atormentó al conocer la intensidad de la maldad humana, al indagar personalmente a testigos de los crímenes y a los familiares de las víctimas. Se publicó el informe de lo ocurrido en un libro de 490 páginas bajo el nombre de Nunca más que contiene las denuncias por las tropelías cometidas. Todas las acciones ejecutadas fueron asesinatos, crímenes calificados, usando medios horrorosos que agravaban la conducta delictiva. Los victimarios eran monstruos metidos en casacas de coroneles y generales. Tras varias décadas de distancia, aún las madres buscan a sus hijos desaparecidos y las tenebrosas horas de dolor de un pueblo no llegan al olvido.

Leí hace algunos años el Nunca más y todavía no logro comprender cómo se dio un perdón presidencial a los autores de maldades tan brutales, como el asesinar a mujeres honorables recién paridas para robar el fruto de su amor, para desaparecerlo, darle otra identidad y otros padres. Un panorama tan desolado espiritualmente llevó a Sábato ver las palabras justicia, libertad y patria escritas hasta con sangre, entre comillas, como prueba de su esquiva y falsa significación.

La vivencia de Sábato no es exclusiva de la Argentina, corresponde a la historia dolorosa de nuestros pueblos, a la tragedia vivida por tantos hombres y mujeres que abrazaron nobles y legítimos ideales para luchar contra las satrapías o para luchar por la vigencia plena de los valores democráticos.

Por lo que ha ocurrido en la historia panameña, no siempre hemos tenido patria propia, soberana, absolutamente nuestra, aun cuando siempre hemos luchado por ella; ni ha sido permanente la existencia de la libertad, y esa divinidad que se llama justicia ha huido muchas veces de las garras de los malos jueces y de los malos gobernantes para refugiarse en el cielo. Eliminar siempre las comillas y devolver la galanura esplendorosa a esas tres voces es tarea patriótica permanente.

Hoy me ocupé de la justicia en nuestro medio para observar cómo la escriben los que deben garantizar su honra.

Entre mayúscula y comillas

La justicia tendrá sus letras grandes en mayúscula si llegamos a comprender el mensaje de Wilson, según cuentan, cuando guió a su hijo para indicarle dónde residía Dios. Padre e hijo se instalaron en el Salón de Acuerdos de la Corte Suprema de Estados Unidos y el expresidente le dijo: “¡Aquí reside Dios!”. No sé si los fallos de esa honorable Corte están perpetuamente orlados por la verdad, pero el gesto de Wilson consagra una actitud de respeto y de confianza por las funciones de ese alto órgano de gobierno.

También tendrá sus mayúsculas de oro cuando la justicia, desdoblada en organismo de competencias y jurisdicciones, dicte sus fallos con transparencia tal, que no admita dudas al alcance de sus fundamentos éticos y jurídicos. Esa transparencia debe ajustarse al lema tradicional del Registro Judicial que indica que la publicidad es el alma de la justicia y, por serlo, debe condenarse la anacrónica tesis que recomienda a los jueces no explicar sus fallos ante la opinión pública, es decir, no bajar de la altura del Olimpo a la altura de la hierba donde yace el pueblo, para aclarar al menos el contenido de resoluciones que han sido repudiadas o han despertado la sorpresa de los asociados.

La justicia, como decía Calamendrei en su Elogio de jueces, reclama la fidelidad de todos y “como todas las divinidades, se manifiesta solamente a quien cree en ellas”. ¿Cómo creer en la justicia para que el pueblo la escriba con mayúscula? Viéndola como el símbolo de un ente independiente, escrupuloso y justo, que resista todo examen a los fallos de las diversas instancias, para que las sentencias que revocan otras sentencias sean aceptadas como correctas de incoherencias y de ilegalidades y no como bendiciones finales a la impunidad.

¿Cómo creer en la justicia para que no se escriba entre comillas? Pidiendo aclaraciones por las actuaciones judiciales que causan perplejidad o desconfianza.

El caso de Mario Miller, por ejemplo, que es tan semejante a otros registrados en la jurisprudencia republicana, debe marcar pauta para precisar la efectividad, la transparencia y la solidez de la justicia.

Luego de tres años y medio de cautiverio, de dos sentencias condenatorias, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, al final, declara la inocencia de Miller. Como no se ha tenido la prudencia y la debida consideración para con los asociados de divulgar el contenido de la sentencia final, se da fundamento para que vuelen algunas acotaciones chocantes que hacen daño a la justicia. Y si el caso es alarmante por lo que trascendió en la etapa sumarial y nadie conoce los argumentos jurídicos de la Corte, del Tribunal Superior y del juzgado, sería injusto reprochar a quien pregunte: ¿Dónde, en este juicio, con fallos tan dispares, fueron puestas las pavorosas comillas a la palabra justicia? ¿Cuál es la palabra judicial atornillada a la verdad?

Los jueces inferiores deben acatar los fallos de sus superiores, así lo indica la ley. Pero los jueces de la democracia están en el deber de divulgar oportunamente sus decisiones porque serían docentes y clarificadoras. ¿Cuál fue la apreciación de los valores jurídicos positivos procesales del Tribunal Superior y del Juzgado de Circuito para condenar a Miller? ¿Cuál fue el criterio jurídico de la Sala Penal para sobreseer al encausado?

¿Hay aquí algún agujero negro que perforó el cielo de la justicia? ¿O, por el contrario, en las tres instancias escribieron Justicia con mayúscula? Estas interrogantes merecen la respuesta de los jueces.

Ernesto Sábato, inmerso en la tragedia de su pueblo, llegó a ver la palabra justicia escrita entre comillas. Luchó porque nuevamente fuera escrita con mayúscula haciendo luz sobre los casos que la estrangularon. Si la justicia panameña como la justicia del mundo tienen mala imagen, es posible que ello ocurra porque es fea o porque no es fotogénica –como decía con tristeza un magistrado español– o por silencio olímpico de los administradores de justicia. Pero todos debemos luchar para que la justicia no se escriba entre comillas ni en minúsculas, sino en esplendorosas mayúsculas, como debe hacerse siempre en un estado de derecho.

Publicado originalmente el 22 de julio de 2000.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus